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Miércoles, 25 de Diciembre de 2024

De nuevo en China (I): Harbin (I)

Lunes, 4 de Abril de 2016

Volver a China NO es cómo volver a otro lugar. Por el contrario, provoca la constancia de que se regresa a un verdadero continente. Enorme, imposible de aprehender, tan abrumador que la sensación de perderse en su inmensidad es sobrecogedora.

Quien escribe estas líneas ha viajado por India, por Estados Unidos, por Rusia, por Oriente Medio, pero en ninguna ocasión esos inmensos espacios lo han abrumado tanto como los chinos. Y es que China añade a su inmensa extensión, una enorme distancia cultural y, a la vez, un crecimiento económico tan abrumador que parece a punto de devorarnos. Además está la barrera idiomática. En la mayor parte de China, única y exclusivamente se habla chino y en esa lengua únicamente aparecen los letreros. No exagero lo más mínimo si digo que, sin la ayuda de mi hija Lara como intérprete, hubiera estado totalmente perdido y no hubiera podido realizar los distintos viajes de mi último periplo chino.

En esta ocasión, aunque llegué y salí por Beijing, he estado recorriendo otros lugares menos llamativos en teoría, pero más, en realidad, porque demuestran hasta qué punto China es un coloso determinado a ser la primera potencia mundial cuya pujanza, más allá de algunos tópicos, es pasada por alto en Occidente.

Las infraestructuras chinas – trenes, aeropuertos, autopistas… - no tienen nada que envidiar ni a las europeas ni a las norteamericanas. Es más. En ocasiones, parece que las superan incluso. Baste decir que, al llegar hace unas horas al aeropuerto de Chicago, tuve la sensación de encontrarme en una capital de provincias y la razón era que venía de visitar distintos aeropuertos chinos. Esa circunstancia queda especialmente de manifiesto cuando uno se mueve por poblaciones que podríamos denominar secundarias, es decir que no son Beijing o Shanghai. Es el caso de Harbin.

Harbin es una ciudad muy especial. Situada en el extremo norte, cerca de Siberia, Harbin fue colonizada por rusos desde finales del siglo XIX lo que marcó su diseño de manera esencial. Para Japón era un objetivo prioritario empeñado cómo estaba en expulsar a Rusia de Oriente ya que era uno de los valladares contra la expansión imperial. De todo esto hablaré más adelante, pero, en primer lugar, tengo que referirme a un episodio terrible que tuvo lugar en Harbin. Me refiero a la unidad 731.

Pocas veces habrá descendido más el ser humano al nivel de lo demoníaco que en la Unidad 731. Compuesta por médicos japoneses, su finalidad era desarrollar formas terribles de matanza en masa. Situada en Harbin, la Unidad 731 contaba con un presupuesto astronómico que equivalía a más del treinta por ciento de las fuerzas de ocupación. Desde inicios de los años treinta, cuando el campo de Auchswitz no existía ni de lejos, en la Unidad 731, se realizaron experimentos de guerra bacteriológica con animales y, de manera especial, con personas. Rusos, chinos e incluso algunos americanos fueron inoculados con virus para comprobar cómo reaccionaban y lo que tardaban en morir. Además, los médicos japoneses realizaron pruebas de congelación en seres humanos, crucificaron a prisioneros e incluso fabricaron cámaras de gas en las que dieron muerte a mujeres y niños. Todo eso sucedía antes de Treblinka, de Sobibor, de Belzec…

En todo ese horror, los médicos japoneses se adelantaron a los nazis y lo hicieron con orgullo y frialdad. Con dos diferencias. La primera es que Hollywood nos ha reflejado el horror del universo nazi mientras que no nos ha relatado nunca lo que pasaba con millones de chinos que sufrieron de manera no menos masiva ni pavorosa. La segunda es que, en mayor o menor medida, los nazis fueron juzgados y condenados, pero los japoneses de la Unidad 731 negociaron con las autoridades norteamericanas la exención de responsabilidades penales. A pesar de ser responsables de horrores indescriptibles, los médicos japoneses no fueron a prisión. Los únicos que sufrieron castigos fueron los pocos que cayeron en manos de las tropas soviéticas. Ser un asesino en masa, traicionar los principios más sagrados de la medicina, tratar a seres humanos como ratas de laboratorio careció de importancia si entregaban al vencedor los resultados de sus crímenes. Hoy en día, un extraordinario museo - en términos técnicos, no tiene nada que envidiar al museo del Holocausto en Jerusalén – recuerda al mundo lo que fue el imperio japonés y el tributo que China pagó por su causa en millones de vidas inocentes.

 

CONTINUARÁ

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