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Miércoles, 25 de Diciembre de 2024

(CXXVIII): El nacimiento de la izquierda y de los nacionalismos (II): El nacimiento de la izquierda española: un retrato en negativo de la iglesia católica (II)

Viernes, 2 de Febrero de 2024

De manera bien significativa, la izquierda nació en España disgregadora, agresiva, irrespetuosa para con la legalidad y sin sentimiento nacional. Brotaba de eso que  Ortega denominó el vacío humano que surge de las raíces rotas “que dejó, al arrancarse, la fe”.   No se caracterizaría nunca en España por figuras de pensadores ni de reformadores, sino de resentidos sociales y partidarios de la utopía que no pocas veces defendían un anti-cristianismo empapado de tintes mesiánicos como el presente en figuras como Anselmo Lorenzo o el mismo Pablo Iglesias cuya hagiografía fue redactada no de manera casual por cuatro distintas personas a imagen de los cuatro evangelistas que recogieron la vida de Jesús.   Pero – y este aspecto resulta esencial aunque suela pasarse por alto – la izquierda además creció como un reflejo directo de la iglesia católica.   

En los capítulos anteriores, hemos tenido ocasión de ver cómo, a inicios del siglo XVI, España pasó a formar parte de un grupo de naciones diferentes –Portugal, Italia, las repúblicas hispanoamericanas...– al extirpar la Reforma de su suelo y abrazar la Contrarreforma. Semejante paso la apartó de una nueva ética del trabajo, de una visión novedosa del crédito y de los negocios, de una alfabetización amplia como en las naciones reformadas, de la revolución científica, de la primacía de la ley, de una moral que calificaba de grave la mentira y el hurto, de la separación de poderes y de una visión constitucional realmente democrática como fue el caso de la anglosajona, en general, y la norteamericana, en particular. Por añadidura, colocó tanto a España como a las naciones de Hispanoamérica en una tesitura extraordinariamente difícil como fue la de elegir una perpetua minoría de edad sometidas al control de la iglesia católica no sólo en términos religiosos sino también políticos o al no menos férreo de la masonería. Esta situación, ya de por si poco feliz, terminó de agravarse con el surgimiento de una izquierda que no fue desde sus principios sino un retrato en negativo de la estructura mental que la iglesia católica había fraguado. 

Afirmar que la izquierda española no es sino un retrato en negativo de la estructura mental de la iglesia católica puede resultar ofensivo para muchos. En defensa de sus sentimientos heridos, pueden señalar que la iglesia católica es, por ejemplo, enemiga del aborto mientras que la izquierda española, especialmente con ZP, se ha convertido en agresivamente abortista. También podrían alegar que la iglesia católica es profundamente religiosa, mientras que la izquierda parece complacerse en una visión furibundamente laicista. Ambos ejemplos son ciertos, pero no invalidan lo más mínimo la solidez de la afirmación. Las posiciones sobre cuestiones concretas pueden ser –de hecho, son– diferentes, pero la estructura mental de ambas instancias resulta muy similar y eso explica su coincidencia de criterios en cuestiones fundamentales y –paradojas de la Historia– el peso de la izquierda en la Historia reciente de España. 

De entrada, tanto la iglesia católica como la izquierda española comparten un serio complejo de hiperlegitimidad. Si la primera es “la única Iglesia verdadera”, la segunda se presentó en cualquiera de sus manifestaciones – anarquista, socialista o comunista - como la única Política.   En España, por ejemplo, la expresión "la Iglesia", a diferencia de lo que sucede en el mundo civilizado, siempre se refiere a la iglesia católica y nunca va adjetivada. Las otras entidades –sean ortodoxos, reformados o bautistas– no son iglesias y no merecen tal calificativo por definición. Suerte tienen si no los califican de sectas.  Exactamente lo mismo ha considerado desde su nacimiento la izquierda de las demás fuerzas políticas. Carecen de legitimidad alguna y, por supuesto, muchos lectores recordarán la época en que cuando se preguntaba si se pertenecía "al Partido" la expresión iba referida al único partido verdadero, el PCE, al que, con el paso del tiempo, sustituiría el PSOE.  Partiendo de esa auto-otorgada hiperlegitimidad, el resto de entidades similares – sean religiosas o políticas – pueden ocasionalmente ser toleradas e incluso reconocidas como parte de la realidad española, pero no cuentan con una legitimidad parecida. Se las soporta porque, en el fondo, no queda más remedio, pero tal intolerable resulta pensar en un funeral de estado que no resulte católico –aunque los muertos no lo sean– como en un gobierno de coalición de la izquierda con la derecha. 

Esa visión, nacida directamente del dogmatismo religioso de la iglesia católica, explicará en el siglo siguiente que el simple cambio de visión política sea contemplado en términos de apostasía y de conversión espirituales.  Un votante convencido de izquierdas no cambiará su voto –por muy mal que pueda hacerlo su partido - de la misma manera que un católico devoto de la Macarena difícilmente va a convertirse en reformado –podría decir que salvo una acción especial de la gracia - por muchos escándalos que pueda haber contemplado en las más diversas áreas. En ambas situaciones, tanto el devoto de la Macarena como el de la izquierda pertenecen a la "única iglesia verdadera" y ese dogma no puede ser alterado por la pésima actuación propia o por la óptima actuación del contrario.  En uno y otro caso, la razón quedaría orillada por la fe religiosa y el dogma resultaría lo suficientemente poderoso como para desafiar la realidad más tangible. Ocasionalmente, el fiel de izquierda podría irritarse, pero, por regla general, su conducta no sería diferente de la del  católico que decide no ir a misa enfadado con el párroco o suelta un exabrupto de carácter poco piadoso. Si bien se mira, se trata de conductas que confirman donde están sus creencias más íntimas. 

CONTINUARÁ  

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