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Jueves, 26 de Diciembre de 2024

Mateo, el evangelio judío (XXVIII): (17:14-18:9)

Viernes, 5 de Octubre de 2018

    

      El evangelio de Mateo tiene un antes y un después en el capítulo 16 y el episodio de la Transfiguración.  A esas alturas, los discípulos debían ya saber no sólo que Jesús era el esperado mesías sino que además eso tenía consecuencias muy claras en la conducta.  No se trataba de esperar un trastorno acelerado del sistema para luego recibir beneficios y repartir prebendas.  Sí, eso habrían deseado los seguidores más cercanos, pero en esta parte del ministerio de Jesús, éste se dedicará sobre todo a mostrar que debían ser diferentes, que su vida tenía que ser diferente, que su perspectiva habría de ser diferente.  El Reino de Dios no iba a ser como los otros reinos, pero con el respaldo de Dios e imponiéndose sobre ellos – la gran tentación de Israel desde Samuel hasta el día de hoy – sino algo esencial y medularmente distinto.

     Lo primero que había que tener en cuenta es que el ghetto espiritual es inaceptable.  Muchos desearían quedarse en el monte de la Transfiguración, no enfrentarse con las realidades desagradables del mundo, estar encerrado entre las cuatro paredes donde uno se siente mejor.  La bajada del monte de la Transfiguración iba a dejar de manifiesto desde el principio que los cristianos deben rechazar esa alternativa y, dicho sea de paso, también puso al descubierto que aquellos que pretenden encerrar a los cristianos en un ghetto feliz donde todo es ausencia de problemas son todo menos cristianos.  Los cristianos deben enfrentarse con el hecho de que en el mundo hay sufrimiento como el derivado de la enfermedad, que el Diablo actúa en nuestro entorno y que podemos ser derrotados en el enfrentamiento a menos que sepamos que frente a ciertas amenazas el único camino no es el del compadreo con los poderosos y los políticos sino el ayuno y la oración (17: 14-21).  ¿Podría ser de otra manera si el mismo mesías había escogido como camino la muerte en el peor suplico de la época?  (17: 22-23).

     Semejante planteamiento exigía una enorme sagacidad como, por ejemplo, el saber renunciar a los propios derechos para no obstaculizar el avance del Reino – es lo que nos enseña el episodio del tributo del templo (17: 24-27) – y, a la vez, ser absolutamente irreductibles en la defensa de los principios del Reino como, por ejemplo, saber que la conducta ideal no es intentar escalar puestos y mandar sino actuar como niños que eran los que en la época servían humildemente a los mayores en casa (18: 1-5) o ser conscientes de que no se puede traicionar la ética del Reino sino que hay que estar dispuestos a aceptar pérdidas terribles si eso es lo que exige la integridad (18: 6-9).   

     La cosmovisión de los seguidores de Jesús difícilmente puede ser más diferente de la del mundo.  Para el mundo – incluidos los judíos que esperaban al mesías – el poder es algo que debe conquistarse y que vendrá seguido por el reparto de despojos.  Tampoco faltaban los que no se sentían atraídos por ese tipo de lucha y preferían – como en ciertos sectores del judaísmo o del cristianismo hasta hoy – el aislamiento en un agradable ghetto espiritual.  Sin embargo, Jesús propone un camino radicalmente distinto. 

      En primer lugar, los que lo siguen tienen que enfrentarse frontalmente con el mal sabedores de que hay poderes espirituales detrás del dolor y que en no pocas ocasiones sólo hay posibilidad de combatirlos ayudando a los que sufren y recurriendo al ayuno y la oración.  Así es porque el mismo Jesús dio un ejemplo cuya manifestación clave fue la cruz.  En segundo lugar, en esa dialéctica con un mundo caído en que los poderes del mal actúan a sus anchas, los seguidores de Jesús deben ser muy sagaces.  Tienen que aceptar la renuncia a sus derechos si así fuera necesario y, a la vez, ser fieles e íntegros en lo que a obedecer al mesías se refiere.  No cabe duda de que se trataba de una enseñanza subversiva y no debería sorprendernos las consecuencias que tuvo.

CONTINUARÁ     

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