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Martes, 24 de Diciembre de 2024

Hace 75 años

Lunes, 11 de Mayo de 2020

Este fin de semana fue el septuagésimo quinto aniversario del final de la Segunda guerra mundial.  En circunstancias normales, hubiéramos tenido celebraciones patrióticas, ensalzamiento de minúsculas naciones que colaboraron con Hitler, pero ahora forman parte de la NATO o aspiran a ello y, con seguridad, la exclusión de Rusia.  Como otros años.  El coronavirus nos ha salvado de esa vergüenza colectiva.  Porque la verdad es que el conflicto no lo ganó Churchill – al que se ha recordado casi en exclusiva estos días – sino los soldados del Ejército rojo.  Los números cantan.  Para el verano de 1941, cuando Hitler invadió la URSS, Gran Bretaña no había dejado de retroceder derrota tras derrota, Francia estaba fuera de combate y todo el continente se inclinaba ante el III Reich.  Cuando el 7 de diciembre de 1941, Estados Unidos entró en la guerra, los rusos habían perdido millones de vidas, pero, eso sí, habían contenido en Moscú a las fuerzas alemanas.   Era la única nación que había conseguido hacerlo.  También era la última que había optado por pactar con Hitler en el terreno diplomático.  La primera en hacerlo, cuando Hitler era un recién llegado al poder, fue el Vaticano que le dio un espaldarazo mediante la firma de un concordato.  Luego fueron desfilando todas.  Polonia, Gran Bretaña, Francia… todas fueron firmando acuerdos con Hitler.  En 1938, Italia, Gran Bretaña y Francia le entregaron un trozo de Checoslovaquia.  A la ignominia quiso sumarse Polonia para llevarse también, de la manera vil que caracterizaba a los nacionalistas polacos, un pedazo de los despojos.  Entonces la URSS ofreció a Gran Bretaña y Francia un millón de hombres para atacar conjuntamente a Hitler, pero las democracias se negaron.  Su sueño era que Hitler y Stalin se enzarzaran entre ellos y luego recoger los pedazos.  Pagaron caro aquel comportamiento todos comenzando por una Polonia que protagonizó una de las políticas más inmorales del período de entreguerras.  En 1939, Stalin se sumó a la larga lista iniciada por el Vaticano y pactó con Hitler.  Sabía que el austriaco iría a por Rusia y necesitaba tiempo.  Pero volvamos a la guerra.

Hasta bien entrado el año 1943, Estados Unidos destinó más tropas – el triple – al frente del Pacífico que a enfrentarse con Hitler.  Por otro lado, era natural.  Para cuando llegó el día D en julio de 1944 y americanos, británicos y canadienses abrieron el ansiado segundo frente, hacía casi año y medio de la victoria soviética de Stalingrado – la primera gran derrota de las fuerzas germanas – que significó un millón de hombres perdidos para Hitler.  Casi había pasado también un año de Kursk, la mayor batalla de tanques de la Historia, donde los nazis perdieron definitivamente la guerra en el este.  En Normandía, 91 divisiones aliadas se enfrentaron a 65 alemanas; en el este, 560 divisiones soviéticas hacían retroceder a 235 alemanas a lo largo de tres mil kms.  Esas mismas tropas, al lanzar la Operación Bragation a petición de Roosevelt y Churchill, evitaron que Normandia acabara en desastre para los aliados.   Todo el mundo ha escuchado hablar del día más largo, pero casi nadie conoce Bragation, la peor derrota sufrida por Hitler durante toda la guerra.

En mayo de 1945, los rusos habían acabado con 3.562.739 soldados alemanes, los aliados occidentales con 749.972, menos que la sola batalla de Stalingrado.  Guste o no, la guerra no la ganó el soldado Ryan – por muy heroica que fuera su aportación – ni los grandes bombardeos aliados sobre Alemania como el horror infernal de Dresde.  La victoria fue cosa del soldado Iván, como reconoció Churchill al señalar que, cuando tuvo lugar el día D, los rusos ya habían despanzurrado al ejército alemán.  Sucedió igual en la lucha contra Napoleón.  Estas realidades han sido ocultadas, pero, este año, al menos, se lo debemos al coronavirus. 

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