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Miércoles, 25 de Diciembre de 2024

XIV.- De religión sometida a religión sometedora (VIII): Recuperación y fraudes píos (III): Santiago nunca estuvo en España

Jueves, 12 de Diciembre de 2019

La Donatio Constantini – y otros documentos católicos falsos – lejos de constituir una excepción fue sólo una muestra más del uso sistemático de la mentira para obtener beneficios económicos y políticos, por un lado, y para manipular ideológicamente a la sociedad, por otro.  El caso más evidente de esa conducta en la España de la Edad Media fue la afirmación de que había aparecido la tumba del apóstol Santiago y que se habían trasladado sus restos a Compostela.  Que semejantes afirmaciones no tienen punto de contacto con la realidad – Santiago fue ejecutado en tiempo de Herodes Agripa y sepultado en Judea mucho antes de que el cristianismo comenzara a ser predicado a los no-judíos – ha resultado siempre evidente.  En 1912, por ejemplo, Miguel de Unamuno escribió un artículo, posteriormente recogido en “Andanzas y visiones españolas”, donde realizaba una afirmación difícil de refutar: “un hombre moderno, de espíritu crítico, no puede admitir, por católico que sea, que el cuerpo de Santiago el Mayor esté en Compostela. ¿Qué cuerpo es, pues, el que allí se venera y cómo y por qué se inició ese culto?.  En el mismo sentido se expresaría el extraordinario historiador Claudio Sánchez Albornoz afirmando que “Es inverosímil que durante los años inmediatos a la muerte de Nuestro Señor Jesucristo, años extremadamente difíciles para sus discípulos; uno de los apóstoles de más autoridad abandonara el núcleo primitivo jerosimilitano y se le ocurriera nada menos que cruzar el Mediterráneo y trasladarse a las tierras extremas del mundo: a Hispania”.  Difícilmente se podría haber expresado mejor.  Sin embargo, una cuestión era la realidad histórica y otra muy diferente, la leyenda – o si se prefiere el “fraude pío” - destinada a extenderse.  

La leyenda presenta dos elementos muy claros.  Uno es el viaje de Santiago a España y de su predicación en tierras hispanas; el otro, el traslado de sus restos a Galicia por algunos discípulos.  El primer elemento carece del menor apoyo histórico en documentos primitivos y de carácter fiable.  El segundo apareció en el siglo IX y se expresa en la supuesta revelación de la tumba de Santiago (Inventio), y, con posterioridad, en el no menos supuesto traslado de los restos hasta su tumba (Translatio).  La primera referencia escrita a la revelación, se encuentra en tres antiguas cartas de Compostela del siglo IX, (años 829, 844 y 854) en las que sólo se menciona que el cuerpo de Santiago fue revelado en el 813, siendo Teodomiro obispo de Iria Flavia, durante el reinado de Alfonso II el Casto, y que el descubrimiento tuvo lugar en el valle de Amaia.  Por su parte, el relato de la Inventio es aún más tardío y se encuentra en la “Concordia de Antealtares” (1077), entre Diego Peláez, obispo de Iria, y Fagildo, abad del Monasterio de Antealtares.  Respecto a la traslación, el documento más antiguo es la Translatio Sancti Jacobo, recogida en el Codex Calixtino y la Historia Compostelana (siglo XII), y adornada luego en La Leyenda Aureade Jacobo de la Vorágine (siglo XIII).  En otras palabras, nos encontramos con documentos que se encuentran a cerca de un milenio de distancia de los hechos, más que dudosos, que relatan.  No menos problemas plantea la supuesta sepultura.

El anuncio de que se había encontrado la sepultura jacobea se produce en el primer tercio del siglo IX.  Aunque se suele citar repetidamente el año 813 la referencia es falsa y sólo pretendía conectar la leyenda con una figura tan prestigiosa como la de Carlomagno, fallecido en 814 y que, supuestamente, tuvo un sueño en el que el apóstol le reveló que al final de la vía láctea, en tierras de Galicia, se encontraba su tumba.  La realidad es que en 813 no regía la diócesis de Iria el obispo Teodomiro, protagonista del hallazgo, sino su predecesor Quendulfo II, que aún permanecía en el cargo en el 818.  Teodomiro no pudo llegar al obispado de Iria antes del 819 y, por tanto, el supuesto hallazgo del sepulcro no pudo ser anterior.   Es muy posible que, en realidad, el episodio se diera en 829, fecha del primer escrito local que ubica el descubrimiento en tiempos de Teodomiro, obispo de Iria, durante el reinado de Alfonso II el Casto.

El supuesto hallazgo tuvo consecuencias inmediatas porque permitió articular una senda de peregrinos que se tradujo no sólo en notables ingresos económicos sino también la articulación de una red de enclaves que fueron pasando a manos de la iglesia católica.  Las consecuencias económicas, políticas, sociales y, desde luego, ideológicas se perpetuarían durante siglos.  Llegan, de hecho, hasta el día de hoy aunque se sustenten en una clamorosa falsedad que nadie que conozca mínimamente la Historia puede creer.

CONTINUARÁ

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