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Martes, 24 de Diciembre de 2024

Lucas, un evangelio universal (LXV): la última Pascua (X): la resurrección (I): (23: 50-24: 11)

Domingo, 6 de Noviembre de 2022

El derecho romano establecía que los familiares de un ejecutado podían solicitar la entrega de un cadáver.  De manera bien significativa, ni María ni los hermanos de Jesús pidieron a Pilato la entrega del cadáver.  Esa tarea recayó en un miembro del Sanhedrín llamado José de Arimatea que no había estado de acuerdo con la condena de Jesús y su entrega al poder romano y que además esperaba el Reino de Dios (23: 50-52).  Pilato no tuvo problema en acceder a la petición de José y éste depositó el cadáver de Jesús en una tumba nueva.  Ignoramos si se percató de ello, pero con esta acción dio cumplimiento a la profecía contenida en Isaías 53 donde se dice que la muerte del Siervo-mesías sería con delincuentes, pero su tumba sería la de un rico (Isaías 53: 9).   La sepultura de Jesús no fue, ni mucho menos, multitudinaria.  Era el día anterior anterior al sábado – es decir, el viernes – y todo se realizó con apresuramiento y, de nuevo, con una más que significativa ausencia de la familia de Jesús (23: 54).  Aparte de José, Lucas menciona la presencia en la sepultura de las mujeres que seguían a Jesús.  A decir verdad, fueron las únicas que acompañaron a Jesús hasta la tumba, que vieron el sepulcro y el lugar donde se depositó el cuerpo (23: 55).  Sí prepararon las especias y ungüentos para embalsamar el cadáver aunque conscientes de que tendrían que esperar a que pasara el shabat para cumplir con esa piadosa misión (10: 56).

Pasaron el viernes, el sábado y el inicio del domingo – los tres días - y en ese domingo, primer día de la semana, las mujeres vinieron a la sepultura para embalsamar a Jesús acompañadas de otras mujeres (24: 1).  De nuevo, la ausencia de la madre de Jesús y de los parientes – por no hablar de los discípulos varones – resulta llamativa.  Llamativa, pero no sorprendente.   Tenían miedo. 

Contra lo que esperaban, las mujeres encontraron que la tumba estaba abierta y que dentro no había nada (24: 3).  Asombradas por la ausencia del cadáver – lo que indica claramente que no esperaban la resurrección – dos hombres en vestiduras resplandecientes se dirigieron a ellas.  No sabemos mucho sobre la apariencia de aquellos dos personajes, pero lo que resulta bien revelador es que las mujeres se asustaron y clavaron la mirada en el suelo (24: 5).  No esperaban la resurrección de Jesús – insistamos en ello – y por ello es difícil que su testimonio surgiera por autosugestión.  A decir verdad, fueron aquellos dos seres los que arrojaron luz sobre los momentos que estaban viviendo.  No debían buscar entre los muertos al que vivía porque Jesús, conforme s sus propias palabras pronunciadas ya en Galilea, no estaba entre los muertos y era absurdo buscarlo allí.  Había resucitado (24: 5-7).  Fueron las palabras de aquellos personajes las que llevaron a las mujeres a recordar las palabras de Jesús.  Fue entonces cuando comprendieron lo que había sucedido y corrieron a comunicar todo a los apóstoles (24: 8-9).  Lucas nos da los nombres de las mujeres y, de nuevo, deja de manifiesto que entre ellas ni estaba María ni familiares de Jesús (24: 10).  Como era de esperar, los discípulos no creyeron a las mujeres.  Sólo Pedro – y por el Evangelio de Juan, sabemos que también Juan – se dirigió a la tumba para intentar ver qué había sucedido.  Sabemos por Juan que él sí creyó, pero no Pedro (Juan 20: 1-10).  Por el contrario, como indica Lucas, Pedro se quedó pasmado al ver los lienzos solos (24: 12), pero necesitaría más para creer en la resurrección del Maestro.  Pero antes de que se produjera esa situación sucederían más hechos.

CONTINUARÁ         

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