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Jueves, 26 de Diciembre de 2024

Mateo, el evangelio judío (XXVII)

Viernes, 28 de Septiembre de 2018
La transfiguración, obra de Rafael La transfiguración, obra de Rafael

¿Quién dice la gente que soy yo? (III) (17:1-13)

Los tres primeros evangelistas coinciden en colocar una semana después de la reprimenda de Jesús a Pedro el episodio conocido como la transfiguración.  También coinciden en antecederlo con las palabras de Jesús en el sentido de que algunos verían la gloria del reino del mesías antes de morir.  Estas dos circunstancias no son coincidencia.

Jesús es muy claro al afirmar que el Reino ya ha llegado.  Como vimos en Mateo 12: 28, determinadas acciones de Jesús mostraban esa llegada.  Es cierto que su manifestación completa y final tendría lugar en el futuro, pero en el presente ya está presente ese Reino.  Algunos incluso llegan a verlo antes de morir. 

Mateo nos narra que Jesús decidió llevarse consigo a un monte a sus tres discípulos más cercanos: Pedro, Santiago (Jacobo) y Juan (17: 1).  En esas circunstancias, Jesús se transfiguró ante ellos y, de manera totalmente inesperada, a su lado aparecieron los personajes representantes de la Torah (Moisés) y de los profetas (Elías).  Semejante situación provocó en Pedro un natural deseo de quedarse allí, incluso de crear una estructura que pudiera acogerlos (17: 4).  Sin duda, la situación experimentó un salto cuando (v. 5) al estilo de las manifestaciones de YHVH una nube de luz descendió sobre los presentes y esta vez el mensaje fue la declaración de Dios de que Jesús era Su Hijo y de que se complacía en él (17: 5).  Aquí no sólo se manifestó una realidad sobrenatural, grata, que se desearía prolongar sino algo indescriptible, muy superior a lo que cualquiera pudiera imaginar y, de forma lógica, los discípulos tuvieron miedo (17: 6), esa reacción que acompaña a lo que siendo inmensamente grande e imposible de relatar con palabras e inasequible a nuestros intentos de explicación.  Lo que – QUIEN - se había manifestado allí no sólo maravillaba, sobrecogía y los lanzó sobre sus rostros.  Fue necesario que Jesús les instara a no tener miedo y a levantarse para que, finalmente, pudieran reaccionar (17: 7).  Entonces sólo vieron a Jesús quien les dijo que no contaran nada antes de que se levantara de los muertos (17: 8-9).

Seguramente abrumados por lo que habían contemplado, los discípulos le preguntaron acerca del Elías que había de venir antes del Reino (v. 10).  En otras palabras, todo aquello parecía la venida del Reino, pero ¿dónde estaba entonces Elías que, según se enseñaba, tenía que venir antes?  La respuesta de Jesús fue clara: Elías ya había venido y habían hecho con él lo que habían querido, un destino, por cierto, que era el que le esperaba a él (v. 11-12).  Fue entonces cuando los discípulos captaron que Jesús se refería a Juan el Bautista (v. 13).

El episodio de la Transfiguración es mucho más relevante de lo que puede parecer a primera vista.  En esta vida, algunas personas llegan a gustar en momentos concretos un ligero toque de lo que será la venida plena del Reino.  Cuando se trata de algo superficial, desearían que esa experiencia espiritual se prolongara construyendo una tienda para quedarse allí siempre.  Pero esos son los casos más primarios.  Los más profundos descubren de repente una Realidad – sí, con mayúsculas – que no puede ser descrita y que incluso sobrecoge hasta el punto de hacernos caer de bruces y sentir temor. 

Ante esa situación, la reacción habitual es preguntarse cómo encaja todo en los esquemas teológicos ya existentes.  ¿Cómo he podido sentir todo esto que no tiene nada que ver con que haya dado el diezmo o alguien haya pronunciado una fórmula sobre mi o con lo que me han dicho que les acontece a los espirituales?  La respuesta de Jesús es siempre que, si me fijo, veré que todo encaja y que ese “todo encaja” siempre pasa por una obediencia a Dios como la manifestada por Juan el Bautista y por él mismo en la cruz. 

Nuestro mundo está lleno de auténticos mercachifles espirituales que han convertido la casa de Dios en cueva de ladrones.  Para conseguirlo, crean ambientes de supuesta espiritualidad aunque, en realidad, no pasan de ser burdas manipulaciones de psicología de masas o de hipnotismo cuando no de abierta superstición arrastrada a lo largo de los siglos.  La gente que entra en contacto con estos estafadores desearía mantener de forma perpetua la sensación espiritual y es lógico que así sea como, desgraciadamente, también lo es intentar retenerla aunque sea a costa de dar dinero, de someterse al gurú de turno y de renunciar a la razón – alguno de estos farsantes ha tenido el descaro de afirmar que sólo se pueden recibir estas bendiciones apartando la razón – pero el episodio de la Transfiguración nos muestra un camino muy distinto.  Primero, porque la experiencia espiritual profunda no pocas veces sobrecoge en lugar de estupidizar y, segundo, porque, aunque rompa nuestros esquemas, nos muestra que el camino de Jesús pasa por seguir al que se entregó por nosotros en la cruz.  Ahí está la gloria del Reino.

CONTINUARÁ      

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