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Miércoles, 25 de Diciembre de 2024

Mi lucha

Jueves, 14 de Enero de 2016

La posibilidad de que sea reeditada Mein Kampf (Mi lucha) de Adof Hitler ha provocado una riada de opiniones. No faltan, desde luego, los que se oponen radicalmente. Personalmente, soy partidario de su publicación y de su lectura. Permítanme explicarme.

La primera referencia a Mi lucha la tuve con doce o trece años cuando un compañero de colegio me habló de su existencia. Tenía yo curiosidad por leer el libro, pero en español nunca se publicó una versión íntegra – ni siquiera durante la guerra civil lo fue la patrocinada por el III Reich – y hube de esperar algunos años a tener un ejemplar en mis manos. Su primera lectura la realicé en inglés, pero no mucho después me hice con un ejemplar en alemán editado durante el gobierno de Hitler. Leí y releí el texto varias veces. Incluso me atrevería a decir que fui el primero que, en España, escribió sobre la obra con amplitud en uno de mis ensayos históricos, Los incubadores de la serpiente, que lleva descatalogado un par de décadas. Fue aquella una época en que los nazis atacaban las librerías para destruir mis libros sobre el Holocausto, en que pintaban esvásticas en el portal del bloque de pisos donde vivía en Zaragoza y en que ya había algunos que afirmaban la solemne estupidez de que yo era un agente del Mossad. De manera bien reveladora, cuando estudiar el nazismo – una década más tarde – reportó beneficios económicos o de otro tipo, gente encuadrada en el nacionalismo o en la izquierda se ocupó de vetar cualquier invitación que se me realizaba en el plano internacional alegando que yo era “controvertido”. Era cierto. Primero había sido controvertido para los nazis y luego para nacionalistas catalanes y vascos y gente de la izquierda. Al parecer, a ninguno se les ocurrió sacar conclusiones sobre su coincidencia de fobias con los admiradores de Hitler. Pero volvamos a Mi lucha. Muy posiblemente, Hitler no escribió personalmente Mi lucha. El texto se lo dictó a Rudolf Hess mientras estaba en la prisión de Landsberg y la redacción final se debió a un sacerdote de la orden de san Jerónimo, el padre Staempfle, que admiraba a Hitler contemplándolo como un valladar contra la influencia de los judíos en Alemania. Staempfle fue uno de tantos sacerdotes católicos que creyeron que Hitler coronaría el antisemitismo de siglos de la iglesia a la que pertenecían y que veían semejante tarea como justa y necesaria. Para ser ecuánimes, aunque eran partidarios de la discriminación más canallesca e incluso de los pogromos, sin embargo, no se les debió pasar por la cabeza que aquello iría todavía más lejos. Amanuense y redactor aparte, Mi lucha recoge la cosmovisión de Hitler con enorme exactitud e incluso con una especial sinceridad porque, como revelaría uno de sus compañeros de primera hora, estaba convencido de que no le quedaba mucho tiempo de vida y pretendía no persuadir a los votantes sino dejarles su legado doctrinal. Mi lucha es un texto pesado, reiterativo y aburrido en el que se mezclan el nacionalismo, el racismo, el antisemitismo y el socialismo no de corte internacionalista sino nacionalista. Con ciertas pinceladas autobiográficas, Hitler señalaba lo que sería el estado nacionalista y también cuáles constituirían sus objetivos en política exterior. Sabido es de todos que Hitler no logró alcanzar sus metas y que, en 1945, cosechó una pavorosa derrota que, entre otras consecuencias, trajo la del descuartizamiento de Alemania. Sin embargo, basta leer Mi lucha para saber que anunció lo que iba a suceder incluso cuando afirmó que si se hubiera gaseado a unos miles de judíos Alemania no habría sido derrotada en la Gran guerra. Por eso precisamente hay que leer Mi lucha. Para saber siquiera que ciertos anuncios no deben despreciarse jamás.

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