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Miércoles, 25 de Diciembre de 2024

(XCIV): De la supresión de la ilustración a la oposición al estado liberal (XVIII). La oposición a los patriotas (VII): El retorno del absolutismo (II)

Sábado, 19 de Febrero de 2022

El trienio liberal puede ser calificado, con toda justicia, de ocasión perdida.  Por un lado, los liberales perseguían la realización de reformas necesarias – como la codificación, la desamortización, la liberalización de la economía, etc - pero el peso de la masonería resultó desastroso.  Las disputas acontecidas en el seno de las logias – donde se decidía la ocupación de empleos y cargos públicos – tuvo una repercusión directa en la vida política.  Así, los liberales se dividieron en doceañistas (partidarios de la Constitución del Doce) y veintenos (partidarios de un planteamiento más radical) al igual que la masonería se dividía entre la sociedad del anillo – moderados – y la Confederación de caballeros comuneros, más extremos.  De esa manera, los liberales que eran la única fuerza consciente de las reformas que necesitaba la nación se distanciaron enormemente del pueblo al que decían representar y se colocaron en la senda de su propia derrota.

El 7 de julio de 1822, la Guardia Real se sublevó con la intención de ayudar al rey a derogar la constitución liberal de 1812 y de regresar a la monarquía absoluta.  La intentona fracasó, pero a partir de la misma se creó un estado de opinión que consideraba que el monarca no era sino un cautivo de los liberales.  La convicción – no del todo exenta de base – era tan clara que en la Seo de Urgel llegó a crearse una Regencia suprema de España durante la cautividad de Fernando VII.

También en el exterior, los vientos soplaban en contra de los liberales.  Temiendo que se produjera una invasión extranjera de carácter absolutista, las cortes se trasladaron a Sevilla obligando al rey y a su gobierno a acompañarlas.   El 7 de abril de 1823 entraba en España un ejército al mando del duque de Angulema cuyo objetivo era restaurar el ejercicio completo de la monarquía absoluta de Fernando VII.   Los Cien mil hijos de San Luis, que es como llegó a ser conocido este cuerpo expedicionario, no encontraron prácticamente resistencia de manera bien distinta a lo que había sucedido con sus compatriotas en 1808.  Que así sea resulta lógico porque, a fin de cuentas, si los primeros eran enemigos jurados de la independencia nacional, de la iglesia católica y de la monarquía de Fernando VII, éstos eran los más claros defensores de las dos últimas. 

Restaurado en sus plenos poderes, el monarca no dudó en salirse de la “senda constitucional” y en emprender la de la represión.  Ésta, dirigida contra los liberales, fue encarnizada llegando hasta el punto de procederse al rencoroso ajusticiamiento de Riego.  Si en el s. XVI, España se había quedado desenganchada de la Reforma; si en el s. XVIII, la Ilustración no pudo prosperar atenazada por la Inquisición, en el s. XIX, la modernización que suponía el liberalismo se vería frustrada por las mismas fuerzas que habían abortado el progreso de España en los siglos anteriores. 

Fernando VII se había convertido, sin especial esfuerzo, todo hay que reconocerlo, en el paradigma ideal del monarca deseado por la iglesia católica.  Cerrilmente antiliberal y fanáticamente empeñado en dar marcha atrás a la rueda del tiempo, el Borbón garantizaba que todo el entramado social y psicológico del pueblo español permaneciera igual garantizando su monopolio ideológico y sus privilegios de siglos.  Semejante panorama se vería alterado por un inesperado problema dinástico que proporcionaría a la iglesia católica un instrumento privilegiado para oponerse a la creación del estado liberal con unas consecuencias trágicas que llegan hasta la actualidad.

CONTINUARÁ

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