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Miércoles, 25 de Diciembre de 2024

Lucas, un evangelio universal (XIV): La autoridad de Jesús afirmada (4: 31-44)

Domingo, 5 de Abril de 2020

Como tuvimos ocasión de ver en la entrega pasada, Lucas relata el inicio del ministerio de Jesús partiendo de su nada exitosa visita a la sinagoga de Nazaret, la población en la que se había criado y crecido durante las décadas anteriores.  El mensaje de Jesús, basado en las Escrituras, apoyado en la sola e inmerecida gracia salvadora de Dios y reclamando de todos una conversión indispensable no agradó a sus paisanos y ese desagrado incluso lo colocó en peligro de muerte, algo que no debería sorprender porque, por regla general, los profetas no son escuchados en su tierra (4: 24).  Con todo, la cuestión pendiente era quién se creía Jesús y, sobre todo, quién era para provocar la ira de sus compatriotas.  Lucas narra a continuación dos episodios que establecen esa autoridad y la establecen sobre los demonios y sobre la enfermedad, dos de los grandes flagelos sufridos por el ser humano.  El marco ya no es Nazaret sino Kfar-Nahum, la ciudad que en español es conocida como Capernaum o Cafarnaum. 

El primer episodio es, ciertamente, revelador.  La gente se quedaba admirada de que Jesús hablara con autoridad – es decir, no citando precedentes rabínicos en apoyo de sus posiciones (4: 32) – pero aparte de las palabras, los presentes tuvieron ocasión de ver algo desusado.  Durante años, un pobre infeliz poseído por un demonio había estado visitando la sinagoga.  Por las razones que fuera, todo el entramado religioso de fiestas, lecturas de la Torah y oraciones no habían logrado sacar a aquel hombre de su desdichada condición.  A decir verdad, sólo la cercanía de Jesús llevó a los demonios a manifestarse y además a hacerlo con miedo (4: 34).  Desde luego es para reflexionar que un ambiente cargado de religiosidad – incluso de religiosidad supuestamente ortodoxa – no provocara la más mínima molestia a los seres demoníacos.  Es incluso para pensar que no se encontraban nada mal en ese contexto.  Confieso que más de una vez he tenido la sensación de que los demonios experimentan un nada pequeño placer en determinados santuarios y lugares de peregrinación.  Allí se sienten satisfechos e incluso es hasta posible que contribuyan a su administración.  Sin embargo, Jesús era algo muy diferente y cuando percibieron su proximidad comenzaron a aullar.  El que Jesús expulsara al demonio tuvo como consecuencia que la gente se formulara claramente la pregunta sobre su autoridad.  Ya no es sólo que enseñara de una manera peculiar y desconocida en el Israel de la época, es que además expulsaba espíritus inmundos (4: 36).  ¿Quién podía ser aquel hombre? 

No puede sorprender que pronto comenzara a correr su fama porque hay que recordar – lo hace Lucas – que aquel mismo día, cuando terminó el servicio en la sinagoga, Jesús se dirigió a la casa de Simón (4: 38).  Seguramente, resultará chocante para algunos, pero Simón estaba casado y además tenía a la suegra en casa.  A decir verdad, aproximadamente un cuarto de siglo después, el apóstol Pablo señalaría que los únicos solteros dentro del ministerio apostólico eran Bernabé y él porque los apóstoles llevaban a sus esposas consigo en los viajes (I Corintios 9: 5).  Parece natural si bien se piensa porque los apóstoles jamás tuvieron parecido alguno con las cúpulas de aquellas confesiones que aún diciéndose cristianas prohíben el matrimonio de sus sacerdotes – una doctrina de demonios según la Biblia (I Timoteo 4: 1-3) – a decir verdad, el Nuevo Testamento nos habla de que los obispos han de ser casados (I Timoteo 3: 1-7; Tito 1: 5-6) y además han de educar correctamente a sus hijos (I Timoteo 3: 4-5).   No es poca materia para reflexionar, pero, de momento, regresemos a Lucas.

Cuando Jesús vio que la suegra de Pedro estaba enferma, reprendió a la fiebre y la mujer se vio sanada hasta tal punto que se levantó y se puso a servirlos (4: 38-9).  En otras palabras, Jesús no sólo tenía autoridad sobre los demonios sino sobre la enfermedad y de una manera ciertamente pasmosa. 

Estos dos episodios acontecidos en Nazaret constituyen sólo botones de muestra de lo que fue la actividad inicial de Jesús en Kfar-Nahum.  En 4: 40-41, Lucas señala como, al ponerse el sol, acabadas las tareas del día la gente le llevaba enfermos para que los curara y en esas ocasiones se manifestaban demonios que sabían perfectamente quién era.  Debió durar aquel servicio durante toda la noche porque, al amanecer, (4: 42) Jesús se levantó para ir a un lugar desierto, previsiblemente para orar.  La gente comenzó entonces, de manera lógica, a buscarlo.  Su intención era, también lógicamente, que no se marchara (4: 42), pero la misión de Jesús no era curar y expulsar demonios.  Como el v. 43 indica de manera taxativa, su misión era anunciar el evangelio del Reino de Dios y eso no es posible cuando uno se centra en un solo lugar, cuando considera que lo más importante son las curaciones y las expulsiones de demonios y cuando carece de una visión universal.  Ciertamente, aquellas manifestaciones demoníacas de espíritus inmundos aterrados, aquellas personas sanadas dejaban de manifiesto que Jesús tenía una autoridad incomparable, pero no eran el corazón de su misión de la misma manera que la señal de carreteras que nos indica que estamos a veinte kilómetros de Soria no puede sustituir la llegada a Soria para el viajero.  Jesús había comenzado su ministerio en su pueblo, Nazaret; el rechazo lo había llevado a Kfar-Nahum y ahora su ministerio se iba a agrandando, de momento, a las sinagogas de Galilea.  Era tan sólo el principio.

CONTINUARÁ

*A partir de hoy me tomo un descanso en el blog.  Dios mediante, estaremos de regreso el lunes 13 de abril aunque, de tener lugar acontecimientos de especial relevancia, regresaríamos eventualmente en el curso de la Semana santa. 

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