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Miércoles, 25 de Diciembre de 2024

Mateo, el evangelio judío (XXVI)

Viernes, 11 de Enero de 2019

(23-25):  El último discurso de Jesús (II): capítulo 24: 1-28 (I): el final de Jerusalén (I)

Señalé en la última entrega que, en contra de lo que suele afirmarse habitualmente, el último discurso de Jesús no es el bloque formado por los capítulos 24 y 25 sino relacionado con los capítulos 23, 24 y 25. Este aspecto es muy importante porque permite ver que el discurso se está refiriendo a todo un sistema y una generación que no recibirían la salvación esperada y que serían sustituidos por una entidad espiritual totalmente distinta.  Al igual que la generación perdida en el desierto tras el Éxodo, ellos mismos se habían excluido con su comportamiento de la bendición y sería otro pueblo el que entraría en el cumplimiento de las promesas.  Los maestros de la Torah podrían haber ayudado a otros a llegar al mesías, pero la triste realidad es que ni habían entrado en el Reino de los cielos ni habían permitido que otros entraran (Mateo 23: 13).  Al fin y a la postre, habían construido un sistema basado en la soberbia y la codicia, soberbia y codicia desprovistas de toda compasión y que quedaban cubiertas con religiosidad (Mateo 23: 14), sistema que creaba discípulos que - ¿podía ser de otra manera? – eran aún peores que los maestros, sistema que, al fin y a la postre, se prefería a si mismo a aceptar al mesías.  Como era de esperar, un sistema espiritual de esas características se había convertido en objeto del futuro juicio de Dios.  La confirmación de ese juicio la pronunció Jesús cuando salía del Templo y así aparece recogido en el capítulo 24 de Mateo. 

    A quien escribe estas líneas no se le pasa por alto la manera penosa y deplorable con que se producen las aproximaciones a este capítulo.  Debo decir que la ignorancia que denotan esas interpretaciones me resulta deprimente.  Suelen surgir del sistema dispensacionalista – un sistema creado por los jesuitas Lacunza y Rivera en la época de la Contrarreforma precisamente para socavar la Reforma – y a tan discutible método de interpretación se le han ido sumando muestras penosas de calenturienta imaginación como las que aparecen en la serie de novelas de Lef Behind (Dejados atrás).  Nada de ese sistema – o esas novelas – tiene que ver con la Biblia y, de hecho, choca con cuestiones esenciales como la enseñanza bíblica acerca del Nuevo pacto y del pueblo de Dios.  Que esté muy extendido sólo indica una inmensa desgracia.  Entre los dislates propugnados por el sistema dispensacionalista está la creencia en que habrá un arrebatamiento o rapto de la iglesia antes de la gran tribulación.  Basta leer 1 Tesalonicenses 4: 13-17 – el único texto donde se habla del arrebatamiento – para darse cuenta de que no puede tener lugar ANTES DE la tribulación ya que tiene lugar después de la resurrección.  De hecho, antes de los jesuitas Lacunza y Rivera a nadie se le ocurrió enseñar tan atrabiliaria doctrina.  Pero es que Mateo 24 es enormemente claro sobre los hechos.

     Jesús señaló claramente que TODO lo señalado por él en este capítulo tendría lugar en la la generación en la que vivía (Mateo 24: 34).  Algunos intérpretes se han empeñado en interpretar generación como raza – la raza judía – pero semejante posibilidad es disparatada.  De hecho, en la enseñanza de Jesús, la generación siempre es la gente que vive en una época concreta, los contemporáneos (Mateo 1: 17, 11: 16, 12: 39, 41, 42, 45; 16: 4; 17: 17; 23: 36; 24: 34; Marcos 8: 12, 38; 9: 19; 13: 30; Lucas 1: 48, 50; 7: 3; 9: 41; 11: 29, 30, 31, 32, 50, 51; 16: 8; 17: 25; 21: 32).  En otras palabras, Jesús va a enseñar algo que tendría su cumplimiento TOTAL en el espacio de unos cuarenta años.  Era la generación perversa cuyo juicio había anunciado (Mateo 12: 39, 45; 16: 4; 17: 17) y sobre la que recaería la sangre derramada de los santos (Mateo 23: 35-38).            

     Tal y como vimos en el capítulo 23, las palabras de Jesús habían sido claras, pero el templo seguía siendo impresionante.  A decir verdad, era tan impresionante que los mismos discípulos se quedaron pasmados ante sus construcciones y, por lo que parece, se les olvidó todo lo que habían escuchado sobre la casta religiosa judía y Jerusalén.  Da la sensación de que nada había quedado en su mente y corazón ante la contemplación del templo.  No se puede dejar de pensar en paralelos del día de hoy.  La gente escucha con alivio nada oculto la enseñanza en contra de los personajes semejantes a los dirigentes espirituales del capítulo 23, pero luego no duda en quedarse otra vez pasmada ante el despliegue de poder de ese mismo sistema que han oído criticar tan a gusto (24: 1).

     La respuesta de Jesús no pudo ser más contundente: no quedaría nada de aquello que tanto les llamaba la atención (24: 2).  Afirmación tan tajante provocó una comprensible reacción de los discípulos que, una vez en el monte de los olivos, se le acercaron cuándo sucederían esas cosas y, de paso, cuál sería la señal de su presencia – el significado literal – y del final de la era.  Al respecto, el término griego – aion – indica una época, una era, un período y no, como pretenden algunos, el mundo.  

     La respuesta de Jesús fue clara y respondió a todo lo preguntado por los discípulos.  Les describió el final del templo y con él, el final de la era, una era que concluía con el hecho de que el reino era quitado de Israel y entregado a otro pueblo (Mateo 21: 43).  En esa época, el templo de Jerusalén – centro de la vida espiritual de Israel – dejaría de existir y los verdaderos adoradores adorarían a Dios en espíritu y verdad y no en un templo (Juan 4: 21-23). 

     Las señales del fin de la era no sería una como pensaban los discípulos sino siete.  

  1. Falsos mesías:  en primer lugar, debían evitar ser engañados porque aparecerían muchos diciendo que eran el mesías y, sin duda, lograrían extraviar a muchos. 
  2. Guerras:  Como además abundarían las noticias de guerras algunos aprovecharían para decir que era el fin, pero lo cierto es que no lo sería todavía (24: 5-6). 
  3. Desastres naturales:  hambres y terremotos se dibujarían en el futuro, pero sólo serían el inicio de los dolores de parto (24: 7-8).
  4. Persecución:  catástrofes, guerras y terremotos serían sólo el inicio de dolores de aflicción.  Más grave sería lo que vendría a continuación, una tribulación en la que los discípulos de Jesús serían perseguidos hasta la muerte (24: 9), afirmación, por cierto, que debería disipar de raíz la idea de que los discípulos de Jesús serán privados de tribulación porque el texto dice exactamente lo contrario.
  5. Apostasía: la persecución tendría como consecuencia que muchos se apartarían e incluso incurrirían en la traición (24: 10). A la apostasía, contribuiría igualmente que aparecerían falsos profetas con enorme capacidad de seducción (24: 11) y, como resultado, el amor de muchos se enfriaría (24: 12).  De hecho, en medio de esa situación, sólo los perseverantes se salvarían (24: 13). 
  6. Expansión universal del Evangelio:  la persecución y la tribulación se desarrollarían en paralelo a un acontecimiento de especial relevancia:  el evangelio sería predicado a todas las naciones previamente al final de la era, un hecho que tuvo lugar en la generación de la que hablaba Jesús a juzgar por las afirmaciones de Pablo en la década de los años cincuenta del siglo I.  Así dice en Colosenses 1: 5-6:  “a causa de la esperanza que os está guardada en los cielos, de la que ya habéis oído por la palabra verdadera del evangelio, que ha llegado hasta vosotros, así como a todo el mundo, y lleva fruto y crece también en vosotros, desde el día que oísteis y conocisteis la gracia de Dios en verdad”.  Igualmente, en Colosenses 1: 23 afirma:  “si en verdad permanecéis fundados y firmes en la fe, y sin moveros de la esperanza del evangelio que habéis oído, el cual se predica en toda la creación que está debajo del cielo; del cual yo Pablo fui hecho ministro”.  Lo mismo podemos ver en Romanos 1: 8 (“Primeramente doy gracias a mi Dios mediante Jesucristo con respecto a todos vosotros, de que vuestra fe se divulga por todo el mundo”) o en Romanos 10: 18 (“Pero digo: ¿No han oído? Antes bien, por toda la tierra ha salido la voz de ellos y hasta los extremos de la tierra sus palabras”) (la negrita es nuestra) y
  7. La abominación de la desolación:   la referencia a los ejércitos paganos en la proximidad de Jerusalén sería otra señal de que la era se acercaba a su final.  El texto de Lucas 21: 20-22 resulta aún más claro al afirmar:  “Pero cuando veáis Jerusalén rodeada de ejércitos, sabed entonces que su destrucción ha llegado.  Entonces los que estén en Judea, huyan a los montes; y los que se hallen en medio de ella, váyanse; y los que estén en los campos, no entren en ella. Porque estos son días de retribución, para que se cumplan todas las cosas que están escritas”.   Las palabras de Jesús se cumplieron de una manera inexorable.  No sólo es que sus discípulos experimentaron persecución desde el principio – basta leer el libro de los Hechos, Apocalipsis y buena parte de las epístolas – sino que además textos como La guerra de los judíosde Flavio Josefo nos dan cuenta detallada de falsos mesías y maestros que arrastraron a muchos en los años previos a la destrucción del templo.  En el año 66, las legiones romanas llegaron a las puertas de Jerusalén y la cercaron.  Sin embargo, de manera inesperada para los judíos, los romanos levantaron el asedio a causa de los conflictos internos del imperio.  Los que hicieron caso de las palabras de Jesús abandonaron la ciudad y se refugiaron en la población de Pella al otro lado del Jordán salvándose de lo que caería sobre Jerusalén.  Los nacionalistas judíos que, por el contrario, creyeron que Roma había sido derrotada se apresuraron a acuñar una moneda proclamando su victoria sobre los paganos.  Su alegría duró poco porque, bajo el mando de Tito, los romanos regresaron y en el año 70 tomaron Jerusalén y arrasaron la ciudad junto con el templo.  Nunca antes ni nunca después – ni siquiera durante el Holocausto – sufrió el pueblo judío una tragedia semejante. Si en el Holocausto murió, aproximadamente, una tercera parte de sus miembros; en la guerra del templo fueron dos terceras partes los judíos que perecieron.  Además no sobrevivió nada de la presencia judía como entidad política, Jerusalén fue arrasada y del templo, como señaló Jesús, no quedó piedra sobre piedra. Todo ello se cumplió en el plazo de una generación de manera casi meticulosamente matemática: los años que van del 30 al 70 d. de C.. 

     Debo añadir dos aspectos más que muestran hasta qué punto las palabras de Jesús se cumplieron con exactitud. La primera es que basta leer – y es lectura obligatoria – La guerra de los judíos del historiador judío Flavio Josefo para darse cuenta de que Jesús estaba prediciendo de manera extraordinariamente exacta el proceso de aniquilación del sistema religioso judío, sistema, dicho sea de paso, que no ha vuelto a ser reconstruido como entonces hasta el día de hoy.  Gracias a la lectura de Josefo, el lector no sólo comprenderá Mateo 24 sino que además entenderá capítulos enteros de Apocalipsis, precisamente esos capítulos utilizados por los ignorantes y los aprovechados para lanzar teorías disparatas e incluso ridículas sobre el futuro.

    En segundo lugar, comprenderá que los juicios de Jesús sobre esa generación no fueron ni mucho menos exagerados.  Josefo – que no creía que se había producido un castigo por rechazar al mesías – escribió, sin embargo, de aquella generación lo siguiente:  “Aunque resulta imposible relatar todos sus crímenes de manera detallada, si se puede decir, en resumen, que ninguna otra ciudad ha sufrido atrocidades de este carácter y jamás ha existido en la Historia una generación que haya producido tantas iniquidades” (Guerra de los judíos V, 442).  No deja de ser significativo que Josefo añadiera a continuación: “Estos individuos acabaron por atraer el desprecio sobre la raza de los hebreos… han llevado a la ciudad a la ruina” (Idem, V, 443-4).  El juicio no era de un fanático antisemita.  Era de un judío, fariseo y patriota, que, al igual que Jesús, no se engañaba sobra aquella generación (obsérvese el significado de la palabra “generación” semejante al que vemos en Jesús) y sabía donde residía la responsabilidad de lo acontecido. 

     Llegados aquí, seguramente los lectores estarán preguntándose por la señal del Hijo del hombre (24: 30) y su interpretación si es que todo sucedió en la generación que concluyó en el 70 d. de C.  De ello hablaremos cumplidamente, pero será en la próxima entrega.

CONTINUARÁ     

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