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Miércoles, 25 de Diciembre de 2024

Nanjing (IV): del templo de Confucio a la escuela de opositores

Martes, 15 de Mayo de 2018

Les contaba en mi última entrega la impresión que me produjo la visita al museo de las Seis dinastías. No menor, desde luego, fue la que surgió de mi paso por el templo de Confucio y la escuela de opositores.

Confucio es uno de los personajes más relevantes de la Historia de la Humanidad. Se puede matizar esa afirmación indicando que su influencia se limitó a China y naciones aledañas, pero no nos engañemos porque eso es como decir que la influencia de Julio César en la Historia universal es pequeña porque se limitó al imperio romano y a los reinos que surgieron de su colapso. Para ser sinceros, es dudoso que la influencia de Julio César fuera más allá del final del fascismo italiano, pero la de Confucio perdura a día de hoy.

Confucio no fue un fundador de religión, pero su visión, fundamentalmente moral y política, acabó adquiriendo un significado religioso en la medida en que no cuestionaba el culto ya existente en China y lo dotaba de un armazón moral que podría servir de sostén a la nación. A decir verdad, constituyó el cañamazo de una religión civil que hubiera hecho las delicias de un Federico de Prusia, de un Napoleón e incluso de Hitler. Nada de sometimiento a jerarquías espirituales y nada de dogmas, pero sí una aceptación de cualquier tipo de superstición siempre que no erosionara unos principios morales que sirvieran al interés general. En ese sentido, el confucionismo implicó una capacidad de progreso para la Humanidad inferior a la que ha provocado el protestantismo desde el siglo SVI, pero muy superior a la de la iglesia católica. No tuvo, desde luego, jamás una inquisición que arrojara a la hoguera a los disidentes. Mi tesis no es sólo conclusión mía. Lawrence E. Harrison ha dejado de manifiesto cómo Jews, Confucians and Protestants – por citar el título de su libro – han sido elementos extraordinarios en el avance y la prosperidad de los pueblos a diferencia de, por ejemplo, la iglesia católica que ha sido, por regla general, una rémora – por no decir una maldición – en esos aspectos.

Una de las razones del avance provocado por el confucionismo estuvo en el impulso al estudio y a la meritocracia. A diferencia del protestantismo, no defendía una educación universal, pero sí que creía en la importancia de contar con un segmento de gentes educadas, que debían además cubrir los puestos funcionariales y servir de la mejor manera posible a la nación. La manera de seleccionar a los mejores era un complicado sistema de oposiciones que nada tiene que ver con lo que, por ejemplo, se contempla en España donde ser miembro de un sindicato o hablar catalán es mejor considerado que conocer una profesión o ser competente. Ya se sabe los asnos pueden llegar a ministros si son mujeres, catalanes, homosexuales o miembros de un partido o sindicato antes que si son personas preparadas y sabias. ¿Para qué vamos a negarlo?

El sistema de oposiciones – ejercicios que duraban días y en los que los examinandos eran encerrados en celdas donde debían comer, dormir y hacer sus necesidades sin posibilidad de salir – duró en China hasta 1905 y entonces fue desechado no porque no fuera adecuado sino porque sus materias habían quedado atrasadas de cara a un estado moderno. China aún era un imperio, pero antes de la proclamación de la república en 1911 se habían iniciado intentos de modernización nada carentes de sentido común y buen juicio. Por ejemplo, el sistema de oposición común para toda China eliminó las tendencias centrífugas del imperio en favor de un sentimiento nacional unificado. También impuso el chino como la lengua común de todos los chinos por encima de dialectos y lenguas locales. Incluso fijó unos mínimos de competencia que tendrían que existir incluso en el punto más alejado del imperio. No sorprende que con esos mimbres – justo los opuestos a los de la España de hoy, pero también del pasado – China sentara las bases de un funcionariado que serviría al imperio casi milenio y medio sin importar cambios dinásticos y catástrofes nacionales. Guste o no, hay mucho que aprender también de todo esto.

 

 

CONTINUARÁ

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