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Miércoles, 25 de Diciembre de 2024

Marcos, un evangelio para los gentiles (II): 1: 1-15

Viernes, 8 de Marzo de 2019

  El evangelio de Marcos es un evangelio extraordinariamente sutil.  Por un lado, Marcos rehuye totalmente aquellos elementos que podrían llevar a los paganos a confundir a Jesús con un dios o un héroe – una majadería en que han caído algunos de los autores de estos tiempos – pero, por otro lado, nos muestra quién es verdaderamente.  Marcos no hace referencia al nacimiento de una virgen, a la paternidad de un dios, al descenso al mundo en poder.  Todo eso ya lo tenían los paganos.  Jesús aparece como un siervo sin ascendencia, sin vinculación de su ser con un dios, sin elementos maravillosos y sin embargo… ah, sin embargo, Marcos cuenta eso y mucho más de Jesús.

     Jesús era ciertamente el mesías y el Hijo de Dios, pero en un sentido sin paralelo en el paganismo.  De entrada su ministerio fue precedido por un extraño personaje llamado Juan que salió a predicar la conversión en el desierto con una apariencia aún más extraña que la de un filósofo como Diógenes.  Sin embargo, los paganos debían saber algo.  Primero, que Juan estaba cumpliendo una profecía – sí, el Antiguo Testamento tenía profecías y se cumplían – y segundo, que esa profecía aparecía unida al mismo Dios.  Era el camino de YHVH el que se abriría en el desierto, era el mismo YHVH el que vendría.  Aquel humilde artesano venido de Galilea era, pues, el mismo YHVH, pero, a diferencia de los dioses paganos, ni realizaba pruebas de fuerzas, ni perseguía mujeres para acostarse con ellas, ni iba regando de hijos la tierra.  Por el contrario, Jesús hizo acto de presencia sumándose a la predicación de conversión de Juan el Bautista.

     Semejante acto – a fin de cuentas el reconocimiento de un rey por un profeta como aparece tantas veces en el Antiguo Testamento – no era igual que el reconocimiento del emperador de Roma por el pontífice máximo o la manera en que los papas ungirían a emperadores durante siglos.  Esa era una visión romana, pagana, distinta de la que Marcos estaba enseñando a los romanos.  Jesús salió del agua y el Espíritu Santo descendió sobre él y Dios lo reconoció como quién era.  Luego el Espíritu lo llevó al desierto donde ayunó, fue tentado por el Diablo y los ángeles lo sirvieron.  Todo ello relatado de la manera más sencilla porque Jesús no era Hércules realizando sus doce trabajos o, si a eso vamos, Buda enfrentándose con el demonio antes de recibir la iluminación. 

     Tampoco el mensaje de Jesús iba a ser como el de los dioses o los maestros que los romanos conocían.  Cuando Juan fue encarcelado, se pudo escuchar un mensaje que afirmaba cuatro cosas:

  1. El tiempo se ha cumplido
  2. El reino de Dios se ha acercado
  3. Convertíos
  4. Creed en el Evangelio.       

        El mensaje podía parecer sencillo – y sin duda lo era – pero, a la vez, contaba con una fuerza extraordinaria.

  1. El punto central de la Historia se había producido.   Durante siglos, los judíos habían esperado la llegada del mesías.  Ahora había llegado.  Como vimos en su día, Jesús llegó justo cuando señalaba la profecía de las setenta semanas de Daniel y había nacido cuando, según la profecía del Génesis, debía nacer el mesías, es decir, cuando hubiera un rey en Israel, pero no fuera judío como fue el caso de Herodes.
  2. El reino de Dios se acercaba.  Jesús iría mostrando cómo el reino de Dios – la soberanía de Dios – no era necesariamente como sus correligionarios pensaban, pero, en cualquier caso, el mensaje era claro.  La expectativa se cumplía.
  3. Convertíos.  Ante esas circunstancias, sólo cabía volverse hacia Dios.
  4. Creed en el Evangelio.  Todo esto eran buenas noticias – Evangelio – y lo mejor que se podía hacer era creerlas. 

     Sin duda, Marcos señala de manera telegramática esa predicación de Jesús, pero, sin duda, reproduce la quintaesencia de su mensaje como tendremos ocasión de ver.  Hay que destacar desde ahora que Jesús no está ofreciendo ritos, ceremonias, transacciones.  Llama a un cambio profundo, ahora, aceptando la soberanía de Dios, comenzando una nueva vida. 

CONTINUARÁ

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