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Miércoles, 25 de Diciembre de 2024

XXV.- El tercer período mecano (619-622) (II): Del pacto de las mujeres al Juramento de la guerra

Viernes, 3 de Abril de 2020

La relación de Mahoma con Yatrib era, como vimos, antigua y, de hecho, allí vivían algunos familiares suyos por vía materna e incluso algún hermano de leche.  En Yatrib vivían dos tribus árabes – los aws y los jazrach – cuyo poder era equilibrado por la presencia de varias tribus también árabes, pero ya convertidas al judaísmo.  De hecho, en el año 617 los dos grupos se habían enfrentado en la batalla de Buat.  Aunque los aws habían conseguido imponerse militarmente, al fin y a la postre, habían sido los judíos los que habían conseguido controlar la situación y pasar a administrarla. 

     Los jazrach mantenían muy buenas relaciones con los judíos de Yatrib y les habían escuchado afirmar que la venida del mesías estaba muy cerca.  Precisamente por ello, según la tradición, en la peregrinación del año 620, un grupo identificó a Mahoma con ese mesías y abrazó su predicación.  Al año siguiente, doce habitantes de Yatrib pertenecientes a los aws y a los jazrach se entrevistaron con Mahoma en la colina de al-Aqaba, cerca de la Meca.  El resultado del encuentro fue el denominado baya al-nisa(pacto de las mujeres) ya que, en virtud del mismo, se comprometieron a defender a Mahoma como lo harían con sus propias mujeres y a creer en un Dios único, a no robar, a no cometer adulterio, a no matar a las niñas, a no mentir y a obedecer a Mahoma. 

      Algunos han visto en este pacto una primera versión de la aleya 12 de la sura 60 [2], pero esa interpretación no es segura.  De hecho, se trataba de un pacto no islámico, pero sí monoteista.  El acuerdo no implicaba un reconocimiento de Al.lah como el Dios único sino sólo el compromiso de creer en un solo Dios, algo que resultaba más que aceptable a judíos como hubiera podido serlo para cristianos.  En otras palabras, se trataba de un acuerdo político que aceptaba el caudillaje de Mahoma y que tenía implicaciones morales e incluso religiosas, pero que no significaba la aceptación de la revelación coránica.  Tan obvio resultaba este aspecto que nada más regresar a Yatrib, Mahoma les envió al mecano Musab b. Umayr para explicarles la nueva fe.  Musab – que recibiría el apelativo de al-Muqri (el lector) – tuvo un éxito notable hasta el punto de que, según la tradición, logró convertir a las familias más relevantes de las dos tribus y presidió la oración.

     Al año siguiente, los seguidores de Mahoma que se dirigieron a la peregrinación acudieron mezclados con los idólatras.  Su crecimiento numérico había sido notable – quizá ya llegaban en torno a los cuatrocientos – y se acordó una segunda reunión secreta con los ansar (defensores) que era como se denominaba a los discípulos de Yatrib.  Se celebró, según la tradición, en la misma colina de Aqaba entre el 11 y el 12 de Du-l-Hishsha, el segundo día del tasriq, es decir, uno de los tres días que seguían al del sacrificio y que aquel año correspondió con los últimos días de junio o primeros de julio de 622.  Existía un interés acentuado por mantener la confidencialidad del encuentro de manera que cuando concluyó, Mahoma regresó a la Meca y los ansar a su campamento.  Pasado un tercio de la noche, los seguidores de Mahoma se marcharon mientras los idólatras seguían durmiendo en dirección al sib de al-Aqaba.  Eran, según las diversas tradiciones, entre setenta y setenta y tres hombres y dos mujeres que esperaron en el barranco hasta que Mahoma hizo acto de presencia.  De manera bien significativa, iba acompañado por al-Abbas, su tío, que todavía era idólatra, pero que deseaba asegurarse de que las garantías ofrecidas a su sobrino eran suficientemente sólidas.     

     Al-Abbas insistió en que los habitantes de Yatrib fueran leales en su comportamiento ya que, en realidad, Mahoma contaba con la posibilidad de permanecer en la Meca donde disponía de protección.  Éstos invitaron entonces a Mahoma a exponer lo que deseara lo que éste aprovechó para explicarles su doctrina y recitarles algunas aleyas del Corán.  Acto seguido, los invitó a sellar una alianza.  El ofrecimiento fue aceptado por Al-Bara b. Marur, pero Abu-l-Haytam b. al-Tayyihan recordó que existían pactos con los judíos de Yatrib y de los alrededores que tendrían que ser quebrantados.  Deseaba, por lo tanto, saber si, en caso de que dieran ese paso cabía la posibilidad de que Mahoma regresara a su tierra y los abandonara.  La respuesta de Mahoma fue afirmar que la sangre de ambos era la misma y que estaba dispuesto a combatir a quien ellos combatieran y a sellar la paz con quien ellos lo hicieran.

     El pacto quedó así concluido comprometiéndose la gente de Yatrib a defender a Mahoma frente a sus enemigos negros (los árabes) y rojos (los bizantinos y otros pueblos no árabes).  Sólo habría una condición para esa regla general que sería la de que Mahoma no hubiera comenzado las hostilidades.  El acuerdo – que recibiría el nombre de Juramento de la guerra – implicaba no pocos riesgos y así lo indicó con prudencia al-Abbas b. Ubada.  Sin embargo, no le prestaron oídos y, finalmente, el pacto fue sellado al darse la mano todos los reunidos, salvo las mujeres que se limitaron a aceptarlo de forma verbal.  Mahoma se despidió regresando a Medina mientras que el resto de los reunidos volvió al campamento donde seguían durmiendo los idólatras.  No tardarían en encontrarse en el curso del acontecimiento que cambiaría de manera radical la existencia de Mahoma y con ella la Historia universal.

CONTINUARÁ


Véase: J. Akhter, Oc, p. 59 ss; T. Andrae, Mahoma…, pp. 39 ss; K. Armstrong, Oc, pp. 135 ss; M. Cook, Muhammad…, pp. 12 ss;  J. Glubb, Oc, pp. 131 ss; M. Lings, Oc, pp. 119 ss; T. Ramadan, Oc, pp. 74 ss; J. Vernet, Oc, pp. 63 ss; W. M. Watt, Oc, pp. 77 ss; C. V. Gheorghiu, Oc, pp. 208 ss.

 

[2]  En ese sentido, J. Vernet, Oc, p. 62 ss.

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