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Martes, 24 de Diciembre de 2024

Campus literario (IV): La mirada de Indias (III): Guamán Poma de Ayala

Martes, 6 de Septiembre de 2016

En mi última entrega sobre el campus relaté una parte de la visión de Indias que nos transmitió el mestizo conocido como el Inca Garcilaso. Ese mismo día, en el campus, nos ocupamos de alguien que también era indígena – en este caso, por los cuatro costados – y cuya obra conocemos desde hace poco tiempo.

Me refiero a Felipe Wamán Puma de Ayala o, si ustedes lo prefieren, Guamán Poma de Ayala. Andino por ambos lados, Guamán tuvo como padre a un miembro de la dinastía Yarovilca Allauca Huánuco y como madre, a una inca. Además, a diferencia del Inca Garcilaso, pasó toda su vida en Perú si bien su lengua de expresión preferente fue el español.

Parece que Guamán deseó ser sacerdote aunque no consiguió ser ordenado porque por sus venas corría la sangre india. El principio de limpieza de sangre era esencial en la sociedad española y las Indias no sólo no constituían excepción sino que en ellas la mancha no sólo procedía de la ascendencia judía o mora sino también de la india o negra. Digan lo que digan los defensores de la leyenda blanca, la realidad es que los españoles llevaron a las Indias un racismo estructural cuyas huellas se pueden apreciar, desgraciadamente, hasta el día de hoy.

Guamán fue asistente del visitador eclesiástico Cristóbal de Albornoz en las campañas de Lucanas en contra del movimiento de taki unguy y mantuvo un contacto intenso con las instituciones eclesiásticas, pero de esa cercanía con la iglesia católica sólo obtuvo amargura y desengaño.

Aunque se refirió a si mismo como cacique principal y tiniente de corregidor de indios lo cierto es que no sabemos de esa labor y lo mismo nos sucede con su destierro en Guaylla Pampa, Apcara, cuya razón ignoramos.

En su obra maestra - Nueva corónica y buen gobierno – dejó constancia no sólo escrita sino también gráfica de esa nueva sociedad en la que, ciertamente, algún clérigo mostraba compasión, pero la iglesia católica era la instancia legitimadora de la explotación, la tortura, la muerte y el abuso sexual de los indios e incluso muchas veces perpetraba las peores conductas sobre los indígenas por la sencilla razón de que se beneficiaba de ese sistema bárbaro impuesto por la conquista. Sabemos que en sus últimos días – cuando se quejaba de ser de edad de ochenta años, todo cano y flaco y desnudo y descalso – emprendió el camino con su libro bajo el brazo para intentar hallar justicia para los indios. Si llegó o no a destino lo ignoramos. A decir verdad, después de 1615 no sabemos ya de él. Incluso su obra desapareció.

La pérdida podría haber resultado lamentabilísima, pero, en 1908, la Nueva corónica y buen gobierno fue descubierta por Richard Pietschmann de la universidad de Gotinga en la antigua colección real de la Biblioteca real de Dinamarca. El hallazgo era sensacional porque quien hablaba era un indígena que ya estaba inserto, velis nolis, en la nueva sociedad creada por los españoles. Con todo, hasta 1936, no se publicó una edición facsímil.

Guamán fue muy claro en cuanto a la manera en que contemplaba las Indias. Desde luego, nada que ver con la leyenda blanca. Describió así el trauma de que los indígenas no hubieran entendido quiénes eran los españoles. Aquella gente hablaba con sus papeles, iba vestida como si fueran amortajados, parecía exenta de diferencias sociales por su indumentaria… Creyeron – como señaló el Inca Garcilaso – que eran los viracochas y esa equivocación les resultó fatal. Como Las Casas, Guamán negó que existiera guerra justa incluso aunque la causa fuera la supuesta evangelización. A semejanza del Inca quiso creer que el cristianismo era una realidad en las Indias antes de la llegada de aquellos que afirmaban ser cristianos, pero que, desde luego, no se comportaban como tales. Así llegó a afirmar que san Bartolomé había llegado a América y que a él se debía la Cruz de Carabuco. No creía que la conquista fuera un castigo de Dios, pero sí pensaba que debía servir para apartar a los indígenas de la fornicación, el adulterio y la sodomía

Sin embargo, Guamán no se detuvo en llorar amargamente las desgracias del pasado y las terribles injusticias del presente. Por el contrario, señaló una serie de pasos que debían darse para inspirar una mínima decencia en la sociedad colonial. Por ejemplo, insistió en que los indígenas tenían que aprender a leer y escribir, una meta propia de la Europa de la Reforma, pero no de la España de la Contrarreforma. Guamán se opuso también al mando directo de los extranjeros y abogó por la restitución de las tierras arrancadas a los indios. De manera muy significativa – igual que Las Casas – Guamán defendió también el regreso a la gobernación andina independiente aunque reconociendo la soberanía española.

Guamán creía en el cristianismo y también en las posibilidades de rendención unidas a él. Sin embargo, no podía aceptar que la iglesia católica difundiera la verdad del Evangelio. Había perdido la confianza en ella y no puede sorprender que así fuera. Podía apelar a la oración de Habacuc – el profeta que señaló que el justo vivirá por la fe – pero no a una institución que se había ocupado de oprimir y justificar a los que oprimían. ¿Qué hubiera sido de Guamán si hubiera sabido de la Reforma que ya se producía en Europa y que propugnaba regresar a las Escrituras aunque eso implicara un conflicto con el papado? Quizá no cueste tanto imaginarlo. Creía en el Dios de la Biblia, pero no en la iglesia católica y, yendo de camino, desapareció. Debemos dar gracias de que su obra, al cabo de los siglos, volviera a aparecer y nos transmitiera una mirada extraordinaria de las Indias.

 

CONTINUARÁ

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