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Miércoles, 25 de Diciembre de 2024

Lucas, un evangelio universal (XLIII): (17: 1-10): la vida cotidiana

Domingo, 6 de Junio de 2021

De creer a ciertos predicadores la vida del seguidor de Jesús debería ser un camino de rosas o poco menos.  Se ha tomado la decisión adecuada siguiendo a Jesús, se ha evitado la condena eterna… y no debería haber problemas.  Como quienes escuchan muchas veces estas predicaciones no han experimentado jamás una conversión, el predicador cada vez amolda más su mensaje al gusto de gente que no ha sido nunca regenerada espiritualmente.  Ese mensaje será acomodaticio, atractivo, chispeante, pero carecerá casi con toda seguridad de la esencia cristiana verdadera.  Jesús no pertenecía a ese tipo de predicadores.  Precisamente por ello, lo primero que dejó claro es que en la vida cristiana hay tropiezos (17: 1).  Son una desgracia en especial para los que los provocan (17: 1-2), pero existen.  Precisamente porque los hay, en primer lugar, hay que mirar por uno mismo para no caer a causa de los tropiezos y, en segundo lugar, hay que saber solventarlos encarando directamente a la persona que lo causa (17: 3).  La vida del discípulo, por supuesto, que padece el riesgo del tropiezo, pero no se deja enredar por ellos ni tampoco sumir en la amargura ni caer en el distanciamiento del que se ha comportado mal.  Por el contrario, busca la reconciliación y utiliza como instrumento el perdón (17: 3), un perdón que, en ocasiones, puede tener que repetirse (17: 4).  Por lo tanto, la asamblea cristiana no es el lugar al que se va a pasar un rato agradable escuchando a un predicador que nos entretiene y evita incomodarnos.  Nada más lejos de la realidad.  Es, por el contrario, un sitio donde existen riesgos de tropiezo, pero donde son conjurados por una comunión espiritual en cuyo seno somos perdonados y perdonamos y esto sucede no a causa de una mediación clerical sino de unos a otros.

El panorama expuesto por Jesús es tan diferente de la religiosidad habitual – incluso la vivida en el seno del judaísmo – que no sorprende que los discípulos le pidieran que les aumentara la fe.  ¡¡¡No poca fe se necesita para abordar a quien nos lleva a tropezar y encima a perdonarlo!!!  La respuesta de Jesús es, de nuevo, bien reveladora.  Ciertamente, la fe es necesaria, pero incluso la fe pequeña es enormemente poderosa.  Lo suficiente como para plantar en la mar.  Ciertamente, los discípulos necesitaban esa fe y no sólo a la hora de perdonar… (17: 5-6).

Pero la vida cristiana no sólo implica saber que se puede caer y que hay que abordar los problemas y perdonar; no incluye sólo percatarse de la necesidad de vivir por fe, sino que significa tener una idea adecuada de quienes somos como discípulos de Jesús.  Se cuenta que el fundador del Opus Dei, san José María Escrivá de Balaguer, solía mirar al final del día el sagrario y decir:  ¡¡¡Señor, cuántas cosas he hecho hoy por tu iglesia!!!  Semejante conducta no resulta excepcional porque hay mucha gente que se considera cristiana y que piensa que realiza hazañas extraordinarias para Dios y Su pueblo.  Sin embargo, este comportamiento está a años luz de las enseñanzas de Jesús.  Los verdaderos seguidores de Jesús cuando han hecho todo no se jactan de sus logros, no presumen de sus acciones, no consideran que han actuado de manera ejemplar.  Por el contrario, son conscientes de sus limitaciones y de que no han hecho más de lo que debían (17: 10).  No hay lugar en su corazón para la jactancia, para la soberbia, para el sentimiento de superioridad porque saben quién es el Señor y quién el siervo, quién es verdaderamente el Padre – jamás un ser humano - y quién se comporta como un verdadero hijo.

Conmueve reflexionar sobre estas palabras de Jesús.  Son enormemente distintas de lo que muchas veces enseñan o hacen dirigentes espirituales que gustan de presentarse como referentes de cristianismo.  Pero, digan lo que digan, el seguimiento de Jesús es muy diferente.  Parte de la base de que habrá ocasiones de tropiezo, de que cuando se produzcan se abordarán con valentía, de que el perdón será una conducta habitual, de que la existencia discurrirá sobre la fe y no sobre ritos o ceremonias y de que somos, fundamentalmente, siervos conscientes de nuestro carácter limitado.  Si bien se mira, qué fácil es diferenciar el cristianismo verdadero de las imposturas.

CONTINUARÁ 

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