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Miércoles, 25 de Diciembre de 2024

Jesús, el judío (XIX)

Domingo, 11 de Noviembre de 2018

Los Doce (I):  la elección de los Doce [1]

Al cabo de unos meses de predicación de Jesús en Galilea, el choque entre ésta y los conceptos religiosos encarnados por escribas y fariseos – pero también por los herodianos – resultaba obvia, tanto que éstos comenzaron a pensar en la manera de destruirlo. 

La respuesta de Jesús fue establecer un grupo que sirviera de cañamazo a un nuevo Israel, el Israel verdadero que habría respondido a su mensaje de regreso a Dios y de cercanía del Reino.  Semejante paso se ha interpretado en no pocas ocasiones como una referencia a una nueva entidad espiritual que rompería con Israel y que incluso contaría con un cuerpo rector que se sucedería a lo largo de las generaciones.  Ambas visiones son totalmente insostenibles a la luz de las fuentes.  En primer lugar, porque, como tendremos ocasión de ver, la existencia del grupo de los Doce ni significó la ruptura con Israel – todo lo contrario – ni careció con paralelos en el seno del judaísmo del Segundo Templo.  En segundo lugar, porque las fuentes más antiguas del cristianismo no hacen referencia alguna a una sucesión apostólica siquiera porque los apóstoles tenían que ser gente que hubiera acompañado a Jesús desde el inicio de su ministerio hasta su muerte, algo imposible al cabo de unas décadas (Hechos 1, 21-22). 

Como ya hemos indicado, el comportamiento de Jesús contaba con paralelos en otros movimientos judíos anteriores como los esenios, los fariseos o los sectarios de Qumrán.  En todos los casos, se trataba de colectivos que se consideraban el resto del verdadero Israel anunciado por los profetas y que esperaban la aceptación de su visión por parte de los demás judíos.  Las diferencias de Jesús y su grupo son obvias y no pueden minimizarse, pero tampoco puede negarse que Jesús estaba configurando una realidad espiritual paralela a la que invitaba a integrarse a los judíos – y en esto la distancia con los grupos señalados es muy acentuada - sin ningún género de distinciones.  En esa nueva realidad, doce de sus discípulos estaban llamados a tener un papel especial.  En palabras de Jesús, “de cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel” (Mateo 19, 28; Lucas 22, 30).  Hay que reconocer que la afirmación es extraordinariamente llamativa.  Jesús no escogió a doce para formar una jerarquía religiosa que sería sucedida.  Los eligió para que juzgaran a las doce tribus de Israel.  Se puede decir que no encaja con mucha de la teología cristiana posterior, pero son las palabras de Jesús y muestran cuál era su concepción de los Doce.

Las fuentes coinciden en señalar dos circunstancias muy significativas previas a la elección trascendental de los Doce.  La primera es el reconocimiento por parte de las fuerzas demoníacas de que, efectivamente, Jesús era el Hijo de Dios (Marcos 3, 7-12) y la segunda que vino precedida por una noche de oración de Jesús, una noche en la que, obviamente, buscó la dirección de Dios para dar un paso de enorme trascendencia[2].  Sólo después de establecer ese nuevo grupo, Jesús pronunciaría la Carta Magna de sus discípulos, el denominado Sermón del Monte (Mateo 5-7) o de la Llanura (6, 17-49) al que nos hemos referido en un capítulo anterior.  Las fuentes son claras al describir la elección de los Doce:

 

      Después subió al monte, y llamó a los que él quiso; y acudieron a él.  Y estableció a doce, para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar, y para que tuviesen autoridad para curar enfermedades y para expulsar demonios: a Simón, a quien puso por sobrenombre Pedro;  a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan hermano de Santiago, de sobrenombre Boanerges, es decir, Hijos del trueno; a Andrés, a Felipe, a Bartolomé, a Mateo, a Tomás, a Santiago, hijo de Alfeo, a Tadeo, a Simón el cananista, y a Judas Iscariote, el que le entregó. Y vinieron a casa. 

    (Marcos 3, 13-19. Vid también: Lucas 6, 12-16)

Vamos a detenernos ahora en la identidad del grupo llamado a juzgar a las tribus de Israel.

CONTINUARÁ


[1]  Sobre el tema, ver: C. K. Barrett, The Signs of an Apostle, Filadelfia, 1972; F. Hahn, "Der Apostolat in Urchristentum" en ”KD”, 20, 1974, pgs. 56-77; R. D. Culver, "Apostles and Apostolate in the New Testament" en ”Bsac”, 134, 1977, pgs. 131©43; R. W. Herron, "The Origin of the New Testament Apostolate" en ”WJT”, 45, 1983, pgs. 101-31; K. Giles, "Apostles before and after Paul" en ”Churchman”, 99, 1985, pgas. 241-56; F. H. Agnew, "On the Origin of the Term Apostolos" en ”CBQ”, 38, 1976, pgs. 49-53; Idem, "The Origin of the NT Apostle-Concept" en ”JBL”, 105, 1986, pgs. 75-96; B. Villegas, "Peter, Philip and James of Alphaeus" en ”NTS”, 33, 1987, pgs. 292-4; César Vidal, "Apóstol" en Diccionario de las Tres Religiones monoteístas, Madrid,

1993. 

 

[2]  En contra de la posibilidad de retrotraer la institución de los Doce a Jesús, ver:  P. Vielhauer, "Gottesreich und Menschensohn in der Verkündigung Jesu" en Wilhelm Schneemelcher (ed), ”Festschrift für Gunther Dehn, Neukirchen, 1957, pgs. 51-79;  R. Meye, Jesús and the Twelve, Grand Rapids, 1968, pgs. 206 ss.  A favor de tal posibilidad, ver: L. Gaston, No Stone on another, Leiden, 1970;  F. F. Bruce, New Testament History, N. York, 1980, pgs. 210 ss;  M. Hengel, The Charismatic Leader and His Followers, Nueva York, 1981; C. F. D. Moule, The Birth of the New Testament, Londres y San Francisco, 1981, p. 4; C. Vidal, "Apóstol" en  Diccionario de las Tres Religiones, Madrid, 1993. 

 

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