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Miércoles, 25 de Diciembre de 2024

Lucas, un evangelio universal (XI): Las tentaciones (II): (4: 6-8)

Domingo, 15 de Marzo de 2020

La segunda tentación de Jesús fue la de conquistar el poder político (Lucas 4, 6-8). En contra de lo que algunos piensan, el Nuevo Testamento dista mucho de tener una visión romántica o rosada digna de una película.  A decir verdad, describe la realidad no pocas veces en términos inquietantes.  Lucas – igual que Mateo – no duda un segundo a la hora de afirmar que fue el propio Diablo el que afirmó poseer el control de los reinos del mundo – afirmación que, dicho sea de paso, Jesús no negó – y el que le mostró que podría entregarle todo el poder y la gloria de los mismos en virtud de una genuflexión.

Podría creerse por una lectura superficial que lo que el Diablo ofrecía a Jesús era entregarle todo el poder político a cambio de alguna ceremonia parecida a una misa negra. Sin embargo, no es eso lo que dice el texto.  Por el contrario, el original griego apunta a que estaba invitando a Jesús a comportarse como un político, doblando la rodilla – inclinando la cabeza diríamos hoy – a cambio de recibir poderes que, en realidad, están bajo dominio diabólico.  Bien mirado, el Diablo hubiera sido un magnífico asesor de campaña electoral.  Señalaba la meta de alcanzar el poder e indicaba que todo dependía de transar, de aceptar los métodos políticos, de pactar, de ser flexible, de… doblar la rodilla.  Jesús captó a la perfección lo que envolvía aquella oferta y, desde luego, no se dejó enredar por el razonamiento habitual de que no es tan malo ceder un poco en algunos aspectos para alcanzar un poder desde el que se podrá hacer mucho y bueno.  Por el contrario, debió vislumbrar cómo las palabras del Diablo constituían un blasfemo paralelo a la promesa pronunciada por Dios al mesías en el Salmo 2: 7-9.  No sólo eso.  Dejó claro en su negativa que aceptar caminos que no son los de Dios implica no cumplir con el precepto de la Torah de adorar y servir sólo al Señor (Deuteronomio 6, 13).  El mesías no sería jamás un mesías nacionalista, un mesías sionista, un mesías ocupado fundamentalmente de obtener el poder político.  Sería, por el contrario, un mesías entregado a servir a Dios aunque eso implicara tener en su contra a los poderes de este mundo con toda su potestad y su gloria.   Esa misma tentación diabólica ha sido colocada ante los que se dicen cristianos, una y otra vez, a lo largo de la Historia.  ¿Quién puede negar que ha sido aceptada también no pocas veces?  Cuando el papado creó la inquisición para deshacerse de los disidentes relajados al brazo secular, cuando lanzó a hordas de creyentes a la guerra para proteger sus intereses, cuando la Santa sede firmó el primer tratado internacional que benefició a Hitler, cuando actualmente, de la manera más torpe, se sube al carro de la agenda globalista… ¿es tan difícil ver la sombra del mismísimo Satanás tras esas acciones?  Y, por supuesto, no se limita todo a eso.  Cuando cualquiera de nosotros decide pactar con el mal, callar en lugar de hablar, quedarse sentado en lugar de actuar, inclinar la cabeza para recibir el poder y la gloria… entonces se ha caído en una tentación cuya fuente es directamente diabólica.

CONTINUARÁ

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