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Jueves, 26 de Diciembre de 2024

Mateo, el evangelio judío (XXVI)

Viernes, 21 de Septiembre de 2018
"¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres" "¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres"

¿Quién dice la gente que soy yo? (III) (16:21-28)

El relato de Mateo no concluye con la pregunta de Jesús ni la confesión de Pedro sino que se prolonga de una manera esencial. A Pedro le había revelado el Padre quién era Jesús, éste había señalado cómo la iglesia se iba a levantar sobre la Roca-Piedra que era él y que Pedro predicaría hasta el final de su vida, pero no todo terminaba ahí sino que había que señalar cuál era el contenido exacto de la palabra Mesías.  Precisamente por eso, desde entonces Jesús enfatizó que iba a descender a Jerusalén, padecer, ser muerto y ser levantado al tercer día.  Semejantes palabras provocaron una reacción contraria precisamente en la misma persona que lo había señalado como mesías en Cesarea de Filipo: Pedro.  Igual que esos creyentes que gritan que son hijos de Dios y que creen que ser hijos de Dios implica vivir como príncipes y no asemejarse al carácter de Dios con un coste similar al que llevó a Cristo a la cruz, a Pedro lo que Jesús decía del mesías le horrorizaba. Es más (v. 22), tomó aparte a Jesús y le dijo que lo que estaba anunciando no podía suceder. Mesías, sí, pero no esa clase de mesías sufriente. Eso no. 

Se podría pensar que a Pedro sólo le preocupaba el destino trágico de su maestro, pero la reacción de Jesús deja ver que había algo mucho más profundo. De hecho, Jesús equiparó la acción de Pedro a la del mismo Satanás y la razón era que su mira estaba puesta en las cosas de los hombres y no en las de Dios (v. 23).  Para Jesús, la actitud de Pedro además de ser diabólica constituía un verdadero tropiezo en la vida cristiana.  De manera semejante, el denominado evangelio de la prosperidad está dispuesta a abrazar a Cristo, pero sólo si Cristo se amolda a sus ansias de codicia, soberbia y orgullo.  Precisamente por eso, las palabras de Jesús pronunciadas a continuación deberían ser recordadas en todas las iglesias que pretenden seguirlo de manera continua.  Tras rechazar las ideas de Pedro como un tropiezo satánico, Jesús señala que el que quiera ir en pos de él, ha de  negarse a si mismo, tomar su cruz y seguirlo.  En otras palabras, la única manera de seguir a Jesús es seguirlo incluso aunque eso implique una muerte vergonzosa.  El lenguaje popular católico ha terminado por identificar la cruz con situaciones como soportar a la suegra, conformarse con la desgracia o circunstancias parecidas.  Sin negar lo molesto que pueda resultar un entorno así Jesús habla de algo mucho más serio y profunda al referirse a tomar la cruz.  Su pregunta, en realidad, es:  ¿estás dispuesto a seguirme aunque eso implique verte expuesto a las burlas de los demás, a su rechazo, a su condena e incluso a una muerte horrible?  El que se niega a si mismo de esa manera puede seguir a Jesús.  De hecho, es el único que lo sigue.

Naturalmente, no serán pocos los que dirán que, en esas condiciones, Jesús no es una buena oferta. Un Dios que te paga la casa, el automóvil y las vacaciones es interesante. Un Mesías que bendice tu política, tu negocio y tu vida social es interesante. Un Señor que cubre tus facturas, tus tarjetas de crédito y tu endeudamiento es interesante.  Sin embargo, un mesías que pretende que lo sigas hasta las últimas consecuencias, pues como que no porque implica desperdiciar esta buena vida. 

Jesús señala entonces que los que piensa así no se han enterado en absoluto de la realidad de la vida. El que desee salvar su existencia basándola en valores que no son los del mesías simplemente la perderá mientras que, por el contrario, los que parezcan perderla porque han renunciado a tantas cosas por seguir a Jesús… ah, esos la habrán ganado (16: 25).  De hecho, basta formularse una pregunta para darse cuenta de ello:  ¿de qué le sirve a cualquiera ganar todo el mundo si pierde su alma? (16: 26).  Recuerdo que yo utilicé este versículo en un editorial de La linterna cuando en julio de 2007 falleció Jesús Polanco, el poderoso factótum del Grupo Prisa.  Durante décadas, su control de los medios en España – y no sólo de los medios – fue inmenso.  Alguno de mis compañeros de la radio estaba verdaderamente obsesionado con él. Sin embargo, un día murió y aunque hubiera dado toda su fortuna y su poder para salvar su alma de nada le habría valido (v. 26). Por supuesto, el análisis no se limita a los poderosos sino que incluye hasta al más pobre de los seres humanos. 

Lo cierto es que el Señor volverá un día en la gloria del Padre (16: 27) y entonces dará a cada uno el fruto de sus acciones.  En esa ocasión, podremos contemplar cuán justificado estaba el reproche de Jesús al decir a Pedro que su pensamiento, afianzado en los hombres, pero no en Dios, era no sólo un tropiezo sino incluso una conducta diabólica. No menos satánica, desde luego, que la de aquellos que, a lo largo de los siglos, han ido presentando a un Dios que da a cambio de dinero en lugar de un Padre a cuyo Hijo hay que seguir porque es la única manera de dar sentido a esta existencia y de contar con la siguiente ya que es la piedra desechada, según las profecías, pero también la piedra de salvación. 

El capítulo concluye con una referencia enigmática (v. 28) en el sentido de que habría gente que, en vida, contemplaría la venida del Reino, pero sobre eso hablaremos en la próxima entrega.

CONTINUARÁ   

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