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Martes, 24 de Diciembre de 2024

Jesús, el judío (XLIX)

Domingo, 14 de Julio de 2019

“AL TERCER DÍA RESUCITÓ…”  (I): la tumba vacía  

                                       

El Canto del Siervo contenido en el libro del profeta Isaías hablaba de que el personaje en cuestión, “tras haber puesto su vida en expiación” vería luz (Isaías 53, 10-11), es decir, volvería a vivir.   Se trataba de una gozosa y esperanzada conclusión para un relato de sufrimiento y agonía cuyo protagonista era un judío fiel al que buena parte de su pueblo, descarriado espiritualmente, no comprendía e incluso había considerado castigado por Dios cuando lo que hacía era morir expiatoriamente por sus pecados.  Sin embargo, a pesar de aquellas referencias, cualquiera que hubiera observado lo sucedido aquel viernes de Pascua en Jerusalén no hubiera albergado duda alguna de que la historia de Jesús – y con él, la de sus seguidores – había concluido.  Las autoridades del Templo – y sus aliados entre los judíos – podían respirar tranquilas porque el peligro estaba conjurado.  Todo había terminado.  Quizá Pilato padecería la sensación de orgullo herido por no haber podido imponerse al sanhedrín, pero también el alivio de haberse quitado de encima un enojoso incidente e incluso una cierta satisfacción por ver restauradas sus relaciones con Herodes.  Todo había terminado. Pero, sin duda, los que habían vivido aquella situación como un verdadero trauma eran los discípulos.  Como señalarían dos de los seguidores de Jesús empleando términos medularmente judíos, “nosotros esperábamos que era él quien había de redimir a Israel y ahora ha sucedido todo esto” (Lucas 24, 21).  De manera fácil de comprender, sus seguidores más próximos corrieron a ocultarse por temor a algún tipo de represalias.  A fin de cuentas, ¿era tan absurdo que tras la ejecución del pastor cayeran sobre sus seguidores?.  Así. de hecho, sólo algunas mujeres acudieron a sepultar a Jesús la tarde del viernes antes de que diera inicio el shabbat (Lucas 21, 55-56; Marcos 15, 47; Mateo 27, 61-66).  Todo había terminado.  Y entonces se produjo un cúmulo de acontecimientos que cambió – no resulta exagerado en absoluto decirlo así – la Historia de la Humanidad.

Durante el shabbat, el cadáver del judío Jesús descansó en un sepulcro, no utilizado y excavado en la roca, propiedad de José de Arimatea, un hombre acaudalado.  Al concluir el día de descanso prescrito por la Torah, María Magdalena, María de Santiago y Salomé compraron algunas hierbas aromáticas con la intención de ir a ungir al difunto al día siguiente (Marcos 16, 1).  Sin embargo, cuando muy de mañana, el domingo, llegaron al sepulcro, las mujeres descubrieron que se hallaba vacío (Lucas 24, 1; Juan 20, 1; Marcos 16, 2).  Inmediatamente, acudieron a informar de lo sucedido a los once y Pedro y el discípulo amado corrieron hasta la tumba para ver lo que había sucedido.  El discípulo amado acertó a ver únicamente los lienzos que habían cubierto a Jesús y el sudario colocado aparte y, como relataría tiempo después, repentinamente, captó que las palabras del Maestro referidas a que se levantaría de entre los muertos tenían un sentido claro que acababa de cumplirse aquel domingo (Juan 20, 7-9).  Por su parte, Pedro se quedó absolutamente pasmado por lo que se ofrecía ante sus ojos (Lucas 24, 12).  A partir de ahí los acontecimientos se dispararon. 

CONTINUARÁ

 

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