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Miércoles, 25 de Diciembre de 2024

Lucas, un evangelio universal (LIX): la última Pascua (IV): la soledad de Getsemaní (22: 39-46)

Domingo, 13 de Febrero de 2022

Tras advertir a los discípulos de lo que se acercaba, Jesús y sus discípulos llegaron a Getsemaní.  El nombre deriva del arameo Gad-Smane que significa la prensa de aceite, es decir, un lugar donde se procedía a prensar las aceitunas procedentes de los olivos cercanos para conseguir el preciado alimento.  En la actualidad hay cuatro lugares que compiten por el honor de ser el enclave en que Jesús oró aquella triste noche, a saber, la iglesia de todas las naciones que tendría un panorama del huerto y contaría con la roca de la agonía; la localización situada cerca de la tumba de María, la madre de Jesús, al norte; el enclave greco-ortodoxo situado al este y el huerto de la iglesia ruso-ortodoxa cercana a la iglesia de María Magdalena.  A finales del siglo XIX, William Mc Clure Thomson señaló que el terreno estaba todavía abierto a todos la primera vez que llegó a Jerusalén y que cualquiera podía acudir a orar o meditar.  Sin embargo, los católico-romanos se habían ido apoderando del lugar y acabaron cercándolo con un elevado muro.  Entonces los greco-ortodoxos respondieron inventándose otra ubicación situada al norte.  Según Mc Clure Thomson, ninguno de los dos lugares había sido el utilizado por Jesús ya que se encontraban muy cerca del bullicio de la ciudad y, seguramente, Gethsemaní se hallaba ubicado a varios centenares de metros al noreste de lo que ahora se enseña como el enclave del que hablan los evangelios.  La verdad es que lo único que podemos afirmar con certeza es que se trataba de un huerto situado entre el arroyo Cedrón y la falda del monte de los olivos.  Ir más allá entra ya en el terreno de la especulación.

Jesús deseaba que sus discípulos lo acompañaran en aquellos momentos (22: 39), pero, de manera bien significativa, Lucas no señala - como otros evangelios - que apartó a Pedro, Santiago y Juan, sus tres discípulos más cercanos.  Es posible que Lucas quisiera dar a entender que cualquiera de los doce se habría dormido y hubiera sido de tan poca ayuda como esos tres.  Jesús les dijo que oraran para no entrar en tentación (22: 40). No sucedió así.  De entrada, estaban cargados de sueño – la noche era ya avanzada y la cena de Pascua exigía el consumo de, al menos, cuatro copas rituales de vino – y se quedaron dormidos dejando a Jesús totalmente solo en las horas más amargas que había vivido hasta entonces. 

Jesús se apartó y, arrodillado, oró suplicando que si era la voluntad de Dios no tuviera que pasar por la muerte aunque sometiéndose a lo que deseara el Padre (22: 41-42).  Pésimas teologías recientes enseñan a un dios canijo, especie de abuelito tontorrón y consentidor, al que se puede obligar a hacer lo que deseemos si sólo conocemos la fórmula mágica adecuada.  Nada puede haber más lejos de esa disparatada visión que estos momentos de la vida de Jesús.  Hubiera deseado no pasar por el proceso, por la tortura, por la cruz, pero se sometía sin cuestionarla a la voluntad del Padre.

De manera específica, Lucas recoge dos datos que resultan claramente significativos.  El primero es que un ángel consoló a Jesús.  El término ángel significa sólo mensajero en griego y, por lo tanto, no podemos asegurar si se trató de un ángel en el sentido estricto del término o de alguien que acompañó a Jesús en aquel momento amargo.  Si se trató de la segunda posibilidad, ignoramos totalmente de quién pudo ser el personaje que, a diferencia de sus discípulos más cercanos, se aproximó a confortar a Jesús. 

Aún es más revelador que Lucas relata cómo Jesús estaba en un proceso agónico.  La expresión no significa que Jesús estuviera en la agonía, es decir, muriéndose sino – literalmente – que pasaba por una lucha interna de dimensiones difíciles de imaginar.  La tensión psicológica padecida por Jesús puede imaginarse partiendo de que Lucas, médico a fin de cuentas, relata que su sudor era como gruesas gotas de sangre que caían hasta tierra (22: 44).  El pasaje ha sido arrancado de versiones modernas de la Biblia – razón de más para no usarlas ya que mutilan la Palabra de Dios – pero, sin duda, forma parte del original.  No sólo eso.  Lejos de tratarse de una circunstancia ficticia apunta a un fenómeno conocido como hematidrosis y que consiste en que una extrema situación de ansiedad, miedo o stress hace que los vasos capilares que llevan la sangre a las glándulas del sudor estallen.  Sin duda, la presión psicológica - sufrida por un Jesús que habría deseado no tener que pasar aquella prueba, pero que, de todas formas, se sometió a la voluntad del Padre - debió ser auténticamente extraordinaria como para que se produjera esta especial condición médica.

No sólo él estaba pasando por una tensión no habitual. Sus discípulos se habían quedado dormidos, pero, de nuevo, el médico Lucas nos muestra que no sólo se debió al vino o al cansancio sino también a la tristeza (22: 45).  El pesar, las preocupaciones, el dolor suelen privar del sueño a los que lo padecen, pero no es raro que, en ocasiones, y como mecanismo de defensa, lo induzcan.  Aquellos infelices no sabían a ciencia cierta lo que iba a suceder, pero habían visto el anuncio de una traición en su seno y a Jesús señalando que Pedro lo negaría.  Incluso les había recordado que nunca les había faltado de nada para luego advertirlos del peligro.  Sin duda, algo les decía que las cosas no se iban a desarrollar como habían soñado.  Llegados a ese punto, su mente apesadumbrada les había proporcionado el misericordioso narcótico del sueño.  Jesús los despertó indicándoles que no debían dormir sino que tendrían que orar – como él – para poder afrontar la tentación (22: 46).  La gran prueba había llegado y estaba a unos instantes de distancia.

CONTINUARÁ

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