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Miércoles, 25 de Diciembre de 2024

Cincuenta programas

Lunes, 8 de Diciembre de 2014

Esta semana, Dios mediante, La Voz cumplirá sus primeros cincuenta programas de radio. Ese medio centenar de emisiones constituye una experiencia de libertad incomparable y más si se contrasta con lo que está sucediendo no sólo en España sino también en otros países con los medios de comunicación.

​Debo confesar que esta cuestión yo siempre he sido muy ingenuo. Me sorprendí – pero ¿cómo se puede uno sorprender de algo así? – cuando allá por los años noventa censuraban algunos de mis artículos en un periódico de provincias perteneciente a una gran cadena. No les quitaban palabras ni frases. Tampoco me dictaban consignas. Sin embargo, en cuanto cuestionaba el nacionalismo catalán o el avance en el proceso hasta lo que se llamaba la “autonomía plena”, mi artículo no se publicaba. Tardé en darme cuenta de ello meses, pero atando cabos… Claro, ¿cómo iba yo a pensar que veinte años de la muerte de Franco había censura si no parábamos de hablar de las libertades nuevamente disfrutadas? También era yo más joven, eso sí. Los poderes fácticos – más allá del miedo a un golpe militar entre 1975 y el 23-F – los conocí en toda su salsa ya en COPE. También por pura ingenuidad mía. Creía yo que, efectivamente, se podía hacer una radio basada en unos principios y que, por lo tanto, no se podía pactar con el mal. Allí descubrí que se pactaba con el mismo Diablo si se terciaba con tal de mantener y aumentar privilegios. Por eso, a diferencia de Federico no me echaron sino que me marché a pesar de una más que sustanciosa oferta para quedarme dos temporadas más y me marché porque comprendí que quizá nunca me vería obligado a sentarme a la mesa con Satanás, pero que también era posible que cualquier día el príncipe de las tinieblas apareciera como primer indivtado en alguna comida cardenalicia. Hay quien dice que para comer con el Diablo hay que valerse de una cuchara muy larga. Yo tengo la sensación de que basta con tener un estómago lo suficientemente grande.

Partí de aquella radio – donde me robaron, entre otras cosas, la pluma de oro otorgada por defender a las víctimas del terrorismo y un facsímil del texto del Nuevo Testamento de Erasmo de Rotterdam, pero donde también pasé buenos ratos – convencido de que me embarcaba en una aventura de libertad, esta vez sí, completa. Me convencí de que no era así cuando despidió a Lorenzo Ramírez un personaje que luego se vería implicado en el escándalo de las tarjetas negras y que ahora anda dando cuentas en el juzgado por dinero – también presuntamente negro, que ya es querencia con el color - recibido del PP para una ampliación de capital. Lo consiguió puenteándome y después de que yo hubiera logrado salvar a Lorenzo una temporada entera. A partir de ahí, me resultó cada vez más difícil continuar a medida que veía cómo también querían echar a don Roberto Centeno simplemente porque en alguna intervención se permitía decir la verdad sobre algún anunciante financiero que no era Caja Madrid o cómo adoptaban una versión de lo sucedido en Caja Madrid totalmente favorable a Blesa por vaya usted a saber qué razones. En este último caso, intenté hacer comprender – vana empresa – a persona importantísima de la casa que lo de Caja Madrid acabaría siendo un escándalo colosal. Apartó mis objeciones con un “ese juez está loco y debe el alquiler”. Pues a lo mejor estaba loco y lo mismo hasta debía el alquiler, pero en lo de Caja Madrid no era yo el equivocado aunque no supiera lo de las tarjetas negras. Al final – lo he contado varias veces – planteé que se cambiaban algunas cuestiones relacionadas con la gestión o me vería obligado a irme. No me respondieron y me fui.

A partir de la semana siguiente, estuve recibiendo ofertas que fui rechazando una tras otra. De repente, en mayo, de manera que sólo puedo calificar como providencial se abrió una nueva posibilidad. La libertad iba a ser absoluta y contaría con más de cincuenta emisoras asociadas en España más otras varias en Hispanoamérica para trabajar, pero no dispondría de un céntimo de presupuesto y tendría que pagar incluso a mis colaboradores. Pues adelante…

He de confesar que el poner en pie ese programa sin un euro de subvenciones derivadas de la complacencia del poder público ni un centavo de publicidad no ha sido cometido fácil. He señalado ya que sin la buena disposición, verdaderamente indescriptible, de Radio Solidaria y la ayuda de gentes de mis anteriores programas como Miquel Rosselló y Galyna Kalinníkova así como de colaboradores extraordinarios como Sagrario Fernández Prieto, Roberto Centeno y Pilar Muñoz, nunca hubiéramos podido realizar ni un solo programa. Al igual que yo, uno de los colaboradores – sé que no quiere que se sepa quién es – renunció a cobrar como contribución directa a la causa de la verdad y de la libertad. Todos ellos han dado una calidad a las emisiones que no es habitual y que explican por qué ya en la primera semana el programa pasó a ser el segundo – ocasionalmente hemos estado incluso en el primer lugar - más descargado en podcasts de la radio española. A los citados, debo añadir a Antonio Resco - que realiza una labor extraordinaria cada día en la elaboración del boletín de noticias – y a Daniel Díez, perpetua garantía de que el programa salga por las ondas y el ciberespacio.

Porque esto ha sido tremendo… No se trata sólo de la asunción en solitario del coste del programa y de la más que modesta respuesta de posibles oyentes para apoyarlo económicamente aunque algún ejemplo es verdaderamente notable. Además ha habido emociones de todo tipo. Por ejemplo, el primer día, el del estreno, aquel en que todos estaban a la espera de ver cómo salía, se nos cayó la transmisión transatlántica media hora antes de comenzar. Daniel me insistía en que todo se arreglaría y, efectivamente, se arregló. Se arregló para volver a caerse la comunicación interoceánica justo cinco minutos antes de dar inicio al programa. Fue reestablecida dos minutos antes de que empezaran a emitirse las señales horarias de las ocho. Claro que más problemático ha sido el caso de doña Sagrario. Su carnicero es un personaje real, pero no lo son menos sus caídas. Hemos conseguido – Dios lo quiera – conjurarlas en las últimas semanas, pero no ha sido tampoco tarea fácil. Como pasa con las enfermedades, determinados desajustes tienen causas que no siempre son fáciles de detectar. Y – digámoslo todo – algo curtido llegaba yo a estas situaciones. Todavía recuerdo como en un programa de los que realizábamos por provincias en la época de COPE, cuando cinco minutos antes de comenzar el programa no teníamos conexión con Madrid y el director de la emisora desapareció para no dar explicaciones u otra vez en que fallaron todos los invitados destinados a cubrir cuarenta y cinco minutos de entrevistas y también el director desapareció posiblemente temiendo que yo lo abroncara. Comparado con eso, las caídas de doña Sagrario han sido sólo una oportunidad de improvisar.

No es menos cierto que hemos vivido situaciones maravillosas. En primer lugar, el comprobar que nada es equivalente en los medios a informar con libertad y sin estar sometido a las presiones o los intereses de nadie. Hemos contado lo que debíamos contar y cómo debíamos contarlo le guste a quien le guste y le irrite a quien le irrite. El resultado es que muchos días desde el editorial al boletín apenas nos parecíamos a determinados medios, pero estoy convencido de que nuestras noticias eran las importantes y sus silencios los reveladores. Fuimos así los primeros en informa de la dimisión de Ana Mato, pero también los únicos que han explicado de manera amplia e imparcial la situación en Oriente Medio, las consecuencias de las sanciones a Rusia, la actual guerra del petróleo o los entresijos de las acciones de la Casa Blanca. En esa línea vamos a seguir, Dios mediante, porque no estamos al servicio de ninguna instancia humana. En segundo lugar, el comprobar que, si te quieren escuchar, tarde o temprano, te encuentran. Todos los días recibo mensajes de gente que señala su alegría por haber localizado este programa en la radio después de tanto tiempo. Finalmente – y esto lo he visto yo en infinidad de ocasiones a lo largo de mi vida – Dios nos ha ayudado hasta aquí. Estoy convencido de que, en algún momento, cubriremos gastos e incluso – aunque no es nuestra finalidad – hasta tendremos un pequeño beneficio que podremos dedicar a otras obras desinteresadas y necesarias. Quizá sea así antes de llegar al programa cien. En cualquiera de los casos, seguimos ahí porque es necesario que alguien cuente la verdad sin el temor a perder la publicidad de cajas, caixas o almacenes y sin la precaución de criticar a unos, pero suavizar el enfrentamiento con otros por eso de que existe algo llamado publicidad institucional. No es, gracias a Dios, el caso de La Voz. Gracias una vez más y no se pierdan el programa de esta noche. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!

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