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Miércoles, 25 de Diciembre de 2024

Mateo, el evangelio judio (I): Mateo 1: 1- 17

Viernes, 12 de Mayo de 2017

Los primeros cristianos pensaron que el primer evangelio fue el de Mateo y no faltan las razones para suscribir ese punto de vista. Cuando se comparan los episodios comunes con el relato de Marcos resulta obvio que éste desarrolla mucho más los materiales y, por lo tanto, es difícil que sea anterior.

Mateo pudo ser también uno de los textos utilizados por Lucas lo que explicará los materiales de enseñanza comunes. No es menos relevante que el primer material escrito que ha llegado a nosotros y que se corresponde con la década de los cuarenta-cincuenta del siglo I sea de Mateo. Con todo, la razón más poderosa para creer en la prelación de Mateo es que es un evangelio judío destinado a judíos. Se mire como se mire, parece mucho más lógico que el primer evangelio fuera dirigido a los judíos – como Mateo – que no a los romanos – como Marcos. El evangelio de Mateo rezuma ese espíritu judío desde los primeros versículos.

Jesús es definido como un hijo de David e hijo de Abraham (1: 1) y, acto seguido, aparece una genealogía que le apunta como el mesías esperado. La genealogía no puede quedar expuesta de una manera más judía. Así, no es completa en el sentido de reproducir a todos los ascendientes de Jesús, pero sí en el de realizar una selección que permite incluso utilizar claves como jugar con el contenido numérico de las letras. Las generaciones se cuentan en número de catorce – mínimo – porque catorce es la suma de las letras hebreas de David. Así, Mateo señala que tanto de Abraham a David, de David al exilio en Babilonia y del exilio en Babilonia al nacimiento de Jesús Dios afirmó por partida triple Su voluntad de traer al salvador esperado por Israel.

Sin embargo, esa lectura judía de la Historia de la salvación no es en absoluto nacionalista. Por ejemplo, en la genealogía aparecen mujeres: Tamar (1: 3), Rahab (1: 5) y Rut (1: 5). Los tres nombres dan que pensar porque Tamar (Génesis 38) fue persona de comportamiento sexual como mínimo heterodoxo; Rahab fue prostituta además de pagana (Josué 2: 1) y Rut – como vimos hace unas semanas – tampoco era originariamente parte del pueblo de Israel. En la genealogía, se da, ciertamente, una línea recta que recorre la Historia de Israel hasta llegar a Jesús, el mesías, pero también se nos recuerda que la salvación no está limitada al pueblo de Israel ni tampoco a gente de postura intachable. Las mujeres – a las que los dirigentes religiosos de Israel miraban por encima del hombro – los extranjeros e incluso aquellos cuya vida sexual no había sido precisamente ejemplar también habían tenido su lugar en la Historia de la salvación. Sin duda, es para pensarlo.

 

CONTINUARÁ

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