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Miércoles, 25 de Diciembre de 2024

XLIV.- La España de la Contrarreforma (I): La aventura imperial de Carlos V (I): El proyecto imperial de Carlos V (I)

Jueves, 2 de Julio de 2020

En 1504, murió en Medina del Campo, Isabel I.  A su muerte, España estaba reunificada, pero el tejido de la nación difícilmente hubiera podido estar más preñado de semillas de desgracia.   Aparte de no hallarse concluida la reunificación – faltaban Navarra y Portugal para recuperar los límites de la monarquía visigoda – el cimiento no era el sentimiento nacional sino una unidad religiosa que no sólo se había traducido en la Expulsión de los judíos sino en la configuración de un estado profundamente racista gracias a las exigencias de limpieza de sangre[1].   El papa Julio II afirmaría que los españoles eran una repugnante nación mestiza repleta de “moros y marranos”.  Había no poco de cierto en la apreciación, que deseaba ser injuriosa, del pontífice, pero más verdad era el hecho de que la insistencia católica en la uniformidad religiosa había creado un problema que se extendería a lo largo de los siglos con pésimas consecuencias.  No sorprende que con tan exiguo cemento, ni siquiera la unión territorial, por incompleta que fuera, estuviera asegurada.  

En virtud del testamento de Isabel, quedó como heredera de la corona de Castilla su hija Juana, nacida en Toledo en 1479 y casada con Felipe el Hermoso en 1496, en un intento por anudar los lazos existentes entre Castilla y la Europa del Norte.  Con todo, el testamento establecía que, en caso de que no pudiera gobernar Juana, la regencia recaería sobre Fernando el católico, esposo de la difunta y padre de la heredera, hasta que el infante don Carlos, hijo de Juana, alcanzara la edad de veinte años.

El 11 de enero de 1505, las cortes de Castilla y León la proclamaron reina, pero su marido, Felipe alegó que sufría locura y reclamó para si el gobierno de Castilla.  El 20 de junio de 1506, Fernando y Felipe se reunieron en Puebla de Sanabria. Fernando para evitar discordias aceptó retirarse a Aragón y dejar el gobierno de Castilla en manos de su yerno.  Sin embargo, no lo hizo gratis.  Previamente, se hizo con el cobro de la mitad de las rentas del reino.

Felipe el Hermoso murió antes de un año de reinado – el 25 de septiembre de 1506 – supuestamente por beber agua fría tras intervenir un juego de pelota el día 17 del mismo mes.  En Castilla, se formó un Consejo de regencia presidido por Cisneros que llamó a Fernando el Católico.  La locura de Juana la Loca combinada con la prematura muerte de Felipe el Hermoso provocó una sucesión de regencias previas a la entronización de un jovencísimo Carlos.  Sin embargo, Carlos pudo haber heredado sólamente los territorios de la Corona de Castilla.  De hecho, Fernando concibió la idea de crear una nueva línea sucesoria y así, en 1505, contrajo matrimonio con una joven de dieciocho años llamada Germana de Foix.   De ella, Fernando tuvo un hijo en 1509 que murió.  De haber sobrevivido el infante, la labor de reunificación de España – construida no sobre un sentimiento nacional sino sobre la intolerancia religiosa – se habría quebrado y la nación habría vuelto a dividirse en dos coronas independientes, las de Castilla y Aragón.  De hecho, se habría malogrado la tarea previa de Isabel y Fernando dejando de manifiesto su enorme fragilidad.    

En 1513, Fernando fue reconocido rey de Navarra por las cortes navarras.  Sus títulos eran su parentesco con el príncipe de Viana; el apoyo de los beamonteses en la guerra civil de Navarra y el respaldo papal porque los reyes de Navarra se habían opuesto a la Liga santa contra Francia firmando con este reino el tratado de Blois.  Esa última circunstancia provocó que Fernando enviara a Navarra a las tropas castellanas al mando del duque de Alba.  Con un reconocimiento que abarcaba de los navarros a las instituciones internacionales como la Santa Sede, Navarra quedó reintegrada en España.  Por supuesto, como fue común en la Historia de Castilla, se respetaron sus fueros e instituciones.

En 1516, murió Fernando sin tener más hijos y le sustituyó en la Regencia el cardenal Cisneros.  El ilustre cardenal murió en Roa, Burgos, en 1517 cuando iba a recibirlo a Carlos, el nuevo rey de España.  La locura de su madre Juana y la muerte de su padre Felipe el Hermoso habían situado a su hijo Carlos en el trono español con inusitada rapidez.  Su reinado fue un periodo trascendental para la Historia de España no sólo porque marcó su hegemonía en Europa sino también porque enlazó la Historia nacional con una serie de causas que, en puridad, nada tenían que ver con los intereses patrios, aunque sí se relacionaban profundamente con los de la dinastía a la que pertenecía Carlos y, todavía más, con los de la política internacional de la iglesia católica. 

La herencia territorial de Carlos I sólo puede ser descrita como verdaderamente impresionante.  Por un lado, estaban las posesiones de la España de los Reyes Católicos que incluía América, los territorios en Italia y las plazas en el norte de África.  Por otro lado, se hallaban los estados de María de Borgoña en el norte de Europa.  Finalmente, a todo lo anterior se acabaría sumando el imperio alemán lo que implicaba un peso claro en Europa.  Por desgracia para España – que proporcionaba los recursos - los ejes de la política exterior de Carlos fueron, fundamentalmente, los no-españoles y, de manera muy especial, Borgoña y Alemania.  Esa circunstancia llevó a Carlos a implicarse en diferentes guerras con Francia, con los turcos y con los protestantes.  Las primeras quizá hubieran tenido lugar de todas formas; las segundas podrían haberse desarrollado de otra manera y las terceras no hubieran tenido lugar.  En que Carlos I siguiera semejante rumbo, realmente desastroso para España, tuvieron un papel absolutamente decisivo los intereses de la iglesia católica.   Fueron esos intereses, defendidos a sangre y fuego, los que empujaron a España a una serie de conflictos que, no pocas veces, demostraron no ser ni necesarios ni convenientes.  En paralelo a esa política exterior, no puede decirse, en puridad, que existiera una política interior de Carlos salvo la encaminada a drenar los recursos españoles – especialmente de Castilla y las Américas – para financiar sus conflictos en el centro de Europa.  Así, durante la primera fase del reinado de Carlos I, la denominada de manera convencional, borgoñona, España se convirtió en el granero con el mantener una política ya arcaica a la sazón porque se originaba en una romántica y dañina intención de reconstruir la época de Carlomagno.  De manera bien significativa, cuando Europa iba avanzando a ritmos diferentes hacia el Renacimiento, preludio de la Reforma y de la Modernidad, Carlos iba a imprimir a España un destino vinculado con concepciones medievales ya obsoletas.

CONTINUARÁ


[1]  Sobre el tema, véase: Juan Hernández Franco, Sangre limpia, sangre española. El debate de los estatutos de limpieza (siglo XV-XVII), Madrid, 2011; Idem, Cultura y limpieza de sangre en la España moderna.  Puritate sanguinis, Murcia, 1996.  

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