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Miércoles, 25 de Diciembre de 2024

Nanjing (VI): Economía

Lunes, 21 de Mayo de 2018

Constituye casi un tópico hablar del despegue económico chino, pero resulta inevitable. Si se exceptúa el cambio que trajo una revolución industrial nacida de la revolución científica provocada por la Reforma del siglo XVI, jamás en la Historia de la Humanidad se ha avanzado tanto en tan poco tiempo en el terreno económico.

China ha pasado de ser una potencia nuclear, pero tercermundista en los años setenta del siglo pasado a adelantar a todo el orbe con la excepción de unos Estados Unidos a los que va pisando los talones. El grado de avance, de modernización, de consumo es tan espectacular que resulta casi inverosímil. Sin desmontar la dictadura comunista, China ha logrado que sus habitantes vivan mejor que en toda África, que en toda Asia con la excepción del Japón y quizá de Corea del sur y Taiwán, que en Hispanoamérica, mucho más pobre y atrasada, y que en buena parte de Europa oriental. Todo esto además lo ha conseguido sin villamiserias, sin tensiones sociales y sin inseguridad ciudadana.

Cualquiera que haya viajado con cierta extensión por el conjunto de la nación sabe que es así. Basta entrar en centros comerciales, en tiendas de barrios, en restaurantes y se comprobará con creces de lo que estoy hablando porque el supermercado cercano al hotel donde hago algunas compras está por encima de cadenas norteamericanas como Winn Dixie, Publix o Walgreen.

Las razones de ese avance se hallan en un conjunto de pasos que son, lamentablemente, los contrarios a los dados por España en los últimos cuarenta años. A los bajos impuestos, China suma una seguridad ciudadana y una flexibilidad laboral verdaderamente inimaginables en España. Por si se tratara de poca diferencia – y es mucha – China no sólo no ha renunciado a la industria nacional sino que la ha fomentado con verdadero encarnizamiento mientras España ha logrado que la suya haya desaparecido mayoritariamente y tenga un peso en el PIB muy inferior al que tenía en 1975. China se ha esforzado también porque ni un solo sector estratégico quede en manos extranjeras. Conmueve contemplar la compañía tabacalera nacional china a sólo unos minutos del hotel donde me alojo cuando, en España, su equivalente se entregó a manos foráneas. No menos sobrecoge ver las compañías aéreas chinas – varias docenas - tras pensar en el destino corrido por Iberia. De nuevo, el sentido de responsabilidad nacional resulta indispensable para comprender el despegue chino.

Su soberanía monetaria, su independencia nacional, su industria, sus sectores estratégicos siguen en manos de China porque resultan esenciales para el futuro. Parece de sentido común, pero, desde Felipe González, España no ha dejado de caminar en la dirección opuesta. Así se explican los salarios miserables – los elevados siempre están relacionados con la potencia industrial – y la fragilidad de la economía española.

 

CONTINUARÁ

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