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Miércoles, 25 de Diciembre de 2024

(LV): El final (II): La represión

Viernes, 29 de Enero de 2021

Los mecanos no presentaron resistencia a las tropas de Mahoma.  A esas alturas, resultaba más que manifiesto que no hubiera servido de nada salvo para que la ciudad quedara sumida en un baño de sangre.   Mahoma entró en la ciudad y, según la tradición, se dirigió hacia la Kaaba y ordenó que se procediera a la destrucción de las imágenes que había en su interior.  No resulta fácil saber qué deidades se hallaban representadas en el interior del santuario.  Muy posiblemente, había alguna imagen de Hubal, patrón de la Meca; de las tres diosas que se filtraron en las aleyas satánicas; o de personajes como Wadd, Suwaa, Yagut, Yauq y Nasr[1].  Sólo hizo Mahoma una excepción, por otro lado, bien significativa.  Se trataba de una pintura que representaba a la Virgen María y al Niño Jesús que, según la tradición, llegó a cubrir con su mano para evitar su destrucción.

Acto seguido, Mahoma llevó a cabo la oración ritual y proclamó el carácter sagrado de la Meca.  Esta circunstancia implicaba una prohibición clara de derramar sangre en su interior o cortar sus árboles.  Todo ello resulta bastante iluminador sobre el carácter pre-islámico de la Meca ya que ese carácter sagrado no implicaba que se hubiera convertido en una ciudad santuario.  No escaparían a su castigo aquellos que llegaran a la Meca y que tuvieran la condición de rebelde, de fugado tras derramar sangre o de causante de una catástrofe.

      En teoría, el hecho de que Mahoma hubiera conquistado la Meca convertía a sus habitantes en cautivos.  Sin embargo, Mahoma prefirió adoptar un comportamiento más suave a la vez que más inteligente.  En primer lugar, declaró libres a los mecanos que, en adelante, serían pues conocidos como tulaqa (libertos).  Pero, de manera inmediata, en medio de un clima en el que la mayoría debió sentirse aliviada al verse a salvo, procedió a dictar un bando de proscripción.

     Resulta muy revelador analizar los grupos que fueron incluidos en la lista de la represión ordenada por Mahoma.  En primer lugar, se encontraban los poetas.  Semejante circunstancia no debe interpretarse como un desprecio de Mahoma hacia la poesía - ¡todo lo contrario! – sino como un comprensible resquemor hacia un sector social que no sólo no había dudado en convertirlo en blanco de sus ataques sino que, por añadidura, contaba con una notable influencia social.  Los poetas, salvando las distancias, ejercían un peso social que, en la actualidad, sería equiparable al de ciertos periodistas y comunicadores mediáticos.  Mahoma reaccionó, como tantas instancias de poder en la actualidad, alternando la represión con la aceptación de aquellos que realizaran un acto de sumisión.  Ése fue el caso, por ejemplo, de Kab b. Zuhayr.   Según la tradición, este poeta se presentó embozado una noche ante la tienda de Mahoma y le solicitó permiso para hablar sin ser interrumpido.  Mahoma, ignorando de quién se trataba, se lo concedió.  Kab b. Zuhayr entonó entonces un poema en el que se mezclaban temas como la falta de confianza que hay que tener en las palabras de las mujeres, la fugacidad de la vida, la firmeza de los guerreros que habían tomado la Meca y, sobre todo, la confianza en la clemencia de Mahoma, del que reconocía que lo había amenazado, pero a cuya misericordia se entregaba.  Se trataba de una poesía verdaderamente extraordinaria y que no podía resultar más clara en su contenido: Mahoma era el vencedor y Kab b. Zuhayr estaba más que dispuesto a someterse a sus órdenes.  La respuesta de Mahoma fue perdonarlo y regalarle su capa (burda).  En adelante, este tipo de poesía sería conocida precisamente por ese nombre. 

      En la lista de proscripción se hallaba también Hind, la mujer de Abu Sufyan.  Sobre la manera en que tuvo lugar su sometimiento se conservan varias tradiciones imposibles de reconciliar[2].  La más verosímil a nuestro juicio es la que indica que, previamente su marido había intercedido en su favor ante Mahoma, pero éste se había limitado a indicar que había que esperar a saber cuál era la voluntad de Al.lah.  Fue así como anunció una nueva revelación que quedaría contenida en la aleya duodécima de la sura sexagésima:

  1. ¡Profeta! Cuando las creyentes vengan a ti a prestarte juramento de fidelidad, de que no asociarán nada a Al.lah, que no robarán, que no cometerán adulterio, que no matarán a sus hijos, que no inventarán mentira[3], que no te desobedecerán en lo bueno, acepta su juramento y pide perdón por ellas.  Al.lah es perdonador, misericordioso.

 

     El texto pronunciado por Mahoma daba a entender que las mujeres iban a ser perdonadas.  Posiblemente fue esa circunstancia la que impulsó a éstas a pedir a Hind que se convirtiera en su portavoz.  A través de Umar, Mahoma hizo saber a Hind que deseaba hablar con ella.  Abrumada, Hind se adelantó hasta el lugar donde se encontraba Mahoma y escuchó las que serían sus futuros deberes como mujer.  La respuesta de Hind constituyó una verdadera declaración de principios:

 

-       Tú nos impones obligaciones que no has exigido de los hombres.  Sin embargo, las aceptamos y no seremos infieles con tal de que Al.lah nos perdone el pasado[4].

  

     Hind era consciente de que las mujeres no contarían con un trato de igualdad en la nueva sociedad constituida por Mahoma.  Tampoco conservarían el status más libre de la sociedad en que habían crecido.  A decir verdad, sobre ellas pesarían obligaciones de las que estarían exentos los hombres.  Con todo, las vencidas estaban más que dispuestas a aceptar esa situación si a cambio podían lograr que se les respetara la vida.  Acto seguido, Mahoma fue explicando a Hind las obligaciones concretas de las mujeres y, finalmente, pidió una copa, ordenó que la llenaran de agua y metió en ella la mano.  Después requirió a las mujeres para que hicieran lo mismo ya que él no podía dar la mano a todas.  De esa manera, se cumplió el acto de juramento.

     CONTINUARÁ


[1]  No está claro quiénes eran estos personajes.  Según Ibn al-Kalbi, eran unos hombres justos que murieron a lo largo de un mes y que acabaron convirtiéndose en objeto de culto.  El problema con esa explicación es que pasa por alto el hecho de que, según la tradición, estos objetos de culto tenían forma animal.

[2]  Un sumario de ellas en J. Vernet, Oc, p. 165.

[3]  Tradicionalmente, se ha interpretado como una referencia a las mujeres que dicen a sus maridos que un hijo que no es suyo lo es.  En el mismo sentido, véase la edición del rey Fahd.

[4]  Una traducción similar del texto en J. Vernet, Oc, p. 163. 

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