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Miércoles, 25 de Diciembre de 2024

Los gozos y las sombras

Sábado, 21 de Septiembre de 2013

He releído en estos tiempos de distancia la extraordinaria trilogía de Torrente Ballester conocida como Los gozos y las sombras. Sin duda, la serie de RTVE que la popularizó era magnífica y, desde luego, permitió que muchos se familiarizaran con las novelas. Sin embargo, los trece episodios se permitieron, a pesar de su fidelidad, algunas omisiones bien significativas.

Por ejemplo, Cayetano, el cacique despiadado del pueblo, es un socialista confeso, fundamentalmente, porque ha llegado a la conclusión, como tantos otros, de que la marcha de la Humanidad iba en esa dirección. La serie – estrenada ya en la etapa de Felipe González – se libró mucho de reflejar esa circunstancia tan reveladora. Igualmente, Inés, la segunda de las hermanas Aldán, acababa en Madrid y allí se convertía en amante del sacerdote que había sido su mentor. Todo ese episodio se suprimió en la serie y lo mismo sucedió con el personaje del clérigo – enormemente interesante – que en ninguno de los episodios hacía el menor acto de presencia. Gran serie, pues, pero que evitaba molestar tanto a la iglesia católica como a las izquierdas. En la medida de lo posible, claro está, porque ninguna de las dos instancias quedaban bien. Vueltas a leer, resulta más que obvio que las novelas son la visión desengañada de España propia de un antiguo camisa vieja que sabe que nunca llegará la revolución pendiente, fundamentalmente, porque el pueblo español es el que es y con esos bueyes hay que arar. La nobleza totalmente decadente y sin fuerza, los artistas sin sensibilidad humana, la bajeza de un pueblo entregado al peor servilismo, la maldad soez e innegable de los frecuentadores de casinos, el feudalismo aún existente, el clero corrupto y codicioso, el anarquismo ignorante, el socialismo caciquil, el republicanismo inútil al que se le iba toda la fuerza por la boca, incluso la inutilidad de instrumentos como el psicoanálisis… todos y cada uno de estos fenómenos aparecen encarnados con sencilla brillantez en distintos personajes. Es verdad que todo puede ser examinado desde la óptica del costumbrismo y de las diversas historias de amor – no poco sórdidas todo hay que decirlo – pero la realidad es que Torrente Ballester describe una sociedad escalofriante no sólo por lo que tiene de real sino también de actual. Bien pensado, son muchos los malvados que aparecen – malvados a los que todos conocemos – y no se puede decir que ni uno solo de los personajes sea bueno, noble o puro. A lo sumo, provocan una cierta compasión o alguna solidaridad por su deseo de mantenerse al margen de un mundo en el que los señoritos pretenden ser anarquistas, los republicanos no hacen nada útil salvo pronunciar discursos huecos que puede repetir hasta un loco violador, los socialistas están en manos del nuevo tipo de tirano, no menos despiadado que los anteriores y los sacerdotes son unos miserables que sólo piensan en su beneficio o, a lo sumo, intentan vivir en las nubes porque pisar la tierra resulta demasiado duro. ¿Qué hubiera pasado con todos ellos al estallar la guerra civil? Torrente Ballester no lo dejó escrito y prefirió acabar la novela apenas unos días antes del inicio conflicto, pero no es difícil especular y darse cuenta de que la represión no hubiera alterado en absoluto la estructura del poder y que, por ejemplo, Cayetano habría podido pasar perfectamente del socialismo a la camisa azul sin problema alguno. Sí, algún fusilamiento, alguna paliza, algún encarcelamiento habría habido, pero sin mayores consecuencias reales más allá de algún drama personal. Todo habría seguido sustancialmente igual. La obra, en su conjunto, sigue siendo de lectura obligatoria, pero cuando se capta el reflejo de España en sus páginas no se puede dejar de experimentar una sensación de desasosegante sobrecogimiento. La misma que yo he sufrido releyéndolas estos últimos días.

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