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Miércoles, 25 de Diciembre de 2024

La organizacion y las instituciones comunitarias en el judeo-cristianismo palestino del s.I (III)

Domingo, 22 de Noviembre de 2015
LOS PRIMEROS CRISTIANOS: LA ORGANIZACIÓN Y LAS INSTITUCIONES COMUNITARIAS EN EL JUDEO- CRISTIANISMO EN EL ISRAEL DEL SIGLO I (II): LAS INSTITUCIONES (I)

Los apóstoles

Las fuentes apuntan a un gobierno de un grupo conocido como «los Doce» desde los primeros momentos de la comunidad judeo-cristiana . Sus nombres aparecen en cuatro listas diferentes recogidas en Mt. 10, 2-4, Mc. 3, 16-9, Lc. 6, 14-16 y Hch. 1, 13, omitiéndose en este último caso a Judas Iscariote. Juan no da ninguna lista, pero menciona a los «Doce» como grupo (Jn. 6, 67; 20, 24) y en el mismo sentido se perfilan los datos que conocía Pablo (1 Cor. 15, 5).

Convencionalmente, se suele dividir las listas en tres grupos de cuatro y ése es el sistema que seguiremos en nuestra exposición. En ella daremos prioridad al elemento relativo a su papel en el judeo-cristianismo afincado en Israel desde una perspectiva institucional, obviando el relacionado con su vida anterior, salvo que la referencia resulte indispensable.

 

1. Primer grupo de cuatro

El apóstol mencionado en primer lugar es siempre Simón, cuyo nombre fue sustituido por el sobrenombre Petrós («piedra»), seguramente una traducción del arameo Kefas. Este cambio debe de ser muy antiguo —los Evangelios lo retrotraen al período de la vida de Jesús— dado que Pablo ya lo conoce con ese sobrenombre. Según los datos que nos proporcionan las fuentes primitivas, parece ser que fue uno de los tres discípulos del grupo más íntimo de Jesús y disfrutó de cierta preeminencia, no claramente definida, en el grupo originario. De ser cierta la atribución que se le hace de haber negado a Jesús durante la detención y condena posterior de éste (Mt. 26, 57-8, 69-75; Mc. 14, 53-4, 66-72; Lc. 22, 54-62; Jn. 18, 12-18, 25-27), y todo parece apuntar en un sentido afirmativo, resulta difícil negar la tesis de que los primeros fieles lo consideraban investido de esa autoridad por el crucificado y restaurado en ella después de la Pascua.[ii]

Son varios los aspectos que favorecen la visión que le adjudica esta preeminencia, aunque ésta parece moral y espiritual, pero no jurídica. De entrada, en Hch. 1, 13, su nombre es citado el primero en la lista pospascual de los Once.[iii] Pedro desempeña también un papel significativo en la elección de Matías para ocupar el cargo dejado vacante por Judas (Hch. 1, 20).[iv] Fue precisamente con ocasión de este episodio cuando afirmó que cualquier sucesor de los apóstoles debía haber vivido con Jesús desde la época de Juan el Bautista hasta su ascensión (Hch. 1, 21-22). Pedro desempeñó también un papel de portavoz como señalan los primeros discursos de Hch.[v] También parece haberse ocupado de cuestiones disciplinarias como en el caso del incidente de Ananías y Safira (Hch. 5, 1-10). Con todo, deberíamos ser muy cuidadosos para no superponer sobre la figura de Pedro construcciones teológicas que son muy posteriores y ajenas a lo recogido en las fuentes.

Pese a lo anterior, resulta claro en las fuentes que su función se hallaba subordinada a la del resto de los apóstoles (Hch. 8, 14), que tenía que rendir cuentas no sólo a éstos sino también al resto de los hermanos (Hch. 11, 1 y ss.) y que en alguna ocasión se enfrentó con una evidente y frontal oposición procedente de otros dirigentes del cristianismo (Gál. 2, 11 y ss.). En relación con el concilio de Jerusalén, su intervención fue, sin duda, relevante (Hch. 15, 7 y ss.), pero el dictamen final no le correspondió a él sino a Santiago (Hch. 15, 13 y ss.), precisamente la persona que parece haberlo sustituido como personaje más importante en la comunidad de Jerusalén —si es que no gozaba previamente de tal posición— al huir de Herodes (Hch. 12, 17).[vi] De manera bien significativa, en todo el Nuevo Testamento, Pedro no es asociado en ningún momento con Roma y cuando se le menciona como uno de los pilares de la iglesia de Jerusalén aparece citado sin ninguna referencia de superioridad y al lado de otros dos personajes (Gálatas 2: 9).

Asociada muy de cerca a la figura de Pedro se halla la de su hermano Andrés (Jn. 1, 40-1; Mc. 1, 16), aunque desconocemos su papel en el judeo-cristianismo afincado en Israel.[vii]

Santiago y Juan eran, como los dos hermanos anteriormente citados, pescadores en Galilea (Mc. 1, 19). Se ha especulado con la posibilidad de que su madre (Mt. 27, 56) fuera la Salomé, hermana de la madre de Jesús (Mc. 15, 40; Jn. 19, 25). Tal hecho convertiría a Santiago y Juan en primos de Jesús. No obstante, la hipótesis no resulta del todo segura. Santiago fue ejecutado por Herodes Agripa entre el 41 y el 44 d. J.C. (Hch. 12, 1-2) y, como ya vimos, se ha apuntado, sin mucho fundamento, a la posibilidad de que sucediera lo mismo con su hermano Juan. Se discute si éste es el Juan de Apocalipsis y si puede ser identificado con el «Discípulo Amado» del Cuarto Evangelio. En cualquier caso, parece haber desempeñado un papel de considerable relevancia en compañía de Pedro durante los primeros años del judeo-cristianismo jerosilimitano (Hch. 3, 1; 4, 13; 8, 14). De hecho, Pablo lo describe como una de las columnas de la iglesia de Jerusalén junto a Pedro y Santiago (Gál. 2, 9). Este grupo de tres, según el testimonio de las fuentes, parece haber mantenido una relación muy estrecha con Jesús durante su ministerio (Mc. 9, 2; 5, 37; 14, 33). Ocasionalmente, se menciona un grupo de cuatro en el cual se incluye a Andrés (Mc. 1, 29; 13, 3).

 

2. Segundo grupo de cuatro

Felipe era de Betsaida y parece haber sido un amigo íntimo de Andrés (Jn. 1, 44; 6, 5-8; 12, 22). En cuanto a Bartolomé, carecemos de datos, aunque se ha intentado identificarlo con Natanael (Jn. 1, 45-6; 21, 2). Los Padres mismos manifiestan posturas encontradas sobre el tema y no se puede rechazar la posibilidad de que se trate de dos personas distintas, siendo Natanael alguien ajeno al grupo de los Doce.

Por lo que se refiere a Tomás, denominado «el Gemelo» en Jn. 11, 16 y 20, 24, carecemos también de datos. Mateo, muy posiblemente, debe ser identificado con el Leví de otras listas, aunque no hay unanimidad sobre este tema. En términos generales, podemos decir que carecemos absolutamente de noticias relativas al papel particular de todos y cada uno de los integrantes de este segundo grupo de cuatro, si hacemos excepción de la atribución a Mateo de la redacción del primer Evangelio.

Ciertamente, los Hechos hablan de un Felipe, pero éste no puede ser identificado con el apóstol, ya que fue elegido para formar parte del grupo de los diáconos y luego desempeñó tareas de evangelización (Hch. 6, 5; 8, 5-40; 21, 8).

 

3. Tercer grupo de cuatro

Tanto Judas Iscariote (muerto poco después de la ejecución de Jesús) como Simón el Zelote o Santiago de Alfeo no parecen ocasionar problemas en cuanto a su identidad histórica —aunque ciertamente desconocemos el papel de los dos últimos en el judeo- cristianismo afincado en Israel—, pero no puede decirse lo mismo del personaje situado en décimo lugar en Mateo y Marcos y en undécimo en Lucas y Hechos. De hecho, aparecen tres nombres (Lebeo, Tadeo y Judas). Resulta difícil solventar —carecemos de referencias alternativas— estas discrepancias, aunque se ha recurrido a diversas posibilidades que van desde la falta de memoria,[viii] hasta la de identificar a Tadeo con Judas, el hermano de Santiago, siendo Lebeo sólo una variante textual del mismo,[ix] una tesis armonizadora que entra, por otra parte, muy dentro de lo posible. En cualquiera de los casos, ignoramos todo sobre la función que los mencionados personajes pudieron tener individualmente en el seno del judeo-cristianismo asentado en Israel.

El origen del grupo de los Doce ha sido discutido desde los trabajos de F. Schleiermacher y F. C. Baur en relación con el cristianismo primitivo, negándose su vinculación con una decisión de Jesús.[x] Que el grupo existía ya en un tiempo muy primitivo resulta imposible de negar y hoy en día así se admite en general, aunque persiste la discusión relativa al origen del mismo en conexión con una decisión específica de Jesús. Pablo menciona ya al grupo en 1 Cor. 15, 5, precisamente con esa denominación, como receptor de las apariciones de Jesús resucitado, precisamente cuando aquél sólo estaba ya formado por once. Tal circunstancia abona, desde luego, la posibilidad de que el grupo como tal existiera en vida de Jesús. Por otro lado, la premura en completar su número (Hch. 1, 15-26) va, desde luego, en la misma dirección.[xi] Desde nuestro punto de vista, creemos que los materiales históricos de que disponemos apuntan a situar el origen del grupo en una decisión explícita de Jesús,[xii] pero el tema en sí es ajeno al presente estudio. Basta con saber que aquél ya existía en el seno del judeo-cristianismo en una época muy temprana.

Otra cuestión relacionada con este tema es exactamente lo que implicaba el apostolado. El gran revulsivo moderno para entregarse al estudio de este tema fue, sin duda, la obra de Lightfoot sobre la Epístola a los Gálatas.[xiii] El término «apóstol» deriva del infinitivo griego apostellein («enviar»), pero no era muy común en griego. En la Septuaginta, sólo aparece una vez (1 Re. 14, 6) como traducción del participio pasado shaluaj de shlj (enviar). Precisamente tomando como punto de partida esta circunstancia, H. Vogelstein[xiv] y K. Rengstorf[xv] conectaron la institución de los apóstoles con los sheluhim rabínicos. Esta institución tuvo una especial importancia a finales del siglo I e inicios del siglo II d. J.C. y consistía en comisionados rabínicos enviados por las autoridades asentadas en la tierra de Israel para representarlas con plenos poderes. Los sheluhim recibían una ordenación simbolizada por la imposición de manos y sus tareas —que, muchas veces, eran meramente civiles— e incluían ocasionalmente la autoridad religiosa y la proclamación de verdades también religiosas. La tesis resulta muy atractiva incluso en la actualidad, pero tiene el inconveniente de que no poseemos referencias a los sheluhim paralelas cronológicamente a los primeros tiempos del judeo-cristianismo. Esta circunstancia provocó que la citada interpretación fuera objeto de fuertes ataques ya desde mediados del siglo XX.

G. Klein[xvi] pretendió —muy discutiblemente— trazar el origen del apostolado en la figura de Pablo, considerando que la institución de los Doce había sido posterior, y W. Schmithals, por el contrario, conectó la procedencia de la institución con grupos gnósticos de origen sirio.[xvii] Ambas teorías tienen en su contra el testimonio claro de las fuentes, ya que Pablo reconoce que ya existía el grupo de los Doce cuando se produjeron las apariciones del Resucitado (1 Cor. 15, 7) y habla de apóstoles anteriores a él (Gál. 1, 17) en Israel y no en Siria. De hecho, Pablo no sólo no se atribuye la creación del término —mucho menos el haberlo tomado prestado de grupos gnósticos— sino que pretende que se le considere apóstol igual que antes se ha hecho con otros personajes como Pedro, que le antecedieron en tal función (Gál. 2, 2-10).

Hoy en día, se tiende a conectar nuevamente la figura del apóstol con la raíz verbal shlj, que es vertida en la Septuaginta unas setecientas veces por apostollein o exapostollein. El término generalmente hace referencia a alguien enviado por Dios para una misión concreta, como es el caso de Moisés, los profetas, etc. Algo que coincide con los datos neotestamentarios relacionados con la misión de los apóstoles (Lc. 24, 47-48; Mt. 28, 19-20; Jn. 20, 21; Hch. 1, 8; Mc. 16, 15). Desde luego, parece obvio que el campo semántico del término era muy amplio —como ya señaló en su día Lightfoot— y que iba más allá del grupo de los Doce, aunque manteniendo un carácter excepcional. De hecho, la referencia a los falsos apóstoles es lo que lo sugiere (Ap. 2, 2; 2 Cor. 11, 13). Entre los apóstoles que no pertenecían a este grupo restringido se hallaban Santiago, el hermano del Señor (Gál. 1, 9); Pablo (1 Cor. 1, 1; etc.), y Bernabé (Hch. 14, 14; 1 Cor. 9, 6 con 4, 9; Gál. 2, 9). En cuanto a Andrónico y Junia (Ro. 16, 7) —nombre, este último, que correspondía, posiblemente, a una mujer—[xviii] no resulta claro si los dos personajes eran apóstoles o, lo que parece más posible, eran simplemente objeto de aprecio entre los apóstoles. Es más que dudoso que. tuvieran categoría de tales Silvano y Timoteo (1 Tes. 2, 6 con Hch. 17, 4 y 14), así como Apolos (1 Cor. 4, 6 y 9). Tal uso resultaba claro cuando se redactó la Didajé (11, 3-6) y se recoge en otras obras como el Pastor de Hermas (IX, 15, 4) o el Adversus Haer. (II, 21, 1) de Ireneo.

Los apóstoles ligados al judeo-cristianismo de los primeros tiempos parecen haber sido un colectivo con características muy específicas e irrepetibles. Entre ellas destacaban, de manera primordial, las siguientes:

 

1. Haber visto a Jesús resucitado (1 Cor. 15, 5) y,

2. Haber vivido con él desde la época del bautismo de Juan hasta su ascensión (Hch. 1, 22).

 

Esta cercanía a Jesús —antes y después de su muerte— los convertía en personajes especialmente importantes a la hora de autenticar la enseñanza como igual a la impartida por Jesús y de tomar decisiones acerca de la vida de la comunidad (Gál. 1, 18-2, 10; Hch. 6, 2-6; 15, 2 y ss.). Gomo tales, no parece que fueran reemplazables o que se creyera en su posible sucesión. De hecho, sabemos que la muerte de Judas determinó la elección de Matías en su lugar para completar el número (Hch. 1, 26), pero no se volvió a tomar esa medida con posterioridad, por ejemplo, cuando Santiago fue ejecutado por Herodes Agripa (Hch. 12, 2).

Centrados inicialmente en Jerusalén (Hch. 1-11), las fuentes relacionan con ellos:

 

1. la evangelización primitiva (Hch. 2, 1-4, 22),

2. las decisiones disciplinarias (Hch. 5, 1 y ss.),

3. la ordenación de ministerios menores a propuesta de la comunidad (Hch. 6, 1-6),

4. la enseñanza y la oración (Hch. 6, 4),

5. la supervisión de las misiones dependientes de miembros de la comunidad jerosilimitana (Hch. 8, 14 y ss.; 9, 32 y ss.), y

6. las medidas relativas a la entrada de los gentiles (Hch. 11, 1 y ss.) y a los términos de su permanencia en el seno del movimiento (Hch. 15), aunque en estos últimos casos parece clara la intervención del resto de la comunidad (Hch. 11, 1 y 18; 15, 22).

 

Finalmente, tanto H. Riesenfeld[xix] como B. Gerhardsson[xx] han estudiado la posibilidad de que los Doce fueran el receptáculo de la enseñanza de Jesús de acuerdo con una metodología de enseñanza similar a la rabínica y que, a partir de los mismos, se fuera formando un depósito de materiales relacionados con la predicación de Jesús.

Por lo que se refiere al judeo-cristianismo situado fuera de Israel, Pedro parece haber desempeñado un ministerio itinerante ya a mediados de los años cuarenta y durante los cincuenta (Hch. 12, 17; 1 Cor. 1, 12; 1 Pe. 1, 1), pero las noticias sobre los otros no son tan claras (1 Cor. 9, 5), aunque no pueden descartarse las referidas a un ministerio de Juan en Asia Menor, ni tampoco las pretensiones de Santiago en este sentido (Sant. 1, 1). Muy posiblemente, los Doce limitaron su ministerio a los judíos —fueran de la Diáspora o de Israel— según los datos consignados en Mt. 19, 28 o Gá. 2, 7-9, sin excluir al propio Pedro. Desde luego, sí parece altamente probable que, a la luz del mencionado pasaje, se vieran y fueran vistos por la comunidad como el germen o núcleo de un Israel renovado bajo Jesús, el Mesías y Señor.

Su importancia resultó, no cabe duda, fundamental, y buena prueba de ello la tenemos en testimonios como el de Apocalipsis 21, 14, donde se les considera, en su conjunto, como fundamento de la Iglesia. Eran el vínculo claro entre el Jesús anterior a la cruz y la comunidad presente y, en tal sentido, implicaban para el judeo-cristianismo una conexión sin precedentes con la divinidad que no se podría repetir en el futuro.

CONTINUARÁ

 

Sobre el tema, véanse C. K. Barrett, The Signs of an Apostle, Filadelfia, 1972; F. Hahn, «Der Apostolat in Urchristentum», en KD, 20, 1974, pp. 56-77; R. D. Culver, «Apostles and Apostolate in the New Testament», en BSac, 134, 1977, pp. 131-143; R. W. Herron, «The Origin of the New Testament Apostolate», en WJT, 45, 1983, pp. 101-131; K. Giles, «Apostles Before and After Paul», en Churchman, 99, 1985, pp. 241-256; F. H. Agnew, «On the Origin of the Term Apostolos», en CBQ, 38, 1976, pp. 49-53; del mismo autor, «The Origin of the NT Apostle-Concept», en JBL, 105, 1986, pp. 75-96; B. Villegas, «Peter, Philip and James of Alphaeus», en NTS, 33, 1987, pp. 292-294; C. Vidal Manzanares, «Apóstol», en DTR.

[ii] En este sentido apunta el pasaje de Juan 21, 15-19. Otro eco de esta tradición en Lucas 22, 31-32.

[iii] Esto concuerda con Lucas 6, 14. No obstante, no está claro si ha influido en Lucas 24, 34, donde Pedro es retratado como el primer discípulo que vio a Jesús resucitado.

[iv] K. H. Rengstorf se ha pronunciado muy favorablemente en el sentido del núcleo histórico del relato en Current Issues in New Testament Interpretation, W. Klassen y G. F. Snyder (eds.), Nueva York, 1962, pp. 178-192. Un punto de vista opuesto, en el sentido de considerar el material de Lucas como «comparativamente pobre», en E. Haenchen, The Acts…, ob. cit., pp. 164-175.

[v] Discurso de Pentecostés, en Hechos 2, 14-42; discurso en el pórtico de Salomón, en Hechos 3, 11-26; discurso ante el Sanhedrín, en Hechos 4, 8-12, etc.

[vi] El estudio de la figura de Pedro ha tendido a verse empañado históricamente por consideraciones que poco tienen que ver con la investigación histórica y sí mucho con las tesis teológicas. Un acercamiento a las fuentes desprovisto de tales apasionamientos en R. Pesch, «Simon-Petrus», en TAG, 1980, pp. 112-124; R. E. Brown, K. P. Donfried y J. Reumann, Pedro en el Nuevo Testamento, Santander, 1976; C. P. Thiede, Simon…, ob. cit.

[vii] P. M. Peterson, Andrew, Brother of Simon Peter, Leiden, 1958.

[viii] R. E. Brown, «The Twelve and the Apostolate», en NJBC, Englewood Cliffs, 1990, p. 1379.

[ix] A. T. Robertson, Una armonía de los cuatro Evangelios, El Paso, 1975, pp. 224-226. En el mismo sentido, M. J. Wilkins, «Disciples», en DJG, p. 181, donde alega, principalmente, la existencia de una coincidencia total en el resto de los nombres.

[x] Por supuesto, las fuentes evangélicas conectan a Jesús con la formación del grupo (Mc. 3, 14-15; Jn. 20, 19 y ss.; etc.) y hay referencias como la de Mateo 19, 28, y Lucas 22, 30, donde se relaciona tal institución con el número de las tribus de Israel y el papel escatológico del Hijo del hombre, que revisten, a nuestro juicio, visos de ser históricamente ciertas.

[xi] Recientemente el tema ha vuelto a ser discutido en profundidad por E. P. Sanders, Jesus…, ob. cit., pp. 91 y ss., en una obra que ha sido galardonada con el Louisville Grawemeyer Award in Religion de 1990. Sanders examina todos los argumentos sobre el tema y concluye que, efectivamente, la existencia del grupo debe situarse en una decisión de Jesús cuyo contenido es evidentemente escatológico. En contra de la posibilidad de retrotraer la institución de los Doce a Jesús, véanse P. Vielhauer, «Gottesreich und Menschensohn in der Verkündigung Jesu», en Wilhelm Schneemelcher (ed.), Festschrift für Gunther Dehn, Neukirchen, 1957, pp. 51-79; R. Meye, Jesus and the Twelve, Grand Rapids, 1968, pp. 206 y ss. A favor de tal posibilidad, véanse L. Gaston, No Stone on Another, Leiden, 1970; F. F. Bruce, New Testament…, ob. cit., pp. 210 y ss.; M. Hengel, The Charismatic…, ob. cit.; C. F. D. Moule, The Birth…, ob. cit., p. 54; C. Vidal, «Apóstol» en DTR.

[xii] Al respecto, véase: C. Vidal, Jesús, el judío (en prensa).

[xiii] J. B. Lightfoot, Saint Paul’s…, ob. cit.

[xiv] H. Vogelstein, «The Development of the Apostolate in Judaism and Its Transformation in Christianity», en HUCA, 2, 1925, pp. 99-123.

[xv] K. Rengstorf, «Apostolos», en TDNT, vol. I, pp. 407-447.

[xvi] G. Klein, «Die Zwolf Apostel», en FRLANT, 59, 1961.

[xvii] W. Schmithals, The Office of Apostle in the Early Church, Nashville, 1969.

[xviii] L. y A. Swidler (eds.), Women Priests, Nueva York, 1977, pp. 141-144.

[xix] H. Riesenfeld, The Gospel Traditions and Its Beginings, Londres, 1957.

[xx] B. Gerhardsson, Memory and Manuscript: Oral Tradition and Written Transmission in the Rabbinic Judaism and Early Christianity, Uppsala, 1961.

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