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Miércoles, 25 de Diciembre de 2024

Mateo, el evangelio judío (XXVIII)

Viernes, 25 de Enero de 2019

(23-25):  El último discurso de Jesús (IV): capítulo 25 el final de esta era

Mateo podría haber acabado su última recopilación discursiva de Jesús en el capítulo 24.  La realidad es que los paralelos con el Deuteronomio  saltan a la vista. 

Los que no creyeron de Israel sólo podían esperar un destino tan penoso como el de la generación de Israel que pereció en el desierto; los que, por el contrario, reconocieron al mesías entraban en la relación del pacto como había sucedido con el Israel fiel que entró en la tierra prometida.  Sin embargo, Mateo añade tres textos más que están recogidos en Mateo 25.  Dos de ellos son parábolas y el último es una descripción del juicio de las naciones.   Las dos parábolas forman parte del grupo de parábolas del Reino y, como otras, inciden en aspectos como el de estar preparados para la venida del mesías y el de aprovechar al servicio del reino lo que se ha recibido de Dios.

La primera parábola – las diez vírgenes – resultaría intolerable a día de hoy.  Jesús no comienza diciendo que respeta todos los puntos de vista, que no desea ofender a nadie y que, a pesar de todo lo anterior, piensa lo que sea.  No.  Jesús es tajante.  Para Jesús, en este mundo hay, fundamentalmente, dos clases de personas: los sabios y los necios.  Los sabios son los que están preparados para reaccionar ante Cristo (el novio) y los necios son aquellos a los que la llegada de Jesús sorprende totalmente desprevenidos.  Puede gustar o no, pero los sabios no pueden ayudar a los necios (25: 9).  A lo sumo, pueden indicarles que deberían haber estado prevenidos, pero no cabe engañarse, puede ser ya tarde (25: 10).  La parábola puede aplicarse a la Segunda venida de Cristo, pero lo más seguro es que no sea ése el sentido original.  Como en otras parábolas semejantes, Jesús está señalando que hay que decidirse y hay que decidirse ya.  El que no entre en el reino ahora es un necio y sólo podrá escuchar de Dios la fase terrible que afirma: no os conozco (25: 12).  Es difícil describir con más claridad lo que es esta vida a fin de cuentas: o se entra en el banquete del Reino o no se entra y los que se quedan sin entrar porque han andado entretenidos en otras cuestiones… bueno, son unos tontos de capirote.

La parábola de los talentos enfoca también lo que es el Reino de los cielos, pero desde otra perspectiva.  Dios ha otorgado a las personas una capacidad que es diferente.  De ellos se espera que rindan de acuerdo con la misma.  Si uno se detiene en los distintos personajes resulta obvio que a ninguno se le pide ni de ninguno se espera más que lo que recibió.  La fidelidad es lo que se espera y la fidelidad – y no la cuantía de los resultados – es lo que se premia.  ¿Qué sucede con el que no es fiel de acuerdo con lo que ha recibido?  Por regla general, suele culpar a Dios por cómo va su vida.  No se plantea que lo que tiene es suficiente para obtener fruto sino que piensa que es el siervo desgraciado de un señor tacaño (25: 24-25).  El resultado es que, al fin y a la postre, no hace nada.  Su actitud deja de manifiesto un corazón miserable que culpa al Señor y que, a la vez, es incapaz de apoyar a los que podrían haber dado fruto con su colaboración.  Si simplemente hubiera puesto su talento en apoyar a otros seguramente habría producido algo, pero ni siquiera eso se le pasó por su mezquina cabeza (25: 26-27).  Al final, Dios no recompensa los resultados sino la fidelidad y la entrega partiendo de las posibilidades más o menos limitadas de cada uno (25: 27-9). En cuanto al inútil, el que siempre encontró razones para pensar que no tenía nada y por eso nada debía esperarse de él, que ni siquiera tuvo la idea de respaldar al que podría haber hecho algo con su apoyo… ¡ay!  A ese sólo le espera el llanto y el crujir de dientes (25: 30).       

El último relato recogido por Mateo sí contiene una clara referencia al juicio final.  El pasaje ha sido utilizado no pocas veces para justificar no sólo la idea de la salvación por obras – una salvación por otro lado que encajaría mal en la que enseñan iglesias como la católica al excluir, por ejemplo, los sacramentos – sino también la de una visión humanista que entregaría la salvación a los que han mostrado bondad al prójimo.  Sin embargo, un examen riguroso del texto nos muestra que Jesús no dice nada parecido.  En el juicio de las naciones, el mesías apartará las ovejas de las cabras.  La expresión no es nada neutra porque Jesús enseñó en repetidas ocasiones quiénes eran sus ovejas.    Las ovejas no lo son por sus méritos ya que están extraviadas y serían incapaces por si mismas de encontrar el camino sino que se convierten en tales porque el Buen pastor fue a buscarlas (Lucas 15: 4 ss).  Esas ovejas han escuchado a Jesús y lo han reconocido porque son suyas (Juan 10: 1-4) resulta, pues, lógico que sean apartadas de los cabritos que recibirán la condenación.   Son benditos del Padre (25: 34) y justos (25: 37), una justicia que sólo se recibe cuando se reconoce la ausencia de méritos y la condición de pecador y se recibe mediante la fe el perdón inmerecido de Dios (Lucas 18: 9-14).  Heredarán el reino y precisamente porque son conscientes de que no se debe a sus méritos incluso se preguntarán cuándo realizaron por el Señor lo que él afirma que hicieron ya que la práctica del bien nunca fue contemplado por ellos como una manera de ir sumando puntos para el cielo.  Por el contrario, fue algo tan natural que casi se puede decir que ha pasado al olvido.

Por el contrario, los malditos, los de la izquierda, irán al fuego eterno que, inicialmente, fue preparado sólo para el Diablo y sus ángeles (24: 41), pero que se ha convertido en su destino para siempre.  A fin de cuentas, en esta vida no escucharon el dolor ajeno y, en términos generales, tampoco se enteraron de que actuaban así.  De esa manera, la Historia habrá llegado a su fin cuando unos vayan al castigo eterno y otros, a la vida eterna (25: 46). 

Así, lo que en el capítulo 23 comenzó como una advertencia imperativa para Israel en el capítulo 25 adquiere una perspectiva universal, esa perspectiva que nos dice que el que no esté preparado para responder adecuadamente cuando Jesús aparezca en su vida es un estúpido aunque cuente con un Premio Nobel de economía, que un día todos tendremos que responder ante Dios de acuerdo a lo que recibimos de El no pudiendo alegar que recibimos poco para dar algún fruto y que, un día, todos comparecerán ante Cristo, el juez de vivos y muertos, y él separará a sus ovejas de los cabritos marcando su destino eterno.  De manera bien reveladora, esas enseñanzas eran pronunciadas por Jesús cuando el drama había llegado a su última fase.

CONTINUARÁ     

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