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Miércoles, 25 de Diciembre de 2024

Jesús, el judío (XIII)

Domingo, 7 de Octubre de 2018

El Sermón del Monte (II):  la Torah (I):  vida y sexo

¿Qué caracteriza a aquellos que han decidido volverse hacia Dios, practicar la teshuvah y entrar en el Reino?  No, desde luego, el abandono de la Torah.  Todo lo contrario.  Al respecto, Jesús es terminante:

    

               No  juzguéis que vine  a  anular     la     ley      o    los   profetas.   No vine     a anular,  sino a  cumplir.   Porque en verdad os digo  que hasta que  pase  el  cielo        y      la tierra,  en absoluto pasará una iota o una tilde  de   la    ley    hasta que todo suceda.    Quien   pues   quebrante  uno  de los  mandamientos   estos     últimos  y       enseñe  así      a los   hombres,     último        será llamado en el reino        de los  cielos.      Quien,  sin embargo, los  haga     y  enseñe,  éste   grande será llamado  en el  reino  de los  cielos.

 

 (Mateo 5, 17-19)

 

     Lejos de ser un personaje contrario a la Torah – como señalarían algunos escritos rabínicos y buena parte de la teología cristiana de veinte siglos – Jesús enmarcó su enseñanza en la que, con mayor o menor fidelidad, había seguido el pueblo de Israel durante siglos.  No había venido a anular o derogar la Torah sino a cumplirla y darle plenitud y eso resultaba de aplicación tanto para los preceptos más relevantes como para los, aparentemente, mínimos. 

       Incluso – y es lógico que así sea - la exposición de la Torah que encontramos en Jesús abunda en paralelos con la de la literatura rabínica.  En el Pirke Avot 1, 2, Shimón el Tsadiq (el justo) señala la existencia de tres cosas de las que depende el mundo: la Torah, el servicio a Dios y la práctica de la misericordia.  Desde nuestro punto de vista no es casual que Jesús siguiera una división tripartita muy similar en su Sermón del Monte.  

     En primer lugar, encontramos que toda la sección del Sermón del Monte ubicada tras las Bienaventuranzas no es sino una exposición de la Torah interpretada por Jesús (su halajah) en relación con temas como el homicidio (5, 21-26), el adulterio (5, 27-32) o el juramento (5, 33-37). 

      Por otro lado, buena parte de su interpretación se vale de un principio rabínico también citado en el Pirke Avot 1, 1 consistente en colocar una “cerca en torno a la Torah”, es decir, intentar de tal manera ampliar el radio de acción de los mandatos o mitsvot contenidos en ella que se aleje todo lo posible la eventualidad de traspasarla.  Este principio netamente rabínico lo contemplaremos una y otra vez en la enseñanza de Jesús aunque – es importante decirlo – en un sentido menos ritual y más espiritual.

      El inicio de su halajáh con las mitsvot sobre la santidad de la vida resulta de una lógica contundente.  En general, todas las culturas han considerado sagrada la vida humana.  De hecho, uno de los siete preceptos entregados por Dios a Noé[1] para cumplimiento de todas las naciones incluye de manera expresa la condena del derramamiento de sangre [2].  No resulta sorprendente que las distintas sociedades, independientemente de sus creencias religiosas, hayan castigado el asesinato e incluso el homicidio accidental, aceptando también excepciones a esa regla como la legítima defensa y, como una forma de ésta, la muerte causada en el curso de una guerra.  Jesús aceptó, por supuesto, la justicia de encausar a aquel que ha cometido un asesinato, pero, al mismo tiempo, amplió el contenido del mandamiento de la Torah que prohibía asesinar. 

     En cierta medida, como hemos indicado, seguía así el método rabínico de colocar una cerca en torno a la Torah, es decir, de ampliar la distancia entre el fiel y la transgresión de tal manera que se dificultara la desobediencia a la mitsvah.  Pero además, en un ejercicio interpretativo muy original, Jesús planteó cortar de raíz aquellas conductas que podrían desembocar en el quebrantamiento de la Torah.  Se trataba de interiorizar la Torah, sin duda, pero, a la vez, de no detenerse en su cumplimiento externo por más importante que éste pudiera ser sino de ir al fondo de aquellas situaciones que alimentan la desobediencia a la Torah:

 

               Oísteis        que fue dicho   a los  antiguos:  no   matarás.  Por lo tanto, el que   mate      reo      será  del  juicio.  Yo,     sin embargo, os    digo    que  todo el que se encoleriza con su  hermano sin razón   reo        será    del  juicio.   El que,  sin embargo,  diga  a su  hermano “raká”[3],    reo       será  ante el  sanhedrín.  El que,  sin embargo,  le diga  “estúpido”, reo       será  de la    Guehenna  del fuego.  Si       pues   llevas       tu ofrenda al   altar y allí  recuerdas que  tu  hermano tiene  algo contra ti, deja  allí  tu ofrenda delante         del  altar,  y      ve        primero a ser reconciliado  con tu  hermano, y después, acudiendo al altar, presenta tu ofrenda. 

            Ponte con toda rapidez en buena disposición hacia tu adversario  mientras  estás  de  camino, para que no  te  entregue  el  adversario al  juez  y      el   juez     te entregue al  alguacil, y      a   cárcel    seas arrojado.  Verdaderamente te digo  que en absoluto   saldrás   de allí    hasta que pagues  el  último   cuadrante.

                 (Mateo 5, 21-6)         

      La simple lectura del pasaje precedente deja de manifiesto la posición de Jesús hacia el homicidio.  Por supuesto, es condenable y la justicia debería actuar frente a las gentes que lo perpetran.  Pero para acabar con el homicidio hay que excluir además comportamientos como el juicio temerario, el insulto y el desprecio.  Del insulto y del desprecio acaban surgiendo las condiciones que derivan hacia el derramamiento de sangre igual que del ansia por pleitear brotan consecuencias inesperadas y desagradables de las que luego no resulta fácil salir. 

       Tan venenosas pueden ser esas conductas que el mismo culto a Dios no sirve para compensarlas.  Al contrario, el odio, la simple falta de reconciliación, invalidan el culto religioso.  La persona que desea cumplir la Torah y rendir a Dios un servicio que Le complazca no tiene pues otra salida que reconciliarse y, obrando así, se comportará con el mismo sentido práctico que el que llega a un acuerdo para evitar un pleito de resultado inseguro.

       Un planteamiento similar de colocar una “cerca en torno a la Torah” lo encontramos en la enseñanza de Jesús sobre el adulterio:

          Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio.  Mas yo os digo, que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya cometió adulterio con ella en su corazón.   Por tanto, si tu ojo derecho te fuere ocasión de caer, sácalo, y arrójalo de ti: que mejor te es que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea echado a la Guehenna.  Y si tu mano derecha te fuere ocasión de caer, córtala, y arrójala de ti: que mejor te es que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea echado a la Guehenna.  También fue dicho: Cualquiera que repudie a su mujer, dele carta de divorcio.  Pero yo os digo, que el que repudie á su mujer, salvo caso de fornicación, hace que ella adultere; y el que se case con la repudiada, comete adulterio.

(Mateo 5, 27-32)

  

       De nuevo, Jesús utilizó en este caso el principio de la “cerca en torno a la Torah”.  El adulterio – una conducta también condenada universalmente por las más diversas culturas – es un comportamiento prohibido por la Torah, pero además hay que tener en cuenta que se inicia cuando alguien contempla con deseo a una persona casada.  Hasta el día de hoy, los rabinos se dividen ante la idea de si existe adulterio cuando quien lo perpetra es un hombre casado y la mujer es soltera.  La tradición askenazí ha entendido que sí hay adulterio, pero la sefardí mantiene que no apelando a que la poligamia nunca ha sido abolida formalmente.  La posición de Jesús resultaba obvia.  El adulterio también puede ser cometido por los hombres – es un hombre, de hecho, el protagonista de su ejemplo – y para no llegar a esa situación hay que evitar conductas que anteceden al pecado.  Pero Jesús va todavía más allá e introduce un elemento propio del contexto judío que en la actualidad sigue planteando problemas en el seno del judaísmo y que, quizá por esa circunstancia, ha dado lugar a no pocas interpretaciones erróneas de autores gentiles.  Nos referimos al divorcio que no ha sido correctamente formalizado de acuerdo con lo que establece la Torah.

     Según la enseñanza dada por Dios a Moisés, el divorcio tenía que contar con un motivo y además ir acompañado por la entrega a la mujer de un documento formal (Deuteronomio 24, 1-4).  Ese documento no sólo salvaguardaba la honra de la mujer y establecía su situación como distante de la desprotección, sino que además dejaba de manifiesto que la citada persona era libre y podía volver a contraer matrimonio si así lo deseaba.  El hecho precisamente de que servía para salvaguardar los derechos femeninos tenía como consecuencia el que no pocos evitaran ese importante trámite – el mismo fenómeno sigue produciéndose a día de hoy en el seno de las comunidades judías – para eludir responsabilidades.  Semejante acción, claramente infectada por sus motivaciones egoístas, es condenada por Jesús de manera tajante.  Al no haberse disuelto el matrimonio tal y como indica la Torah, esa mujer seguía legalmente casada y, por lo tanto, al contraer nuevas nupcias cometía adulterio y lo mismo sucedía con su nuevo cónyuge.  Por supuesto, semejante norma no era de aplicación en los casos en que no existía aún matrimonio como, por ejemplo, sucedió cuando José supo que María, la madre de Jesús, estaba embarazada y se propuso repudiarla en secreto, para no infamarla, sin la menor referencia a un documento público de divorcio  (Mateo 1, 19).     

      Evitar, por lo tanto, el adulterio incluía en la halajah de Jesús no sólo no cometer el acto físico concreto sino rechazar los deseos pecaminosos con la misma repulsión con que se rechazaría la mutilación y no caer en conductas, como la de evitar el trámite legal del divorcio, que pudieran llevar a otros a cometer adulterio incluso de manera inocente.

CONTINUARÁ


[1]  Sobre los mandatos de Moisés, véase: Ch. Clorfene y Y. Rogalsky, The Path of the Righteous Gentile.  An Introduction to the Seven Laws of the Children of Noah, Jerusalén, 1987 y M. E. Dallen, The Rainbow Covenant.  Torah and the Seven Universal Laws, Nueva York, 2003.

[2]  Los mandatos entregados a los goyim como descendientes de Noé son no rendir culto a las imágenes; no blasfemar; no asesinar; no cometer actos sexuales como el adulterio, las relaciones homosexuales o la zoofilia; no robar; no consumir un animal mientras se encuentra vivo y establecer tribunales de justicia.

[3]  Término arameo que significa “vacío”.  Posiblemente la expresión sería un equivalente a la española: “cabeza hueca”. 

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