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Jueves, 26 de Diciembre de 2024

Mateo, el evangelio judío (XXIV)

Viernes, 7 de Septiembre de 2018
"Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente" "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente"

¿Quién dice la gente que soy yo? (I): (16:13-17)

Desde la perspectiva del evangelio de Mateo – y no sólo desde la de Mateo – se ha llegado a un punto central de la vida de Jesús.  Hasta este momento, Jesús ha ido enseñando la llegada del Reino y una interpretación de la Torah que no sólo chocaba con la de distintos grupos religiosos sino que desvelaba una realidad espiritual distinta.  No sólo distinta sino que además exigía tomar una decisión.  De manera lógica, la cuestión que se planteaba era quién era Jesús para tener esas pretensiones.  En otras palabras, según quien fuera Jesús, sus palabras podían denotar la presencia de un loco de atar, de un malvado estafador o de… 

Fue el mismo Jesús quién planteó esa pregunta a los discípulos y lo hizo en un lugar muy concreto: Cesarea de Filipo (16: 13).  La localidad era justo el punto de paso, de cruce, de conexión entre el mundo judío y el mundo pagano.  Auténtica encrucijada de culturas, de cosmovisiones, de vidas espirituales difícilmente se puede pensar en un enclave mejor para que Jesús preguntara a sus discípulos quién decía la gente que era él.  La respuesta de los discípulos puso de manifiesto una clara confusión acerca de Jesús.  La gente pensaba que Jesús era Juan el Bautista, Elías, el profeta escatológico que muchos creían que regresaría antes del fin o algún otro profeta (16: 14).  En resumidas cuentas, la multitud, como ahora, había oído campanas, pero no sabía dónde.  No andaba más desencaminada que los que ahora se empeñan en asemejar a Jesús con un revolucionario como el Che, un maestro de moral como Swami Vivekananda o un activista socio-moral como Gandhi.  Todo ello si es que no se topa uno con alguien que señala que Jesús es un extraterrestre como sostiene Juan José Benitez en sus Caballo de Troya, una copia mala de los escritos de la secta de Urantia.  Que la gente no sepa quién es Jesús no debería sorprender.  Sucedía ya en su época.  De la misma manera, continúa siendo esencial conocer la respuesta correcta y, a la vez, saber adecuar la vida a la misma.  Aspectos ambos relevantes, pero muy distintos. 

La respuesta correcta vino dada por Pedro al afirmar (v. 16) que Jesús era el mesías, el Hijo del Dios viviente.  No un maestro de moral; no un revolucionario ni siquiera un profeta más sino el propio mesías que por añadidura era el Hijo de Dios.  De manera bien reveladora, Jesús le comentó a Pedro que era bienaventurado por dar aquella respuesta.  Lo era no por acertar con las categorías correctas sino porque para llegar a esa conclusión no había contado con el respaldo humano sino que Dios, el Padre de Jesús, se lo había revelado (v. 17).  La enseñanza no era de escasa relevancia.  Cuando alguien realiza determinados descubrimientos espirituales detrás de ellos está la mano del Padre celestial.

CONTINUARÁ

 

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