Si preguntáramos a la gente que pasa por la calle cuál es su razón para vivir, sin duda, recogeríamos no pocos gestos de perplejidad. Es posible que muchos ni siquiera se lo hayan planteado nunca. Cierto.
En 1862, en medio de la guerra de Secesión, un hombre llamado Wallace Willis, escribió en el territorio indio una canción titulada Steal Away. De manera bien significativa, Willis había sido esclavo y vivía ahora entre los choctaws.
En el último programa de La Voz de 2014 me permití rememorar en media hora escasa aquellos programas que se llamaban Camino del Sur y Regreso a Camino del Sur.
Nunca he ocultado mi preferencia por la música de Juan Sebastián Bach. Enamorado como soy desde la infancia de la música clásica, Bach sigue siendo mi referencia.
Escuché este negro spiritual cuando era sólo un niño y me dejó impresionado. No entendía su contenido, pero la forma musical, la distribución de las notas, la cadencia profunda me llegaron al corazón.
Los que creen que el cristianismo es la pertenencia a una confesión religiosa concreta, el cumplimiento con una serie de ritos y ceremonias y la asunción de una serie de dogmas son numerosos, pero esa circunstancia no evita que estén profundamente equivocados. El cristianismo es esencialmente una relación personal con…
Sé con casi absoluta seguridad que fue la primera canción góspel que escuché y que me dejó fascinado. No debería yo tener más de cinco o seis años, pero aquel sonido incomprensible para mi que concluía con un “Jericho, Jericho” me subyugó.
Corría el año 1963 cuando un cantante de góspel llamado Bill Gaither compuso una canción titulada He Touched Me – Me tocó – en la que expresaba una realidad que nadie que la ha vivido puede pasar por alto.
Algunas personas se preguntan cuál es la finalidad de existencia. ¿Ganar dinero? ¿Llegar a una posición estable? ¿Contemplar cómo su confesión religiosa controla la sociedad? ¿Asistir al triunfo de su equipo preferido? ¿Ver a su partido preferido alcanzar el poder?