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Miércoles, 25 de Diciembre de 2024

Lucas, un evangelio universal (XXV): ¿Qué mesías es Jesús? (9: 18-27)

Domingo, 12 de Julio de 2020

Las porciones anteriores del evangelio han permitido que Lucas apunte a Jesús como el mesías.  No es poco, pero la cuestión de fondo no es sólo si Jesús es el mesías sino qué tipo de mesías era.  ¿Sería el mesías que tomaría el templo y echaría a los romanos?  ¿Sería el mesías – como pretenden algunos grupos judíos ahora – que derrotaría a los gentiles y los convertiría en esclavos de los judíos?  ¿Sería el mesías que bendeciría a un sector de Israel sobre el conjunto del pueblo y procedería a exterminar a los no-judíos y también a los judíos heterodoxos?  Reconózcase que la pregunta no es de escasa entidad. Cuando Jesús preguntó a sus discípulos quiénes decían las gentes que eran como prólogo para indagar qué decían ellos al respecto, la respuesta de Pedro fue clara y terminante: Jesús era el mesías de Dios (9: 20).  Jesús inmediatamente salió al paso de cualquier interpretación errada sobre su mesianidad señalando, primero, a sus discípulos que no dijeran a nadie que era el mesías (9: 21) y dejando, a continuación, de manifiesto el tipo de mesías que sería: el mesías sufriente que había de morir tras ser desechado por las autoridades religiosas de Israel, pero que se levantaría al tercer día (9: 22). 

Sí, Jesús era el mesías, pero el mesías profetizado en Isaías 53.  En contra de lo que luego afirmarían los rabinos – especialmente a partir de la Edad Media – el siervo de Isaías 53 siempre fue visto por los judíos como el mesías y no como una imagen del pueblo de Israel.  Ese mesías era el que sería encarnado en Jesús.

Esta enseñanza tenía además unas consecuencias de enorme trascendencia para sus discípulos porque Jesús esperaba que siguieran sus pasos.  Si alguno deseaba ir detrás de Jesús, debía comenzar por negarse a si mismo, por estar dispuesto a sufrir la muerte más vergonzosa de la época – la de cruz – en ese cometido y por continuar siguiéndolo día a día.  Para muchos, semejante conducta podía parecer una locura, bien distanciada de alguien que, efectivamente, siguiera al mesías.  Sin embargo, la realidad es que la manera en que el mundo ve las cosas es bien diferente de cómo las ve Dios.  De hecho, cualquiera que desee salvar la vida viviendo según los patrones del mundo, la perderá de manera deplorable.  Por el contrario, aquellos que parezca que han perdido la vida siguiendo a Jesús, la realidad es que la habrán ganado (9: 24).  Y aquí llegamos a una cuestión de enorme relevancia: no sirve de nada ganar el mundo – todo el mundo – si se pierde el alma (9: 25).  Da lo mismo haber sido Napoleón, Hitler, Stalin, Jesús Polanco o George Soros.  Si, al final de la vida, se tiene el mundo y se pierde el alma, el negocio no puede ser más penoso.

Al final, lo que decide el destino eterno del ser humano es si se ha seguido al mesías Jesús sin avergonzarse de él.  Porque el que se avergonzara de él recibiría también el rechazo de un avergonzado Hijo del hombre cuando llegara en su gloria (9: 26). 

A decir verdad, algunos de los presentes verían el reino de Dios antes de su muerte (9: 27).

CONTINUARÁ     

 

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