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Miércoles, 25 de Diciembre de 2024

Lucas, un evangelio universal (XXIII): Jesús domina la enfermedad y la muerte (8: 40-56)

Domingo, 28 de Junio de 2020

La presente sección del libro de Lucas que comenzó mostrando cómo Jesús dominaba la creación y siguió relatando su dominio sobre los demonios concluye con un relato doble donde se nos muestra el poder de Jesús sobre la enfermedad y la muerte.  Que el episodio debió de llamar mucho la atención de los contemporáneos puede desprenderse del hecho de que aparece recogido en tres de los cuatro evangelios.  En él aparecen dos realidades dramáticas que cruzan la vida de todos los seres humanos: la muerte y la enfermedad.  Incluso en este pasaje queda de manifiesto desde el principio la impotencia humana para enfrentarse con ambas circunstancias.  Jairo tenía una hija que se estaba muriendo y ni siquiera el hecho de ser principal de la sinagoga lo podía impedir (v. 41).  La niña, de hecho, iba a morir a los doce años sin tener oportunidad alguna de llegar a ser mujer (v. 42).  Esos doce años eran los mismos que había sufrido una mujer un flujo de sangre.  Por cierto, Lucas no tenía el menor espíritu corporativista.  A pesar de ser médico, señala que la desdichada se había gastado en médicos todo lo que tenía sin obtener el menor resultado (v.43).  Tanto Jairo como la mujer acudieron a la solución que era Jesús a la desesperada.  No tenían otro clavo ardiendo al que agarrarse.  

Sin embargo, el acercamiento fue diferente.  Jairo fue de manera abierta y humilde (v. 41).  La mujer, por el contrario, acudió a escondidas convencida de que sólo tocar a Jesús la curaría y además mantendría en el anonimato su dolorosa y prolongada situación.  A fin de cuentas, no podía comportarse de otra manera.  Cualquier rabino habría rechazado la cercanía de una mujer con flujo de sangre siquiera porque transmitía la impureza ritual.  A pesar de todo, Jesús percibió que de él había salido un poder dirigido hacia alguien que, en medio de toda la muchedumbre, lo había tocado de una manera diferente y entonces todo quedó de manifiesto (v. 45-47).

La mujer, ante todos, dio testimonio de que había sido sanada.  No lo fue por sus buenas obras, por los ritos realizados, por los donativos entregados, por las ceremonias seguidas.  Fue sanada por que tuvo fe (v. 48).  La fe es, precisamente, el canal que permite que un poder sobrehumano puede llegar hacia la persona que lo necesita.  Es la mano tendida a la espera de que en ella recaiga la misericordia.  Es el puente para que por él pase la gracia inmerecida.  Después de recibir todo, la mujer podía marcharse en paz (v. 49).

Es posible que Jairo se preguntara por aquel maestro que dejaba que lo tocara una mujer como aquella, pero si tenía alguna duda sobre Jesús, la noticia de la muerte de su hija no debió disiparla. La niña había muerto y lo mejor que podía hacer era dejar de molestar al maestro (v. 49).    Fue entonces cuando Jesús le pidió que creyera.  No se trataba sólo de pensar que quizá podía ayudar a su hija sino de dejar de temer y de creer.  Si lo hacía, su niña volvería a la vida (v. 50). 

Así, llegaron hasta la casa, Jesús permitió que lo acompañara solo el trío de discípulos más cercanos – Pedro, Santiago y Juan - y se encontraron un panorama de más que comprensible desolación (v.51-2).  Cuando además Jesús afirmó que la niña sólo estaba sumida en un sueño – por cierto, la palabra cementerio significa dormitorio y la razón es que los primeros cristianos veían la muerte como el sueño de los cuerpos nada más – la gente reaccionó con burlas (v. 53).

Jesús nunca se dejó impresionar ni por la masa ni por la gente ni por los poderosos.  Esta vez no fue una excepción.  Tomó de la mano a la niña, le ordenó que se levantara – Taliza qumi, recordaría Pedro que dijo en arameo y así lo dejaría consignado Marcos – y entonces el espíritu volvió a la niña y se levantó.

Lo que hizo Jesús a continuación es digno de reflexión.  En primer lugar, se ocupó de la niña ordenando que la dieran de comer (v. 55); en segundo lugar, mandó a sus padres que no contaran lo sucedido.  Harto de ver farsantes religiosos que la supuesta curación realizada por el virgen, el santo o el mercachifle de turno la airean una y otra vez para obtener beneficios generalmente económicos y harto de ver cómo el supuesto curado tiene relevancia sólo como el mono de feria que se pueda mostrar a los demás para que suelten el dinero, pero cuyos sufrimientos importan realmente un pepino, confieso que la conducta de Jesús me conmueve.  Su interés era por las personas y no por el engrandecimiento personal o por utilizar a los demás de cara a avanzar la causa.  Reconozco que hace muchos años que dejé de creer en aquellos que colocan el avance de su organización por delante del sufrimiento humano.  Aquellos que protegen a sus sacerdotes pederastas enviándolos a otro sitio para que sigan abusando de niños, aquellos que celebran festivales benéficos y se quedan con la mayor parte del dinero recogido para ellos – la última entrevista de José Antonio Abellán este viernes pasado es muy ilustrativa al respecto – aquellos que usan las supuestas curaciones para levantar dinero podrán presentarse como cristianos, pero se encuentran a años luz del Maestro.  A decir verdad, son lo más opuesto a sus enseñanzas que se pueda imaginar.  Jesús atendió al pobre Jairo y a la mujer por compasión, solucionó problemas que está fuera del poder humano solventar y, de ello, no obtuvo el menor beneficio e incluso se preocupó de que no se difundiera.  Es para reflexionar en ello porque quien así actuaba no era un solitario asceta indio o un filósofo medio loco sino alguien que había dejado de manifiesto su poder sobre la Naturaleza, sobre los poderes demoníacos, sobre la enfermedad y sobre la muerte.

CONTINUARÁ

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