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Miércoles, 25 de Diciembre de 2024

Lucas, un evangelio universal (XXVXIII): La buena parte (10: 36-42)

Domingo, 1 de Noviembre de 2020

    Como si deseara evitar la tentación de convertir la parábola del buen samaritano en un argumento en favor del activismo, Lucas sitúa a continuación en su evangelio un breve relato relacionado con dos hermanas cuyos nombres eran Marta y María.  Sabemos por el evangelio de Juan que ambas eran hermanas de Lázaro (Juan 11: 1 ss), un personaje muy cercano a Jesús al que algunos autores – a mi juicio erróneamente – han llegado a identificar con el “discípulo amado” del cuarto evangelio.  Es muy posible que Lucas, en el período en que acompañó a Pablo durante su cautividad en Cesarea, tuviera la oportunidad de conversar con testigos oculares del episodio, quizá incluso con alguna de las doshermanas. 

     La venida de Jesús a la casa de Marta la movilizó en un deseo de atenderlo que nuestras traducciones vierten como “muchos quehaceres” (10: 40), pero que podría traducirse como “muchos platos”.  Jesús había llegado a la casa y la reacción de Marta fue la de agasajarlo, presa de la ansiedad de hacerlo lo mejor posible.  La reacción de María fue, sin embargo, distinta.  Se sentó con Jesús – a los pies, literalmente – y se puso a escucharlo (10: 39).  La reacción de Marta ante la conducta de su hermana fue áspera – aunque comprensible – y consistió en exigir a Jesús que obligara a su hermana a ayudarla en las tareas.  Pero la respuesta de Jesús no discurrió como le habría gustado a Marta.  Estaba afanada, estaba turbada, estaba en un sin vivir y, sobre todo, estaba equivocada (11: 41).  La actitud correcta no era la de pensar en qué ofrecer, dar, presentar, obsequiar.  La mejor parte que se puede tener ante Jesús es escucharlo y aprender (11: 42).  Ésa es la buena parte que nunca puede ser quitada.

    La actitud de Marta se ha convertido en una triste constante a lo largo de la Historia.  La persona es presa de la angustia, de la desesperación, incluso de la violencia por servir a Cristo.  En ese servir a Cristo se incluye desatender las obligaciones, abandonar los estudios, convertirse en un terrorista, quemar a los herejes o exterminar judíos de camino a las Cruzadas.  Todo ello en medio de un afán y una ansiedad difíciles de extinguir.  Todo ello en la convicción de que es lo mejor que se puede hacer.  Todo ello tapizado con la cólera de que otros no se sumen al empeño.  Exprimir a los menesterosos para construir una catedral o vestir lujosamente una imagen; empujar a los infelices a una guerra supuestamente al servicio de Cristo; suprimir la capacidad de pensar de la gente para que sirvan más a Cristo; igualar ese servicio con la negación de la razón y el fanatismo más cerril son sólo algunas de esas conductas que se derivan de afanarse en servir sin antes escuchar.  En descargo de Marta hay que decir que ella al menos se limitaba a preparar una comida y no tomaba a Cristo como estandarte para el degüello, pero, en cualquier caso, su actitud no es la correcta.  Sólo quien se sienta a los pies de Jesús y lo escucha recibe realmente la buena porción, una porción que no puede ser quitada. 

    Una vez más, esta cuestión nos lleva a examinar nuestra relación con Jesús.  ¿Alzamos el nombre de Cristo como legitimación de ambiciones, de ansias, de pulsiones que no pocas veces son contrarias a él o, por el contrario, nos colocamos a sus pies – debajo de él – para escuchar lo que tiene que decirnos?  ¿Lo utilizamos para enmascarar las ansias de poder, la codicia, el deseo de notoriedad bajo capa de activismo o, en realidad, aprendemos de él porque sabemos que es el mejor de los maestros?  De la respuesta adecuada a esa conducta dependen nuestro presente y nuestro futuro, un presente y un futuro que pueden descender a conductas indignas e incluso criminales o que, por el contrario, pueden encauzarse de la mejor manera simplemente porque hemos escuchado a Jesús antes de cualquier otra consideración.

CONTINUARÁ

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