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Martes, 24 de Diciembre de 2024

Pablo, el judío de Tarso (LXXIV): En Roma (III)

Domingo, 11 de Marzo de 2018

Las cartas de la cautividad (II): Filemón

De entre todas las cartas de Pablo, la escrita a Filemón constituye el escrito más breve del apóstol y, sin ningún género de dudas, uno de los más conmovedores. Por añadidura, se trata de uno de los textos redactados mientras se hallaba en cautividad, en Roma.

Onésimo era un esclavo fugitivo que, tras robar a su amo Filemón, había llegado a la ciudad de Roma. Allí, de forma que desconocemos, había conocido a Pablo quien le había hablado de Jesús y le había persuadido para abrazar el Evangelio. De esa manera, el esclavo – como tantos otros esclavos – había comenzado una nueva vida. Pero Onésimo había sido capturado y tenía que ser devuelto a su dueño. El castigo que la ley romana imponía para los esclavos fugitivos era muy severo y nada hace pensar que Onésimo hubiera podido evitarlo. Sin embargo, se daba la circunstancia de que Filemón era cristiano y Pablo decidió apelar a esa circunstancia para que su comportamiento hacia Onésimo fuera diferente del habitual:

 

9 Te ruego por amor, siendo como soy un viejo llamado Pablo viejo, que ahora es un prisionero de Jesús el mesías, 10 te ruego por mi hijo Onésimo, que he engendrado en mis prisiones, 11 El cual en otro tiempo te fue inútil, pero que ahora a ti y a mí es útil; 12 al cual te vuelvo a enviar. Recíbele como si fuera yo mismo. 13 Yo quisiera retenerle conmigo, para que en lugar tuyo me sirviese en las prisiones del evangelio; 14 pero no he querido hacer nada sin tu consentimiento, para que tu benevolencia no fuese obligada sino voluntaria. 15 Porque quizá por esto se ha apartado de ti por algún tiempo, para que le recibieses para siempre; 16 No ya como siervo, sino como algo más que un siervo, como un hermano amado, mayormente de mí, pero cuánto más de ti, en la carne y en el Señor. 17 Así que, si me tienes por compañero, recíbele como a mi. 18 Y si en algo te dañó, o te debe, ponlo a mi cuenta. 19 Yo Pablo lo escribí de mi mano, yo lo pagaré: por no decirte que aun a ti mismo te me debes.

(Filemón 9-19)

 

Ante Filemón, se abrían, por lo tanto, dos posibilidades. Una era exigir que se restablecieran sus derechos y que Onésimo regresara. A Pablo esa opción le parecía correcta, pero, en ese caso, esperaba que viera en Onésimo a un hermano y no a una cosa, a una res que era como el derecho romano consideraba a los esclavos. Con todo, el apóstol creía que existía una alternativa aún mejor, la de permitir que Onésimo se quedara con él para ayudarle en su cautividad y en su vejez. En cualquiera de los casos, lo importante era que lo recibiera como a un hermano y si para ello Pablo tenía que abonarle los daños y perjuicios que le hubiera ocasionado, estaba dispuesto a hacerlo, a pesar de la deuda – moral y espiritual – que Filemón tenía con él.

La carta pone de manifiesto aspectos que resultan verdaderamente notables para conocer la vida en el seno de las comunidades fundadas por Pablo. En ellas, como había escrito años atrás, las diferencias sociales, raciales y sexuales habían desaparecido. Además sus supervisores o ancianos eran personas involucradas muy directamente en la vida de los hermanos. Lejos de ser meros dispensadores de sacramentos o de homilías, podían mediar en conflictos entre los creyentes sin negar la legalidad, pero apuntando también a una ética muy superior que derivaba de la vivencia personal y cotidiana de comunión con Jesús el mesías.

Pablo concluía su carta esperando que Filemón haría “más de lo que digo” (v. 21) y rogándole que le preparara alojamiento porque esperaba salir libre y volver a verlo (v. 22). Al final de la carta, como en la de Colosenses, Pablo menciona a Epafras, Marcos, Aristarco, Demas y Lucas como las personas que lo acompañaban en esos momentos (v. 23-4).

¿Qué sucedió finalmente con Onésimo? Sólo podemos responder basándonos en indicios indirectos. Si la carta a los colosenses, a la que nos hemos referido antes, fue escrita con posterioridad a la dirigida a Filemón lo más fácil es concluir que el dueño de Onésimo había atendido a las súplicas de Pablo. De hecho, el apóstol lo menciona a la altura de otros colaboradores suyos como Lucas o Aristarco. Por otro lado, cuesta creer que el texto hubiera sido incluido en la colección de cartas de Pablo si el apóstol no hubiera conseguido el resultado apetecido.

Finalmente, debe señalarse que existen considerables razones para identificar al antiguo esclavo Onésimo con el obispo del mismo nombre que vivía en Éfeso en torno al año 110 y al que conocía Ignacio, el obispo de Antioquia de Siria. De hecho, no deja de ser significativo que Ignacio sea de los pocos padres de la iglesia que cita la carta a Filemón incluso de manera profusa [1].

 

CONTINUARÁ

[1] Ignacio, A los efesios 1, 3; 2, 1; 6, 2; 20, 2.

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