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Miércoles, 25 de Diciembre de 2024

Francisco Franco, el caudillo

Jueves, 20 de Agosto de 2015

Desde Felipe II no ha existido un español que haya provocado juicios más diversos que Francisco Franco. Si para unos fue el salvador de España de una revolución comunista, para otros, no pasó de ser un dictador que conculcó las libertades más elementales.

En ambas afirmaciones hay parte de verdad, pero no toda la verdad. Franco fue fundamentalmente un militar marcado como tantos otros – Kitchener y Pétain, sin ir más lejos – por la experiencia colonial africana. Aunque muy cercano a Alfonso XIII, aceptó la república a pesar del cierre de la academia militar de Zaragoza que había fundado y de su descenso en el escalafón. Lejos de apoyar la idea del golpe contra el Frente popular, prácticamente hasta mayo de 1936 esperó llegar a una solución incruenta y, sumado a los golpistas, para si solicitó únicamente el Alto Comisariado en Marruecos. La muerte de Sanjurjo en un accidente aéreo y el avance del ejército de África hacia Madrid le abrieron el camino para convertirse en jefe de estado en septiembre de 1936. La victoria lo afianzó en un poder desde el que logró sobrevivir a la derrota del Eje en la II Guerra mundial a pesar de sus relaciones con Hitler y Mussolini. Sus primeros veinte años de gobierno constituyeron un periodo de miseria que concluyó con España al borde de la quiebra. Es ese un aspecto de su régimen que no se puede olvidar si se desea emitir sobre él un juicio equilibrado: más de la mitad constituyó un fracaso total marcado por la represión, el control asfixiante de la iglesia católica denunciado incluso por algunos de los franquistas y una visión económica fracasada e intervencionista que casi podría calificarse de “socialismo de camisa azul”. De esa situación nada envidiable, salió el régimen franquista gracias a los tecnócratas del Opus que pusieron en marcha el Plan de estabilización, clave para el desarrollo de los años sesenta. Fue aquel avance económico – respaldado por la presencia de dos millones de emigrantes en el extranjero y la limitada presencia femenina en el mundo laboral – el que permitió acercarse al pleno empleo, avanzar económicamente y legitimar el régimen ante muchos españoles ansiosos de superar en todos los sentidos la guerra civil. De hecho, no deja de ser revelador que la verdadera oposición a Franco se concentrara en el PCE y, en los últimos tiempos, en la banda terrorista ETA ni tampoco que muchos de sus detractores posteriores se aprovecharan previamente de las prebendas otorgadas por la dictadura. Franco habría deseado la continuidad del Régimen del 18 de julio a través de Juan Carlos. Las fuentes al respecto son irrefutables por más que muchos se empeñen en repetir que Franco trajo la democracia. Franco quiso perpetuar lo que no era posible prolongar. De la iglesia católica a los poderes económicos pasando por la mayoría de la población, nadie creía en un franquismo sin Franco. En 1973, el gobierno no supo responder a la crisis del petróleo y la nación entró en una crisis económica que fue previa al final del régimen y que se prolongaría años. En noviembre de 1975, mientras Marruecos se apoderaba del Sahara, Franco exhaló su último aliento. El sistema que había nacido con él, sin embargo, había muerto mucho antes.

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