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Miércoles, 25 de Diciembre de 2024

Lucas, un evangelio universal (LVIII): la última Pascua (III): el anuncio de los tiempos de prueba (22: 24-38)

Domingo, 6 de Febrero de 2022

(Reanudamos hoy nuestros estudios bíblicos del domingo.  Siento de corazón esta cesura que se prolongó más allá de las vacaciones.  Roguemos a Dios para que no se vuelva a producir)

De manera bien significativa, apenas Jesús señaló cuál era el verdadero cristianismo (22: 24-27), anunció a sus discípulos dos realidades importantes: que habría una recompensa en el futuro (22: 28-30) y que también vendría un tiempo de prueba y que además sería muy pronto (22: 31-38).  Resulta interesante ver cómo a lo largo de la Historia del cristianismo se ha deseado adelantar la promesa de la recompensa futura y cómo, a la vez, se ha procurado evitar la prueba.  A los apóstoles les esperaba un Reino asignado por Jesús en el que disfrutarían del banquete mesiánico y en el que juzgarían a las tribus de Israel (22:28-30).  Resulta obligado preguntarse hasta qué punto no es una deformación diabólica la actuación de determinadas instituciones que intentaron crear ese Reino de Cristo recurriendo a la violencia y al enmaridamiento con el poder a la vez que se dedicaban a perseguir con saña a los judíos.  Como podemos ver en el genial relato de El Gran inquisidor de Dostoyevsky, la enseñanza de Jesús ha sido sustituida por un culto al poder, al dominio y a la influencia que ha desplazado totalmente la promesa original del Reino.   

Pero Jesús, en aquella noche decisiva, no sólo tenía un anuncio de alegría futura asignada por él sino también una advertencia de peligro cercano.  Satanás había pedido a los apóstoles para zarandearlos como a trigo (22: 31).  No se había atrevido a solicitar que fueran sometidos a su poder o que pudieran perder una salvación que el verdadero creyente no puede perder, pero sí el llegar tan lejos como pudiera.  Y Dios, como en el caso de Job, se lo había concedido.  Seguramente, nunca llegaremos a entender en este mundo por qué Dios concede al Diablo que pueda interferir en nuestras vidas y que incluso esa interferencia se pueda traducir en ocasiones en persecución, proscripción, cárcel, exilio o muerte.  Pero hay dos circunstancias claras.  La primera es que Dios controla siempre las situaciones y que todo, absolutamente todo lo que nos suceda, será para bien si formamos parte de los que son creyentes verdaderos en el sentido bíblico (Romanos 8: 28) y la segunda es que siempre contaremos con el respaldo de la intercesión de Jesús en nuestro favor como le indicó a Pedro (22: 32).  Naturalmente, como el torpe Pedro nosotros podemos pensar que nuestras propias fuerzas son las que nos permitirán atravesar la prueba (22: 33), pero Jesús deja bien claro que la perseverancia no depende de nosotros sino de él (22: 33-34).  Por si solo Pedro – como nosotros – a lo que iba a llegar era a la cobardía y a la negación repetida de Jesús (22: 34).

Jesús tuvo que recordar a sus discípulos que ya en el pasado había provisto por ellos y nunca les había faltado nada (22: 35).  Ahora iban a venir tiempos difíciles en los que habría que estar preparados para lo peor.  Jesús utilizó en ese momento la metáfora de la espada (22: 36) no porque estuviera instando a sus discípulos a armarse sino porque les indicaba que la violencia iba a hacer acto de presencia con una dureza especial.  A fin de cuentas, todo lo profetizado sobre el mesías-Siervo de YHVH, todo lo anunciado por él durante años se iba a cumplir de la manera más literalmente cruel (22: 37).  Totalmente confusos, los discípulos le señalaron que entre todos contaban con dos espadas - ¿a quién pertenecerían aquellas armas aparte de a Pedro? – a lo que Jesús repuso un cansado: Ya basta o Es bastante (22: 38).  No porque con tan escaso armamento fuera posible defender nada sino porque ya estaba bien de la poca capacidad de comprensión de los discípulos.

De nuevo, a lo largo de la Historia, abundan los ejemplos en que los denominados cristianos no entendieron nada.  Pensaron que la espada y la lucha armada podrían evitar las pruebas precisamente cuando eran esas pruebas las necesarias para que vivieran como cristianos, para que captaran que Dios los protegía en medio de toda eventualidad, para que comprendieran que su perseverancia no dependía de ellos sino de la intercesión de Jesús.  También ahora, como entonces, al escuchar la pretenciosidad de Pedro o la enumeración del acopio de armas Jesús sólo puede decir un lacónico: Basta.  Basta de no entender.  Basta de pensar que todo lo podéis hacer vosotros.  Basta de pasar por alto que sólo confiando en Jesús podréis atravesar con éxito la prueba.  Así iba a quedar de manifiesto en escasas horas.

CONTINUARÁ    

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