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Martes, 24 de Diciembre de 2024

También fuera de los Evangelios… (II): Flavio Josefo

Martes, 11 de Febrero de 2014

A mitad de camino entre el mundo clásico y el judío nos encontramos con la figura de Flavio Josefo. A él le debemos algunas de las primeras referencias históricas sobre Jesús. Contamos con un número considerable de datos acerca de Flavio Josefo dado que fue autor de una Autobiografía (Vida) en la que nos suministra cuantiosa informaciónacerca de si mismo.

Nacido en Jerusalén el año primero del reinado de Calígula (37-38 d. C.), pertenecía a una distinguida familia sacerdotal cuyos antepasados - según la información que nos suministra el propio Josefo - se remontaban hasta el periodo de Juan Hircano. Insatisfecho con la educación religiosa que había recibido en su infancia, a la edad de dieciséis años comenzó a estudiar las sectas de los fariseos, saduceos y esenios, e incluso llegó a vivir tres años en el desierto con un ermitaño llamado Banno. A los diecinueve años, regresó finalmente a Jerusalén y entró a formar parte de la secta de los fariseos (Vida 2). Hacia el 64 d. C. viajó a Roma con el fin de obtener la libertad de algunos sacerdotes judíos que habían sido conducidos allí cautivos por razones de poco peso.

A través de un actor judío llamado Alitiro, conoció a Popea lo que le permitió lograr su objetivo y regresar a Judea colmado de regalos (Vida 3). En el 66 d. C. estalló la guerra contra Roma. Josefo sostiene que él había desaconsejado la ruptura de hostilidades (Vida 4) - cabe la posibilidad de que así fuera dado que la aristocracia judía se beneficiaba del “statu quo” existente en la zona - y que sólo intervino en la contienda obligada por presiones muy fuertes. No obstante lo anterior, Josefo acabó uniéndose al levantamiento e incluso llegó a ser general en jefe de las tropas judías en Galilea (Vida 7; Guerra XX, 4). Sus actividades militares concluyeron en el año 67 d.C. con la captura de la plaza de Jotapata o Yotapata por los romanos (Guerra III, 8, 7-8). Llevado ante Vespasiano, le predijo su futuro entronizamiento (Guerra III, 8, 9), lo que tuvo como resultado inmediato que el romano lo tratara con notable consideración (Vida 75; Guerra III, 8-9) y que, en el año 69, al ser proclamado emperador por las legiones de Egipto y Judea, otorgara la libertad a Josefo (Guerra IV 10, 7), acompañando a su benefactor a Alejandría (Bello IV 11, 5). Regresó de nuevo al escenario bélico con Tito y colaboró en la tarea de intimar a sus compatriotas, cercados en Jerusalén, a la rendición (Guerra V 3, 3; 6, 2; 7, 4; 9, 2-4; 13, 3; VI 2, 1-3; 2, 5; 7, 2; Vida 75). Invitado a tomar parte del botín, a sugerencia del vencedor romano, cuando tuvo lugar la toma de la ciudad, afirma haberse contentado con lograr la libertad de algunos amigos y de un hermano así como con hacerse con algunos libros sagrados. Parece incluso que consiguió la conmutación de la pena capital de tres hombres ya crucificados de los que uno se salvó finalmente (Vida 75).

Terminada definitivamente la contienda, Josefo se trasladó a Roma donde Vespasiano le regaló una mansión, le otorgó la ciudadanía romana y le asignó una pensión anual (Vida 76) así como una finca en Judea. Ni siquiera las denuncias de algunos compatriotas como Jonatán de Cirene (Vida 76; Guerra VII 11, 1-3) hicieron tambalearse tan favorable situación. Tanto Tito como Domiciano continuaron prodigándole su favor, habiéndole concedido este último emperador la exención de impuestos de su finca judía (Vida 76). Focio (Biblioteca 33) fecha la muerte de Agripa en en el año 100 d. C. De ser esta noticia correcta, Josefo hubiera vivido hasta el s. II puesto que la Vida se escribió con posterioridad a ese hecho (Vida 65). No obstante, el dato de Focio dista de ser seguro.
De entre las obras de este autor nos interesan especialmente en relación con la historia del judeo-cristianismo palestino del s. I, la Guerra de los judíos y las Antigüedades, la primera en la medida que recoge datos contemporáneos al desarrollo del fenómeno y la segunda por cuanto contiene referencias explícitas al mismo.

La Guerra de los judíos o Guerra judía se halla dividida en siete libros de acuerdo a un plan original de Josefo. Del prefacio 1, se deduce que la obra fue escrita originalmente en arameo y más tarde reelaborada por el mismo autor en griego con la ayuda de secretarios (Contra Apión I, 9). No cabe duda de que para la elaboración de esta obra partió fundamentalmente de su propia experiencia (C. Ap I, 9, (49) aunque algunos autores han apuntado a una obra flaviana o a los Commentarii de Vespasiano. La obra es considerablemente tendenciosa y no puede dudarse de que constituye un intento - afortunado por otra parte - de congraciarse con el vencedor deformando los hechos históricos en justificación de la política de éste. Que satisfizo a los romanos es indudable.
Tito en persona recomendó la publicación de la obra (Vida 65) y Agripa - a fin de cuentas un paniaguado de Roma - escribió sesenta y dos cartas alabando su veracidad (Vida 65). Con todo, la presentación divergente del conflicto - en cuanto a sus causas y al verdadero papel de Roma en la zona - que se aprecia en las Antigüedades deja de manifiesto que el mismo Josefo no estuvo nunca convencido de la versión dada en la Guerra de los judíos y que, al final de sus días, intentó dejar a la posteridad una visión más cercana a la verdad histórica. Este factor resulta de especial interés para nosotros por cuanto permite advertir los condicionantes ideológicos del autor a la hora de redactar sus obras históricas.

Las Antigüedades abarcan en veinte libros toda la historia de Israel desde el Génesis hasta el año 66 d.C. Algunos autores han visto en ello un intento de paralelo de la Historia romana de Dionisio de Halicarnaso, pero no es seguro que efectivamente ése fuera el origen del plan y de la división de la obra.

Es muy posible que las Antigüedades se escribieran a lo largo de un periodo de tiempo bastante dilatado. Parece ser que el proceso de redacción experimentó diversas interrupciones (Prol. 2) y que, finalmente, se concluyó en el año trece de Domiciano (93-94 d. C.), contando el autor unos cincuenta y seis años (Ant XX 12, 1). La obra, de contenido claramente apologético según propia confesión del autor (Ant. XVI 6, 8), no iba dirigida a los judíos sino a un público compuesto por griegos y romanos.

En las obras de Flavio Josefo nos encontramos con dos referencias claras a Jesús. La primera se halla en Ant, XVIII 63, 64 y la segunda en XX, 200-3. Su texto en la versión griega es como sigue:

Vivió por esa época Jesús, un hombre sabio, si es que se le puede llamar hombre. Porque fue hacedor de hechos portentosos, maestro de hombres que aceptan con gusto la verdad. Atrajo a muchos judíos y a muchos de origen griego. Era el Mesías. Cuando Pilato, tras escuchar la acusación que contra él formularon los principales de entre nosotros lo condenó a ser crucificado, aquellos que lo habían amado al principio no dejaron de hacerlo. Porque al tercer día se les manifestó vivo de nuevo, habiendo profetizado los divinos profetas estas y otras maravillas acerca de él. Y hasta el día de hoy no ha desaparecido la tribu de los cristianos (Ant XVIII, 63-64).

El joven Anano… pertenecía a la escuela de los saduceos que son, como ya he explicado, ciertamente los más desprovistos de piedad de entre los judios a la hora de aplicar justicia. Poseido de un carácter así, Anano consideró que tenía una oportunidad favorable porque Festo había muerto y Albino se encontraba aún de camino. De manera que convenció a los jueces del Sanhedrín y condujo ante ellos a uno llamado Santiago, hermano de Jesús el llamado Mesías y a algunos otros. Los acusó de haber transgredido la Ley y ordenó que fueran lapidados. Los habitantes de la ciudad que eran considerados de mayor moderación y que eran estrictos en la observancia de la Ley se ofendieron por aquello. Por lo tanto enviaron un mensaje secreto al rey Agripa, dado que Anano no se había comportado correctamente en su primera actuación, instándole a que le ordenara desistir de similares acciones ulteriores. Algunos de ellos incluso fueron a ver a Albino, que venía de Alejandría, y le informaron de que Anano no tenía autoridad para convocar el Sanhedrín sin su consentimiento. Convencido por estas palabras, Albino, lleno de ira, escribió a Anano amenazándolo con vengarse de él. El rey Agripa, a causa de la acción de Anano, lo depuso del Sumo sacerdocio que había ostentado durante tres meses y lo reemplazó por Jesús, el hijo de Damneo.

 

No vamos a referirnos aquí a los problemas de fiabilidad histórica que presentan las Antigüedades en su conjunto, sino a los testimonios concretos acerca de Santiago, el hermano de Jesús, y del mismo Jesús. Aclaremos además que el segundo pasaje nos interesa no por lo que señala en sí sobre este último sino por reflejar la existencia de un grupo de seguidores suyos así como por referirse a su origen. Ninguno de los dos pasajes de las Antigüedades relativos al objeto de nuestro estudio es aceptado de manera unánime como auténtico. No obstante, podemos señalar que, por regla general, el referente a Santiago es prácticamente aceptado como tal por la inmensa mayoría de los estudiosos, resultando además muy común aceptar la autenticidad del segundo texto y rechazar la del primero en todo o en parte.

El pasaje relativo a Santiago implica, desde luego, menos dificultad que el relacionado con Jesús, como ya hemos señalado antes. El personaje en concreto fue uno de los dirigentes principales de la comunidad de Jerusalén antes y después de la marcha de Pedro (Hch 15, 1 ss; 21, 18 ss). De él se nos dice que era hermano de Jesús, el llamado Mesías (Cristo). El término “legoménos” no implica en si juicio de valor afirmativo o negativo sino sólamente una manera de identificar al tal Jesús. Que esto proceda de Josefo parece lo más natural si tenemos en cuenta que aparecen varios con este nombre en su obra y que éste intenta distinguirlos siempre de alguna manera. En el caso del hermano de Santiago parece lo más lógico que optara por la identificación más sencilla: le llamaban Mesías. Cuestión aparte, en la que Josefo no entra, es que lo fuera o no.

De aceptarse la tesis de que las palabras “Jesús, llamado Mesías” fueran una interpolación nos encontraríamos con varios problemas de nada fácil resolución. El primero es el hecho de que resulta muy difícil aceptar que un interpolador cristiano se hubiera conformado con una referencia tan modesta. Más probable es que hubiera optado por añadir elementos edificantes y hagiográficos a la historia, aspectos ambos que están ausentes de la misma. En segundo lugar, aquí “Mesías” aparece como título - lo que era efectivamente - y no como un nombre, deformación lingüística que se aprecia en los cristianos del día de hoy y que surgió pronto en el ámbito helenístico. Un interpolador cristiano, sobre todo si hubiera sido de origen gentil, jamás hubiera añadido una coletilla de tan rancio sabor judío. En tercer lugar, señalemos que Orígenes conoció este pasaje y lo cita tal cual no disminuido en su contenido que - como hemos señalado - encajaría a la perfección con Josefo. Finalmente, resulta más que dudoso que un interpolador cristiano se hubiera conformado con decir solamente que a Jesús lo llamaban Mesías. Lo más lógico hubiera sido esperar una afirmación más calurosa en relación con la mesianidad de Jesús, en cualquier caso algo más que una simple constatación de un dato frío. A nuestro juicio pues el pasaje de Ant XX tiene todos los visos de ser auténtico. Debemos señalar además que el hecho de que Josefo hablara en Ant XX de Santiago como “hermano de Jesús llamado Mesías” sin dar más explicaciones al respecto acerca del mencionado Jesús da pie a suponer que había hecho referencia a este personaje concreto con anterioridad. Lo cierto es que, efectivamente, tenemos una referencia anterior acerca de Jesús en Josefo, la que se halla en Ant XVIII 3, 3.

 

Ciertamente, la autenticidad del mencionado texto no fue cuestionada prácticamente hasta el siglo XIX y el hecho resulta comprensible si tenemos en cuenta que todos los manuscritos que han llegado hasta nosotros lo incluyen sin excepción. Cabe decir por lo tanto que la evidencia textual de los manuscritos se manifiesta unánimemente en favor de su autenticidad. Con todo, ciertas presuntas inconsistencias de tipo interno aconsejan examinar a fondo el texto y discernir lo que puede haber de josefino en el mismo. Comenzaremos por aquellas partes que, en nuestra opinión, deben ser atribuidas sin dudar a Josefo.

Parece bastante posible que la afirmación de que Jesús era un “hombre sabio” sea josefina. Ciertamente esa limitación de atributos en relación con Jesús encaja difícilmente con un interpolador cristiano. Tanto la limitación de Jesús a una mera condición humana como la ausencia de otros apelativos hace prácticamente imposible que su origen sea cristiano. Añadamos a esto que la expresión, por el contrario, tiene paralelos en el mismo Josefo (Ant XVIII 2, 7; X 11, 2) y, por lo tanto, es muy posible que proceda de este autor. También es muy probable que resulte auténtico el relato de la muerte de Jesús. Se menciona la responsabilidad de los saduceos en la misma – un argumento exculpatorio común en autores judíos hasta el siglo XXI - y se descarga la culpa inherente a la orden de ejecución sobre Pilato, algo que ningún evangelista (no digamos cristianos posteriores) estaría dispuesto a afirmar de forma tan tajante, pero que sería lógico en un fariseo y más si no simpatizaba con los cristianos y se sentía inclinado a presentarlos bajo una luz desfavorable ante un público romano. Por último, otros aspectos del texto apuntan asimismo a un origen josefino. En primer lugar, está la referencia a los saduceos como “los primeros entre nosotros”. Esta expresión encaja perfectamente con el estilo del Josefo de las Antigüedades en discrepancia con el de la Guerra que nunca emplea el pronombre de primera persona. Finalmente, la referencia a los cristianos como “tribu” (algo no necesariamente peyorativo) también armoniza con las expresiones josefinas (Guerra III, 8, 3; VII, 8, 6) aunque habría sido descartado por un interpolador cristiano.

Resumiendo pues, se puede afirmar que resulta muy posible que Josefo incluyera en las Antigüedades una referencia a Jesús como un “hombre sabio”, cuya muerte, instada por los saduceos, fue ejecutada por Pilato, y cuyos seguidores seguían existiendo hasta la fecha en que Josefo escribía. Pasemos a continuación a las expresiones cuya autoría resulta más dudosa.
En primer lugar, está la clara afirmación de que Jesús “era el Mesías” (Cristo). El pasaje, tal y como nos ha llegado, pudiera tener resonancias neotestamentarias claras (Lc 23, 35; Jn 7, 26; Hch 9, 22). No es imposible que Josefo conociera algunos escritos del Nuevo Testamento y, hoy por hoy, parece demostrado que conocía relativamente bien el cristianismo y que incluso en las Antigüedades se recogen diversos intentos de interpretación de las Escrituras contrarias a las de este movimiento, pero, con todo, aquí no nos hallamos con una declaración neutra al estilo de la de Ant XX, sino con una evidente confesión de fe. Salvo algún caso aislado, que sostiene la conversión de Josefo, existe casi una total unanimidad hoy en día en negar - como ya en su día lo hizo Orígenes (Contra Celso I, 47; Comentario sobre Mateo X, 17) - la posibilidad de que este autor creyera en Jesús como mesías. Es por ello, por lo que el pasaje, tal y como nos ha llegado, no pudo salir de su pluma.

Ahora bien, no se puede descartar que, efectivamente, Josefo hiciera una referencia a las pretensiones mesiánicas de Jesús. De hecho parece obligado considerarlo así si tenemos en cuenta que le serviría para explicar el que a sus seguidores se les denominara “cristianos”. Cabe la posibilidad de que fuera una nota injuriosa que resultó suprimida por un copista cristiano que se sintió ofendido por la misma aunque resulta también verosímil que Josefo se limitara a señalar que Jesús era considerado el Mesías por algunos sin que él apoyara tal pretensión. De ser cierto este último supuesto, también el pasaje resultó previsiblemente alterado - por considerarlo demasiado tibio - por el copista cristiano. Seguramente, las palabras “si es que puede llamársele hombre” son una interpolación cristiana. Parecen desde luego presuponer la creencia en la divinidad de Cristo (algo impensable en un judío no cristiano). Ahora bien indirectamente sirven para reforzar el carácter auténtico del “hombre sabio” josefino. Es posible que el supuesto censor cristiano no se sintiera contento con lo que consideraba un pálido elogio de Cristo y que añadiera la apostilla de que no se le podía limitar a la categoría de simple ser humano.

 

La expresión “maestro de gentes que aceptan la verdad con placer” posiblemente sea también auténtica en su origen si bien en la misma podría haberse deslizado un error textual al confundir (intencionadamente o no) el copista la palabra TAAEZE con TALEZE. De hecho, el pasaje, con esta variación, presenta resonancias de Josefo por cuanto tanto las expresiones parádodsa erga como edoné déjeszai cuentan con paralelos en las Antigüedades. Por otro lado, la lectura, que con TALEZE resultaba aceptable para un cristiano al convertir a los seguidores de Jesús en amantes de la verdad, con TAAEZE encajaría perfectamente en una visión farisea moderada de Jesús: él fue un hombre sabio, pero sus seguidores, en su mayoría, eran gente que buscaban sólo el elemento espectacular.

Finalmente, nos queda por discutir el grado de autenticidad que puede tener la referencia de Josefo a la resurrección de Jesús. Desde luego, tal y como nos ha llegado, no puede provenir de este autor porque - una vez más - implicaría prácticamente una confesión de fe cristiana. Ahora bien, admitido este punto, caben dos posibilidades: que el texto sea una interpolación total o que presente un cercenamiento del original. Sin ningún dogmatismo, creemos que esta última posibilidad es la que más se acerca a la realidad. De ser cierta esta hipótesis, el relato adquiriría además una clara coherencia porque señalaría la base de explicación de la permanencia del movimiento originado en Jesús: sus seguidores afirmaban que había resucitado.

Resumiendo, pues, podemos decir que el cuadro acerca de Jesús que Josefo reflejó originalmente pudo ser muy similar al que señalamos a continuación. Jesús era un hombre sabio, que atrajo en pos de si a mucha gente, si bien la misma estaba guiada más por un gusto hacia lo novedoso (o espectacular) que por una disposición profunda hacia la verdad. Se decía que era el Mesías y, presumiblemente por ello, los miembros de la clase sacerdotal decidieron deshacerse de él entregándolo a Pilato que lo crucificó. Ahora bien, el movimiento no terminó ahí porque los seguidores del ejecutado, llamados cristianos en virtud de las pretensiones mesiánicas de su maestro, DIJERON que se les había aparecido. De hecho, en el año 62, un hermano de Jesús, llamado Santiago, fue ejecutado por Anano si bien, en esta ocasión, la muerte no contó con el apoyo de los ocupantes sino que tuvo lugar aprovechando de un vacío de poder romano en la región. Tampoco esta muerte había conseguido acabar con el movimiento. Cuando Josefo escribía, seguían existiendo seguidores de Jesús.

Aparte de los textos mencionados, tenemos que hacer referencia a la existencia del Josefo eslavo y de la versión árabe del mismo. Esta última, recogida por un tal Agapio en el s. X, coincide en buena medida con la lectura que de Josefo hemos realizado en las páginas anteriores. No obstante, resulta obligatorio mencionar que su autenticidad resulta cuando menos problemática aunque no pueda descartarse sin más la posibilidad de que reproduzca algun texto de Josefo más primitivo que el que nosotros poseemos. Su traducción al castellano dice así:

En este tiempo existió un hombre sabio de nombre Jesús. Su conducta era buena y era considerado virtuoso. Muchos judíos y gente de otras naciones se convirtieron en discípulos suyos. Los que se habían convertido en sus discípulos no lo abandonaron. Relataron que se les había aparecido tres días después de su crucifixión y que estaba vivo; según esto, fue quizá el Mesías del que los profetas habían contado maravillas”.

En cuanto a la versión eslava, poca duda puede haber de que no es sino un conjunto de interpolaciones no sólo relativas a Jesús sino también a los primeros cristianos.
Josefo era, ciertamente, un adversario de Jesús y de sus seguidores, pero los datos que proporciona sobre su vida se corresponden claramente con los que poseemos gracias a otras fuentes y corroboran la historicidad del personaje.

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