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Jueves, 26 de Diciembre de 2024

Mateo, el evangelio judío (XX)

Viernes, 19 de Octubre de 2018

(19:1-20: 19): la conducta del Reino

En la siguiente sección del evangelio de Mateo, podemos ver cómo Jesús continúa desarrollando la especial visión del Reino.  Seguirla implica, de entrada, renunciar al dominio sobre otra persona (19: 1-10) y sobre las cosas (19: 16-30).  Las dos historias que relata Mateo, al respecto, son más que iluminadoras.  La primera arranca de la pregunta de los fariseos acerca de si el repudio es lícito.  Para muchos, Jesús se limita a dar una enseñanza sobre el divorcio señalando su imposibilidad y punto.  Una lectura superficial del texto podría reducirse a eso, pero la realidad va mucho más allá como ya señalé al tratar el Sermón del monte.  Lejos de ser dos personas, cada una por su lado, que deciden unirse mientras dure, el matrimonio implica una unión más que especial nacida del mismo Dios.  A decir verdad, ya no deben ser dos sino una sola carne, un aspecto que es negado una y otra vez en la sociedad en la que vivimos.  No deja de ser significativo que en nuestra cultura a la vez que el individuo cada vez está más controlado por fuerzas externas, estatales y no estatales, a la vez, se declara la demolición de las relaciones más naturales como son las conyugales o las paterno-filiales.  Semejante visión es terriblemente destructiva.   

     Jesús admite que hay ocasiones en que el divorcio puede ser lícito (19: 9), pero no deja de ser la excepción a una norma general.  Naturalmente, semejante perspectiva provocó una reacción inmediata no entre los fariseos – allá las tonterías que quisiera decir ese Jesús…, debieron pensar - sino entre sus mismos discípulos.  Su objeción era lógica.  Si la finalidad del matrimonio es una vida en común en la que se renuncia al propio interés en favor de uno común, sinceramente, casarse no es una opción conveniente (19: 10).   No sólo eso.  Es que más vale quedarse solteros.  La respuesta de Jesús es clara: sólo algunos – los hijos del Reino – son capaces de comprender – y d vivir de acuerdo con los principios del Reino.  Porque incluso aquellos que decidan privarse del matrimonio no vivirían esa situación igual que otros que no pueden o no quieren casarse (19: 12).

    Los hijos del Reino no sólo abandonan la posibilidad de dominar a otro sino que renuncian a la de dominar sus bienes.  No otra cosa indica el relato sobre el joven rico.  Que el personaje, en cuestión, era una buena persona y que tenía inquietudes espirituales parece fuera de toda duda.  A decir verdad, es más que posible que fuera mucho mejor persona que la mayoría de aquellos que conocemos a lo largo de nuestra vida.  Con todo, Jesús dejó de manifiesto que su corazón seguía apegado al dinero y lo hizo con su especial habilidad para ir retirando los velos de una situación hasta sacarla totalmente a la luz.  El relato, lamentablemente, ha sido retorcido no pocas veces a lo largo de la Historia.  Se ha insistido, por ejemplo, en que hay un camino general y otro para los “perfectos” y sólo entre los “perfectos” hay que entregar todos los bienes a disposición de Dios.  A partir de semejante manipulación, lo mismo se puede instituir una orden monacal cuyos miembros renuncien a la propiedad privada – aunque luego puedan vivir mucho mejor que otros fieles – o una forma de predicación que insta a dar para recibir las bendiciones de Dios, simplemente como si se pudieran comprar.  La realidad es muy distinta.  Jesús intenta que el joven se de cuenta de que ni siquiera él ha cumplido los mandamientos y, por lo tanto, necesita salvación (19: 16-7).  Sin embargo, el joven no quiere ver la realidad y señala que ha cumplido con todo durante toda su vida – ¡habría sido el primer caso de toda la Historia universal! – o sea que ¿acaso le falta algo? (19: 20).  Jesús responde de una manera que apunta al corazón del problema: su corazón siempre ha estado apegado a los bienes.  ¿Sería capaz de desprenderse de ellos como paso previo a seguirlo? (19: 20-21).  La verdad es que no.  Y, de nuevo, los discípulos plantean que esa respuesta de Jesús es contraria al sentido común.  Si los ricos – que pueden dar limosnas cuantiosas, ayudar al clero y levantar sinagogas – tienen difícil entrar en el Reino porque están adheridos a sus riquezas, ¿qué pasará con otros que no se pueden permitir llevar a cabo esos actos meritorios?  (19: 22-25).  La respuesta de Jesús – como tantas otras veces – es de una claridad meridiana.  Para el hombre, es abiertamente imposible, pero no para Dios (19: 26).

    La intervención de Pedro en ese momento es lógica.  ¿Qué pasará con los que sí dejaron todo para seguir a Jesús?  (19: 27).  La respuesta de Jesús, una vez más, es directa y clara.  Los apóstoles son el cañamazo del verdadero Israel que juzgará a las doce tribus en la restauración (19: 28).  En cuanto a los otros, en esta vida, descubrirán que han entrado en un grupo de personas – los hijos del Reino – que compensarán cualquier perdida material, pero además, aquellos que han optado por el Reino NO ganarán, pero sí heredarán – es decir, recibirán gratuitamente - la vida eterna.  Y una vez más, con machacona insistencia y coherencia, Jesús vuelve a señalar que todo es gracia. 

     Si tras referirse al matrimonio y a cómo debe ser enfocado, Jesús puso a los niños como ejemplo de la actitud ante el Reino (19: 13-15), ahora relata la parábola de los trabajadores en la viña.  De nuevo, Jesús subraya que Dios no trata con nosotros sobre la base de nuestros méritos – más que discutibles – sino por su gracia inmerecida (20: 1-16).  Por supuesto, habrá muchos que piensen que ellos SÍ tienen mérito y que incluso sería injusto que otros recibieran algo – es la mentalidad del hermano mayor en la parábola del hijo pródigo o la del fariseo en relación con el publicano en otra parábola – pero Jesús lo niega de plano.  No puede sorprender que esta sección concluya con un nuevo anuncio del hecho histórico sobre el que se sustenta la salvación por gracia: el sacrificio expiatorio del mesías  (20: 17-19).  Dios salva de manera inmerecida y gratuita; esa salvación se realiza a través de la muerte voluntaria del mesías y los que siguen al mesías lo saben y obedecen por amor a una nueva forma de ver la realidad, la del Reino.

     Leer – no digamos escuchar – el texto de los Evangelios implica no pocas veces pasar por alto el prodigio – verdadera filigrana – de sus autores a la hora de presentar las enseñanzas de Jesús.  Sin embargo, cuando uno contempla el texto en su conjunto queda abrumado por la manera extraordinaria en que encajan las piezas.  En el caso de Mateo, resulta incluso prodigioso.  No sólo es la agrupación de cinco grandes discursos a la imagen de la Torah de Moisés sino también la disposición del relato entre cada discurso antes de llegar a la pasión.  Espero que, especialmente, en los últimos estudios esta circunstancia haya quedado de manifiesto.

CONTINUARÁ          

 

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