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Jueves, 26 de Diciembre de 2024

Ángeles y demonios en el judeo-cristianismo del siglo I en Israel

Domingo, 24 de Abril de 2016

LOS PRIMEROS CRISTIANOS: LA IDEOLOGÍA DEL JUDEO-CRISTIANISMO EN EL ISRAEL DEL SIGLO I (XVI): LA ANGELOLOGÍA DEL JUDEO-CRISTIANISMO DEL SIGLO I EN LA TIERRA DE ISRAEL (I): Ángeles y demonios en el judeo-cristianismo del siglo I en Israel

Al igual que otros movimientos del judaísmo coetáneo, el judeo- cristianismo afincado en Israel contó con una angelología y una demonología propias. Con todo, ambas comparadas con las de otros grupos judíos presentan unas características y una relevancia determinadas que nos obligan a proceder a su examen específico. En esta entrega, trazaremos, en primer lugar, un breve panorama de la angelología y demonología judías, y después expondremos la visión de los ángeles de Dios y de los demonios que aparece en el judeo-cristianismo asentado en Israel.

La angelología y la demonología judías[1]

Aunque la afirmación rabínica de que el origen de la angelología judía se encuentra en Babilonia (TalPal., Rosh Hasha. 56d; Gen. R. 48) exija matizaciones, no cabe duda de que buen número de las ideas conectadas en el judaísmo con esta área de la teología tiene raíces orientales de origen iranio y mesopotámico.[1]

Ciertamente, los libros del canon judío del Antiguo Testamento recogen numerosas referencias a los ángeles. Ya hemos hablado en otra parte de este estudio acerca del Ángel de YHVH. Además debe señalarse que en otros pasajes del Antiguo Testamento hay también referencias antiguas a la creencia en ángeles (Sal. 89, 5 y 7), a los que, ocasionalmente, se denomina «hijos de Dios» (Jb. 1, 6; 38, 7; posiblemente Gn. 6). Incluso de ciertas fuentes parece desprenderse la existencia de una cierta jerarquía entre ellos (Is. 6, 1; Sal. 104, 4). Se les atribuyen ciertas plagas que se interpretan como juicios divinos (2 Sm. 24, 16; Zac. 1, 7-17). Se afirma que protegen a los siervos de Dios (2 Re. 6, 17; Sal. 34, 7; Is. 3, 9). Se menciona también a aquellos ángeles que participan en combates cuyo lugar está en el ámbito espiritual (Dn. 10, 1 y ss. y 12, 1 y ss.), y más específicamente el nombre de Gabriel (Dn. 8, 16; 9, 21) y el de Miguel (Dn. 10, 13 y 21; 12, 1).

Tampoco es ajeno el Antiguo Testamento – en contra de lo que se repite a menudo - a la figura de Satán, un ser angélico cuyas características principales son las de acusar a los siervos de Dios (Jb. 1, 6; Zac. 3, 1), tentarlos con la finalidad de causarles daño (Jb. 2, 3; 1 Cr 21, 1) y someterlos a pruebas (Jb. 2, 3-5) que los lleven a apartarse de Dios. Satán puede causar enfermedades y desgracias de todo tipo incluso a los siervos de Dios (Jb. 1-3), pero, al menos en ese caso, sólo hasta donde Dios lo permite (Jb. 1, 12; 2, 5-6).

Pese a lo anterior, y en términos generales, la angelología veterotestamentaria no parece excesivamente desarrollada si se compara con la posterior. Son muy escasas (y poco concretas) las referencias a la jerarquía angélica; salvo en Daniel no aparecen nombres angélicos; las funciones de los ángeles resultan limitadas; apenas está esbozado el tema de la caída de los ángeles o de su actuación en el curso de la historia, etc.

Dentro de los libros deuterocanónicos, el tema de los ángeles no está mucho más desarrollado que en el canon hebreo. Salvo las referencias contenidas en el segundo libro de los Macabeos relativas a las apariciones de ángeles al frente del ejército judío (2 Mac. 10, 29; 11, 8-10; 3, 25), que incluso cuentan con antecedentes, puede decirse que el papel de los ángeles no es muy relevante. La única excepción a esta perspectiva la representa el libro de Tobías o Tobit . En el mismo no sólo se otorga un papel trascendental al arcángel Rafael (5-12), auténtico coprotagonista del escrito, sino que se construye buena parte del argumento en torno al demonio que asesinaba a los pretendientes de Sara (8, 1 y ss.).

Un panorama diferente es el que observamos en los escritos pseudoepigráficos[1] y en Qumrán.[1] La creencia en los ángeles y una muy desarrollada angelología que suele incluir referencias a los demonios y a su caída, así como a sus actividades presentes, ocupan un lugar muy relevante en 1 Enoc (siglo II a. J.C.)[1]. En 2 Enoc 18; 7[1] se señala cómo hay ángeles caídos que yacen bajo tierra y se les divide en cuatro grupos: su príncipe, Satanail, aparentemente en el quinto cielo; los vigías que tuvieron relaciones con las mujeres de Ennon; los ángeles apóstatas del segundo cielo y, posiblemente, los condenados «bajo tierra». Muchos de ellos esperan aún la salvación y suplican a Enoc (2 Enoc 8) que interceda por ellos.

El Apocalipsis de Sofonías (siglo I a. J.C. - siglo I. d. J.C.) proporciona un papel muy relevante a los ángeles. Éstos anotan las obras de los hombres (3), llevan las almas de los malvados al castigo eterno (4), el vidente se une a ellos en su viaje (8), los ve conversar con los patriarcas del Antiguo Testamento (9), etc.

En Jubileos (siglo II a. J.C.) se describe cómo el ángel de la presencia escribe la historia de Moisés (1, 27 y ss.), la creación de los ángeles (2, 2 y ss.), la caída de los ángeles que mantuvieron relaciones sexuales con seres humanos (5, 1 y ss.), así como su castigo y la destrucción de su descendencia (5, 3 y ss.), las oraciones de Noé para enfrentarse con los demonios (10, 1-14), etc.

El Martirio y la Ascensión de Isaías (siglo II a. J.C. - siglo IV d. J.C.) presenta muy posiblemente interpolaciones cristianas, quizá de corte gnóstico. Con todo, parece que, sustancialmente, su angelología es judía. Especialmente, la demonología es de considerable importancia. El jefe de las fuerzas del mal es llamado Sammael (1, 8; 2, 1; 5, 15 y ss.), Beliar (1, 8 y ss.; 2, 4; 3, 11; 5, 1) y Satán (2, 2; 5, 16) en una forma que parece indistinta. De manera secundaria se le denomina Malkira (1, 8. Rey del Mal) y Matanbukus (2, 4. ¿Don de Desolación?). Acción suya característica es la de impulsar a los hombres al mal (1, 9; 2, 1; 3, 11; 5, 11).

La Vida de Adán y Eva (siglo I d. J.C.) presenta también una angelología muy elaborada. En las cuatro teofanías del texto griego (ApMos. 8, 22, 33, 38) Dios aparece acompañado de querubines o ángeles. Éstos llevan a cabo los deseos de Dios (ApMos. 22, 3; 38, 4) e incluso puedan llegar a ser más compasivos que Él (ApMos. 27, 4). Los ángeles están agrupados en rangos (ApMos. 36, 1) de los que los más importantes son los querubines (ApMos. 22; 36, 3) y los serafines (ApMos. 33, 3; 37, 3). Se menciona por su nombre a cuatro ángeles, de los cuales el más importante es Miguel (ApMos. 40, 2). Satanás aparece como un ángel caído (Vita 12-16), que busca destruir a los hombres (Vita 17, 1) disfrazándose de ángel de luz (Vita 9, 1 y 3; 12, 1). Lleva al hombre a transgredir la ley de Dios (ApMos. 25, 4; 28, 3; Vita 12, 1) y es el responsable de diversas enfermedades (ApMos. 8; Vita 34) y de la muerte (ApMos. 14, 2; 2, 4).

En cuanto a los Testamentos de los Doce Patriarcas (c. 250 a. J.C., salvo las interpolaciones cristianas) siguen esta misma tónica que ya hemos apreciado en las obras señaladas con anterioridad. Los ángeles que instruyen a los justos (Tes. de Rubén 5, 3; Tes. de Isacar 2, 1; Tes. de Judá 15, 5) se hallan presentes en el primer cielo, donde son instrumento de castigo de los inicuos (Tes. de Leví 3, 2- 3). En el segundo cielo, se hallan los espíritus de Beliar, y en el tercero, los arcángeles que ofrecen ante Dios un sacrificio incruento. El ángel de paz permite a Israel enfrentarse con sus enemigos (Tes. de Dan 6, 5). De la misma manera, se habla de un ángel que intercede a favor de Israel (Tes. de Leví 5, 6) y que guía a Leví y Judá (Tes. de Leví 5, 4).

 

En Qumrán, Dios es definido como el «Príncipe de los Dioses», «el Rey de los Gloriosos», «el Señor de Todo Espíritu» (1QH 10, 8), referencias todas al dominio que ejerce sobre los ángeles. Éstos son denominados héroes de los cielos (guibborey shamayim) en un texto donde, como en Daniel, se les conecta con la lucha escatológica (1QH 3, 35-6). Se les considera guardianes de la comunidad de Qumrán[1] (1QH 8, 11) y se afirma que guían los pasos de los miembros de la comunidad (12, 8-9). Los acompañan en el combate y por ello nadie que esté en un estado de impureza por emisión sexual debe ir con ellos (7, 6). El hecho de que los ángeles estuvieran además presentes en medio de la congregación impedía ocupar un puesto en el seno de la misma a los que tenían alguna tara física, vejez o impureza (lQSa. 2, 8-9). De hecho, algún pasaje da a entender que los miembros de la comunidad pasaban por algún tipo de experiencia en medio de la cual escuchaban voces angélicas y podían contemplar a este tipo de seres (1QM 10, 9-11).

Los ángeles tienen también nombres concretos. Específicamente aparece un tal Sariel (1QM 9, 15-6) junto a los tres grandes arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael. Asimismo se hace referencia a un «príncipe de las luces» (¿Miguel?) cuyo destino gobierna a los hijos de la luz y que posee una cierta preeminencia sobre los demás arcángeles (1QM 17, 6). La literatura de Qumrán conoce también la doctrina de los ángeles caídos (CD 2, 18-20) cuyo destino se atribuye a la desobediencia. En uno de los himnos se narra cómo estos espíritus caídos están sometidos a cadenas y prisión, tema al que se refiere el Libro de los Misterios 1, 5-6. El término «Belial» aparece repetidamente en los escritos de Qumrán, pero el significado que se le proporciona es variado. En los Himnos (2, 16 y 22; 3, 28, 29 y 32; 4, 10 y 13; 5, 26 y 39; 6, 21; 7, 3) no parece que indique nada más allá de personas que buscan o hacen el mal. Por el contrario, en el resto de los escritos es un nombre aplicado a Satanás, como sucede en 2 Co. 6, 15; los Testamentos de los Doce Patriarcas o el Libro de los Jubileos.

En 1QM 13, 11-2, Belial aparece como un ángel de las tinieblas, creado por Dios, y cuyos seguidores son ángeles de destrucción. Sin duda, este Belial está dotado de un enorme poder (1QS 1, 18 y 24; 2, 19; 1QM 17, 5-6). De hecho, gobierna a los hijos de la impiedad y causa el descarriamiento de los miembros del colectivo (1QS 3, 20-22). Éstos, según el Documento de Damasco, serán destruidos por el mismo Belial (8, 2) que, en esta misma obra, aparece en conexión con la rebeldía de Janés y su hermano contra Moisés (6, 18-9).

 

En relación con la literatura rabínica, resulta difícil datar con exactitud muchas de las fuentes asociadas con el tema, pero, en términos generales, podemos decir no sólo que asistimos a una profundización de los temas anteriores sino también a su degradación. Aquí sólo mencionaremos algunas de las afirmaciones que nos parecen más interesantes.

Los ángeles son ministros de Dios, llamas de fuego, mensajeros alados (Pirqué del R. El. 4). Cada día son creados algunos nuevos (Hag. 14a; Gn. Rab. 78) y su número es inmenso (Ber. 32b). Todo poder y fenómeno natural, todo suceso depende de un ángel (Gn. Rab. 10). Cada una de las setenta naciones del mundo cuenta con un príncipe angélico sobre sí (Tg. sobre Gn. 11, 7 y 8) que las defiende ante Dios. Aparte existen cinco jefes angélicos (Miguel, Gabriel, Rafael, Uriel y Metatron) (Hag. 16 a), aunque el Targum Pseudo-Jonatán enumera a Miguel, Gabriel, Metatron, Yofiel, Uriel y Yofiofia. Son seres no sometidos a exigencias sensitivas (Yoma. 75b), que conocen mucho del futuro (Ab. de R. Nat. 37) y no padecen las limitaciones humanas relativas a la capacidad de movimiento. Pueden ser empleados con fines mágicos; conducta sobre cuya licitud existen opiniones contradictorias.[1]

Satanás cayó después de la creación del hombre (Pirqué de R. El. 13) a causa de la envidia que sentía contra éste. Sammael provocó la caída de Eva y Adán (Gn. Rab. 18, 19), acusa al hombre (Gn. Rab. 55; Tanjuma 29a y b), lo seduce (Sanh. 89a y b; 107a)[1] y procura destruirlo (Gen. R. 58; Yoma 69 b; Baba Batra 177 a; Ketub 77b, etc.). A pesar de eso, el mismo rey de los demonios se ha comportado bondadosamente en alguna ocasión (Guit. 68a y b; Pes. 110a).

La visión de los demonios aparece considerablemente diversificada. Los hay que podrían considerarse equivalentes a los duendes o los gnomos, que no resultan del todo malos y que, incluso, pueden ser ocasionalmente amables y serviciales. Otros, por el contrario, conservan el carácter maligno que hemos visto en las obras anteriormente mencionadas. También los hay masculinos y femeninos (Baba Batra 73a; Nid. 24b; Erub. 100b). Se les atribuyen enfermedades, pero igualmente pueden ser utilizados para la curación mágica de las mismas (Sanh. 101 a. comp con Josefo, Ant. VIII, 2, 5).

 

En los siglos anteriores a la aparición del cristianismo se asistió en el judaísmo a un interés considerable por la angelología y la demonología que contribuyó notablemente a su desarrollo. Parte de ese poso se encuentra en escritos antiguos del Tanaj, pero, en un grado considerable, semejante visión deriva de mitos orientales. De manera creciente, además, este tipo de creencias fue dando paso a prácticas de carácter mágico. Con estos elementos en mente, podemos pasar ahora a examinar la angelología y la demonología del judeo-cristianismo afincado en el Israel del siglo I.

 

CONTINUARÁ

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