Las palabras de Jesús tienen un contenido que me parece imposible de negar. La libertad sólo puede alcanzarse – o recibirse – cuando se conoce la Verdad y uno se adhiere a ella de todo corazón. Sin Verdad no hay libertad y quizá por eso uno de los mayores enemigos de la libertad de los últimos tiempos se atreviera a decir que no es la verdad la que nos hace libres sino la libertad la que nos hace verdaderos. Gravísimo error. El que no conoce qué esclaviza y quién lo esclaviza difícilmente puede ansiar la libertad de manera cabal. Hasta es muy posible que ansíe una servidumbre propia de los esclavos felices. Mientras escribo esto me acuerdo de un pobre toxicómano al que conocí hace treinta años cuya vida se veía aniquilada por el consumo de heroína. Cuando su madre y algunos miembros de la iglesia en que ella se congregaba fueron a verle y le hablaron de la libertad que podía tener en Jesús, el infeliz se indignó diciendo que nada le daba tanta libertad como la droga. Unos meses después, aquella sustancia blanca lo arrancó de este mundo, pero hay que ser muy perverso o muy cándido para afirmar que lo liberó. Lo único que libera es la Verdad.