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Miércoles, 25 de Diciembre de 2024

Los “cuatro locos”

Sábado, 28 de Septiembre de 2013
Debía ser el año 1978, quizá el 1979. Un amigo de Manresa, catalanista, por cierto, me cantaba las glorias de la autonomía catalana. Aunque algo mayor que yo estaba exultante como un cadete enamorado recitando todos los beneficios que recibiría su tierra a partir de esa circunstancia. Intenté razonar con él lo que iba a significar en realidad todo aquello y, de manera nada sorprendente, no me escuchó.

Al final, visto lo visto, se me ocurrió comentarle el contenido de un mapa de los Países catalanes que colgaba de la pared de un centro religioso al que acudíamos los dos – reconózcase que el lugar tenía su aquel… – y que mostraba cómo el nacionalismo catalán pretendía merendarse las Baleares, el reino de Valencia y un pedazo de Aragón. “Esos son cuatro locos”, dijo mi amigo desdeñando mi argumento, “Son cuatro los que creen en eso”. Como no hay razones que convenzan al que cree sin razones, opté por no seguir discutiendo. No tenía sentido alguno. Mi amigo, por añadidura, estaba redactando su tesis doctoral en catalán. Dado que se trataba de una disciplina de las denominadas ciencias duras la cosa tenía su aquel, pero no quise yo decirle nada porque siempre he sentido una cierta ternura hacia la gente ingenua y lo suyo era ingenuo y, hasta donde se me alcanza, nada malvado. Para colmo, el gesto de redactar la tesis en catalán incluso fue alabado en público apenas unas semanas después por un británico que conocíamos ambos, pero ya se sabe que los británicos son enormemente comprensivos con el despedazamiento de las naciones ajenas – gracias a esa conducta tuvimos una segunda guerra mundial y no hemos tenido una tercera porque, gracias a Dios, dejaron de ser superpotencia – y bastante reticentes cuando se les habla de Gibraltar, Irlanda y hasta hace cuatro días India – donde su gobierno causó durante la guerra más muertos entre civiles inocentes que el Holocausto - o Hong Kong. Pero dejemos a los británicos. Mi amigo empezó a sufrir sus primeras dudas cuando vio lo que gastaba el primer gobierno de Pujol. Seguía siendo catalanista, sin duda, pero fruncía el ceño al ver el gasto - ¿no les dije que era un ingenuo? – en fotocopiadoras en la sede de la Generalidad. “En todas partes, hay sentada una niña muy mona, muy catalana y una fotocopiadora… pero ¿necesitan tantas fotocopiadoras?”. ¡Pobre mío! ¡Lo que habrá visto desde entonces! Por otro lado, aquello ya se lo había yo adelantado y me había dicho orgulloso antes del episodio de las fotocopiadoras que la autonomía se la pagarían ellos. No tardó en darse cuenta a inicios de los ochenta – no ha llovido poco desde entonces – de que no iba a ser tan fácil.

Tardé años en volver a verlo y para entonces no lo encontré tan optimista. Aunque su mujer trabajaba para la Generalidad de Cataluña – o quizá por eso – estaba agobiado por las tropelías del bachiller Montilla. En un momento dado de la conversación me dijo: “Ni te imaginas lo que es aquello. Especialmente los de la Esquerra. Bueno, no te lo cuento que tu eres capaz de utilizarlo”. Dado que a la sazón yo dirigía ya La linterna en COPE su actitud era prudente y no por ello poco reveladora. Además de derrochadores ahora se sabía que eran brutos y, para colmo, ladrones, pero, bajo ningún concepto – conceto que diría Pepiño – se podía saber fuera.

Los “cuatro locos” habían – han - progresado mucho en estos años. Han sembrado el odio contra España desde la enseñanza y los medios de comunicación, han convertido Cataluña en su cortijo, han robado hasta tal punto que incluso el PSOE andaluz parece un grupo de austeros puritanos comparado con los “hijos de Pujol” – como yo he denominado, en términos afectuosos, a los nacionalistas catalanes como casta – han convertido la prensa en la voz de su amo, han hundido la región económicamente y han lavado el cerebro de no pocos para que encima se crean que la culpa es de otros, y, especialmente, de Madrit. En eso último quizá no se hayan tenido que esforzar mucho porque poco gusta más a ciertas culturas que ver siempre la razón de sus fracasos estrepitosos en la acción de otros y así evitar contemplar que la desgracia se la han labrado tacita a tacita. Para colmo, interfieren miserablemente en todos los ámbitos del resto de la vida española. ¿Se imagina alguien que pueda ganar alguna vez el Premio Planeta alguien que ha criticado el nacionalismo catalán y así pueda incomodar al presidente de la Generalidad en la recepción del premio? Yo no. Quizá si me emborrachara lo conseguiría, pero dado que soy prácticamente abstemio lo veo imposible. ¿Piensa alguien que sea posible tener una tertulia en televisión o radio donde no haya cuota catalana a pesar de que en ninguna de sus más que deficitarias televisiones o radios catalanas no hay cuota exterior? Yo no. Podría seguir multiplicando los ejemplos, pero están en la cabeza de todos.

Hace unas horas, esos “cuatro locos” votaron en el parlamento catalán la payasada criminal de los Países catalanes e insistieron en hablar de la unidad de la lengua, una falsedad histórica y filológica, que les permite soñar con someter a sus propósitos dictatoriales a Baleares, Valencia y parte de Aragón. Me he enterado de la deplorable noticia gracias a los amigos valencianos y baleares que me han escrito poniendo el grito en el cielo y diciendo que ni son catalanes ni hablan catalán y que lo que el nacionalismo quiere hacer con ellos es lo mismo que Hitler pretendía con los Sudetes y con Austria. En realidad, es peor porque los habitantes de los Sudetes sí que eran mayoritariamente alemanes y los habían convertido en checoslovacos esos británicos siempre tan sensibles a desmembrar países y los resentidos franceses. En cuanto a los austríacos, hasta la derrota final, mayoritariamente estuvieron encantados de pertenecer al III Reich y, desde luego, hablaban alemán. Por el contrario, que ni baleares ni valencianos – no digo ya aragoneses - han hablado nunca catalán lo sabe cualquiera con un mínimo conocimiento. De hecho, hubo algún clérigo catalán ilustrado que no dejó de suplicar que se tradujeran al catalán, dialecto del provenzal culturalmente atrasado en relación con otras lenguas peninsulares, los libros mallorquines de Raimundo Lulio – del que se han apoderado los “cuatro locos” como del pan con tomate aragonés o de la bandera de la Corona de Aragón – o los libros valencianos. Todos saben que cuando el valenciano había tenido ya un Renacimiento literario brillante, el catalán andaba en mantillas como lengua cultural. Tampoco sorprende si se sabe que su gramática es del siglo XX nada menos y a costa del dialecto barceloní, pero pedir a una nacionalista que sepa Historia es pedir peras al olmo, el árbol no el que no permitía nunca hablar en contra de Pujol aunque, por supuesto, eso no tenía nada que ver con las emisoras de radio que le había concedido el patriarca cuyos hijos, presuntamente, se han llevado dinero a espuertas de Cataluña e incluso han llegado – pecado de lesa patria – a domiciliarse en Madrid porque la gestión de Esperanza Aguirre fue mucho mejor que la de su padre y los que lo siguieron. El caso es que lo que mi amigo me dijo en aquella época no ha podido resultar más distante de la realidad. Por el contrario y a decir verdad, todo, absolutamente todo lo que yo le anuncié se ha cumplido de manera inexorable. Ya me lo comentó una vez mi amiga Flor: “se lo he dicho a mi marido muchas veces. El gran problema que ha tenido siempre César es que ha visto las cosas con treinta años de antelación y la gente no podía entenderlo”. Quizá sea así. Desde luego lo que resulta innegable es que el daño que han causado durante décadas los “cuatro locos” es tan grande, tan terrible y tan costoso que si se marcharan como amenazan sólo podríamos hincarnos de rodillas y darle gracias al Todopoderoso por la misericordia inefable que nos ha mostrado al resto de los españoles… aunque pueda haber algún inglés que se moleste.

 

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