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Miércoles, 25 de Diciembre de 2024

Hablando de la Reforma en Honduras (y III): Tegucigalpa

Martes, 9 de Mayo de 2017

La última escala de mi viaje por Honduras fue Tegucigalpa, capital de la nación. Fue más que breve que el tiempo pasado en San Pedro Sula, pero no menos intenso.

Por la mañana, estuve en el programa de mayor audiencia de la televisión hondureña para hablar largamente, en el curso de una entrevista, sobre la Reforma. Al mediodía, corriendo tras las entrevistas, tuve que dirigirme a varios centenares de pastores para hablarles de algunos aspectos relacionados con la repercusión social y cultural de la Reforma – nueva conferencia, nuevo coloquio, nueva firma de libros – por la tarde me esperaba una conferencia en un polideportivo en la que debía exponer una visión global del impacto de la Reforma. Fue esta última exposición un episodio extraordinario porque contamos con una audiencia de casi un millar de personas y porque el interés de los presentes resultó tan conmovedor que casi sobrecogía.

La preparación había sido meticulosa y mi exposición vino precedida por la interpretación de alguno de los himnos evangélicos clásicos como Castillo fuerte al que me referí en este mismo lugar el sábado pasado, pero más allá de eso quisiera detenerme en dos anécdotas que para mi fueron muy importantes.

La primera fue que acudió a escucharme un español afincado en tierras hondureñas. Me seguía desde la etapa de La linterna y, especializado en cuestiones de seguridad, en un momento determinado se había visto obligado a abandonar España y buscar cómo ganarse la vida al otro lado del Atlántico. Dada su más que notable competencia – había sido entrenado en Israel, por ejemplo – su empresa destinada a la seguridad servía a instituciones y personas de enorme relevancia que, por discreción, no puedo revelar. Sin embargo, a pesar de su buena situación en Honduras no podía apartar de su corazón a una España que veía con honda preocupación desde América. Sí, a fin de cuentas, por aquí es más fácil sustraerse a las mentiras y ocultaciones de políticos y medios españoles y, precisamente por ello, tener una visión muchas veces más cabal que la que tienen los que viven allí. El resultado, generalmente, es de una enorme tristeza. Fue estupendo charlar y compartir y, a la vez, un cierto regusto de pesar resultó inevitable. No dejo de encontrarme españoles por todo el mundo y en la inmensa mayoría de los casos se trata de gente más que preparada y competente que haría un enorme bien a España si España les hubiera dejado quedarse en ella. La única excepción a esa gente suelen ser los nacionalistas catalanes que van de fatuos comisionistas por este lado del charco y que dejan de manifiesto que Cataluña exporta su asquerosa corrupción porque otra cosa no puede exportar. Insisto: esos y los terroristas de ETA son la excepción. El resto es gente que España ha perdido y que, previsiblemente, no va a recuperar.

La segunda anécdota fue una niña que, poco antes de comenzar la conferencia, se me acercó. Era la hija de una de las señoras que integraban el coro y me empezó a contar con total naturalidad la enfermedad de una amiguita a la que, al final, “se llevó Dios”. Aquella encantadora criatura – Dios la conserve así el resto de su vida – tenía la serenidad, la sencillez y la delicadeza que tanto suelen echarse a faltar en los adultos. Ella sabía que tras la muerte sigue la vida y que su compañera de clase simplemente se había ido con el Señor a cuyo lado estaría mejor. Tan pequeña había captado realidades eternas que se escapan a muchos. No puedo ocultar que me sentí muy conmovido charlando con ella y que la emoción me seguía embargando cuando tuve que comenzar a pronunciar mi conferencia.

Con el paso del tiempo, he ido aprendiendo a separar lo importante de lo que no lo es y estoy convencido de que yo no era lo importante aquella noche. Era el tesón de los que habían preparado el acto, era la atención de los que vinieron – una familia católica al completo se me acercó al final para que les dedicara El legado de la Reforma, pero también para decirme que leerían el libro con enorme interés porque lo que habían escuchado les había tocado espiritualmente – era el testimonio de aquella niña, era mi compatriota trasterrado, era – muy especialmente – volver a comprobar el inmenso poder que contiene la Biblia para sanar la vida de las personas por muy herido que esté su corazón.

 

Al día siguiente, salí de regreso al sur de la Florida con el corazón lleno de gratitud a Dios por unos días que habían resultado de gran bendición para mi. Todavía este fin de semana recibí un mensaje de Daniel contándome que la gente seguía comentando lo bendecida y desafiada que se sentía por aquellas jornadas. Yo sí que me siento agradecido a todos ellos y sé que no tardaré en volver a encontrármelos.

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