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Miércoles, 25 de Diciembre de 2024

Lucas, un evangelio universal (LII): (21: 1-24): la destrucción de Jerusalén y del templo (I)

Domingo, 17 de Octubre de 2021

El capítulo 21 de Lucas es uno de esos ejemplos de cómo un texto bíblico que resulta de enorme claridad y que además tiene evidentes connotaciones prácticas acaba cayendo en mano de mentes delirantes o de conductas poco escrupulosas para que diga todo menos lo que dice.  El relato aparece antecedido de la referencia a la viuda que arrojó todo lo que tenía en el tesoro del templo.  En contra de lo que predican algunos dedicados al expolio y al enriquecimiento personal, aquella viuda apenas pudo dejar un par de moneditas, pero Jesús, que estaba en el templo, afirmó rotundamente que había echado mucho más que los magnates que daban grandes donativos (21: 1-4).  La enseñanza es clara.  Si alguien dice que la recompensa será según el tamaño de la recompensa divina; si alguien afirma que el que de cien recibirá diez veces más que el que da diez; si alguien establece una clara proporción entre la recompensa y la cuantía… pues es un charlatán o un ignorante o un estafador aunque pudiera ser que se trate de las tres cosas a la vez.  Lo que Dios mira es el corazón de las personas y no la proporción de dinero que arroja en el tesoro del templo.  Es obligado que esto se entienda.

  1. Pero, en cualquier caso, de aquel templo de Jerusalén no iba a quedar piedra sobre piedra muy pronto (21: 5-6).   De entrada, Jesús dejó claramente establecido que TODO lo señalado por él en este capítulo tendría lugar en la generación en la que vivía ((Lucas 21: 32; Mateo 24: 34).  Algunos intérpretes han insistido en interpretar generación como raza – la raza judía – pero semejante posibilidad es claramente descabellada.  De hecho, en la enseñanza de Jesús, la generación siempre es la gente que vive en una época concreta, los contemporáneos (Mateo 1: 17, 11: 16, 12: 39, 41, 42, 45; 16: 4; 17: 17; 23: 36; 24: 34; Marcos 8: 12, 38; 9: 19; 13: 30; Lucas 1: 48, 50; 7: 3; 9: 41; 11: 29, 30, 31, 32, 50, 51; 16: 8; 17: 25; 21: 32).  En otras palabras, Jesús enseñó acerca de acontecimientos que tendrían su cumplimiento TOTAL en el espacio de unos cuarenta años.  Era la generación perversa cuyo juicio había anunciado en varias ocasiones con anterioridad (Mateo 12: 39, 45; 16: 4; 17: 17) y sobre la que recaería la sangre derramada de los santos (Mateo 23: 35-38).    Intentar proyectar las palabras de Jesús a dos mil años de distancia constituye, pues, un ejercicio de ignorancia de la Biblia realmente pasmoso.  Y ¿qué sucedería?    Antes de la destrucción de Jerusalén y del templo, Jesús indicó que tendrían lugar una serie de hechos:

1.Aparecerían falsos profetas diciendo que habría que seguirlos, pero no habría que escucharlos 21:8

  1. Habría guerras, pero NO habría que alarmarse porque no sería el fin v.9
  2. Habría enfrentamientos de reinos y seísmos v. 10-11
  3. Los discípulos de Jesús antes serían perseguidos, expulsados de las sinagogas y llevados ante gobernantes v. 12
  4. Esa situación constituiría una magnífica oportunidad para para testificar v. 13 y
  5. Dios cuidaría de ellos incluso en medio de esa tribulación v. 14-19

   Una vez que se hubieran dado todos estos antecedentes acontecerían tres cosas:

  1. Jerusalén sería cercada v. 20
  2. Habría que huir de la ciudad v. 21 porque se cumpliría todo v. 22-23
  3. Jerusalén sería arrasada y sus habitantes llevados en cautividad v. 24

 

    Todas y cada unas de estas circunstancias se cumplieron antes del año 70 d. de C., en que arrasado el templo y con él Jerusalén.

    Así, no sólo es que sus discípulos experimentaron persecución desde el principio – basta leer el libro de los Hechos, Apocalipsis y buena parte de las epístolas – sino que además textos como La guerra de los judíos de Flavio Josefo nos dan cuenta detallada de falsos mesías y maestros que arrastraron a muchos en los años previos a la destrucción del templo. 

    En el año 66, en respuesta a una sublevación nacionalista de los judíos, las legiones romanas llegaron a las puertas de Jerusalén y la cercaron.  Sin embargo, de manera inesperada para los judíos, los romanos levantaron el asedio a causa de los conflictos internos del imperio.  Los que hicieron caso de las palabras de Jesús abandonaron la ciudad y se refugiaron en la población de Pella al otro lado del Jordán salvándose del destino que iba a recaer sobre Jerusalén.  Los nacionalistas judíos que, por el contrario, creyeron que Roma había sido derrotada se apresuraron a acuñar una moneda proclamando su victoria sobre los paganos.  Su alegría duró poco porque, bajo el mando de Tito, los romanos regresaron y en el año 70 tomaron Jerusalén y arrasaron la ciudad junto con el templo.  Nunca antes ni nunca después – ni siquiera durante el Holocausto – sufrió el pueblo judío una tragedia semejante. Si en el Holocausto murió, aproximadamente, una tercera parte de sus miembros; en la guerra del templo fueron dos terceras partes los judíos que perecieron.  Además no sobrevivió nada de la presencia judía como entidad política, Jerusalén fue arrasada y del templo, como señaló Jesús, no quedó piedra sobre piedra. Todo ello se cumplió en el plazo de una generación de manera casi meticulosamente matemática: los años que van del 30 al 70 d. de C.. 

     Es cierto que el sionismo ha realizado una lectura de la guerra contra Roma en el que se pinta románticamente a los sublevados como héroes nacionales.  Esa versión de los hechos es interesada e históricamente falsa.  El historiador Flavio Josefo no dudó en afirmar en repetidas ocasiones que todo el conflicto contra Roma - incluida la destrucción del Templo - fue algo decidido por Dios como castigo a la impiedad de aquella generación.  Así, señaló al referirse a la desaparición de algunos sacerdotes relevantes:

       Creo que Dios, que había decidido la destrucción de la ciudad, ya contaminada y que quería purificar con fuego el santuario, quitó de en medio a los que estaban consagrados y amaban el Templo[1].  

    La razón que da Josefo para semejante desastre nacional es doble.  En primer lugar, estuvo el hecho de que los judíos se negaron a escuchar las señales que Dios les daba:

       A los hombres no les es posible evitar el Destino, ni aunque lo intenten.  Algunos de los signos los interpretaron a su antojo y de otros no hicieron caso hasta que con la conquista de su patria y con su propia destrucción se dieron cuenta de su necedad[2]

       En segundo lugar, para Josefo, resulta obvio que aquella generación fue extraordinariamente malvada y merecía el juicio de Dios que recayó sobre ella:

       Esta ciudad (Jerusalén) habría sido digna de toda envidia si hubiera gozado desde su fundación de tantos bienes como desgracias sufrió durante su asedio.  Sin embargo, mereció tan inmensas desgracias no por otra causa sino por haber engendrado la generación que le ocasionó su propia ruina[3].

      Si a los datos proporcionados por Josefo se le añade la circunstancia de que aquella generación no había dudado en rechazar cruentamente al mesías y en perseguir a sus discípulos poco puede negarse lo razonable de sus afirmaciones.    

      Hay otros dos aspectos más que llevan a concluir que las palabras de Jesús se cumplieron con exactitud en el gran drama de la guerra contra Roma. La primera es que basta leer – y es lectura obligatoria – La guerra de los judíos del historiador judío Flavio Josefo para darse cuenta de que Jesús estaba prediciendo de manera extraordinariamente exacta el proceso de aniquilación del sistema religioso judío, sistema, dicho sea de paso, que no ha vuelto a ser reconstruido como entonces hasta el día de hoy. 

    En segundo lugar, se puede percibir con enorme facilidad que los juicios de Jesús sobre esa generación no fueron ni mucho menos exagerados.  Josefo – que no creía que se había producido un castigo por rechazar al mesías – escribió, sin embargo, de aquella generación lo siguiente: 

      Aunque resulta imposible relatar todos sus crímenes de manera detallada, si se puede decir, en resumen, que ninguna otra ciudad ha sufrido atrocidades de este carácter y jamás ha existido en la Historia una generación que haya producido tantas iniquidades[4]

     No deja de ser significativo que Josefo añadiera a continuación:

     Estos individuos acabaron por atraer el desprecio sobre la raza de los hebreos… han llevado a la ciudad a la ruina[5]

     El juicio expresado por Flavio Josefo no era el derivado de un fanático antisemita.  Era el procedente de un judío, fariseo y patriota, que, al igual que Jesús, no se engañaba sobra la deplorable realidad de aquella generación (obsérvese el significado de la palabra “generación” semejante al que vemos en Jesús) y sabía donde residía la responsabilidad de lo acontecido. 

     Ciertamente, las palabras claras de Jesús contenidas en los primeros versículos del capítulo 21 de Lucas encontraron su cumplimiento en el año 70 y cualquiera que lea, por ejemplo, el relato de Flavio Josefo sobre la guerra de los judíos lo comprobará sin especial dificultad. 

CONTINUARÁ



[1]  Guerra IV, 323.

[2]  Guerra VI, 315

[3]  Guerra VI, 408.

[4] Guerra de los judíos V, 442. 

[5] Guerra V, 443-4.

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