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Miércoles, 25 de Diciembre de 2024

Los libros proféticos (XIV): Jeremias (V): el mensaje (II): los pecados del pueblo (c. 2-11)

Viernes, 29 de Abril de 2016

Tras una descripción de su llamamiento, los primeros capítulos de Jeremías están dedicados de manera clara a exponer cuáles son los pecados de Judá de los que debe arrepentirse si desea evitar el justo juicio de Dios.

El primer pecado – horrible y prohibido expresamente en el Decálogo (Éxodo 20: 4 ss) - era el culto a las imágenes. Jeremías podía ver a diario cómo sus conciudadanos, en lugar de observar el mandamiento de Dios entregado a Moisés, rendían culto a las imágenes. Semejante conducta no sólo resultaba abominable sino que además provocaría siempre la justa ira de Dios. Aquellos judíos que se volvían a una imagen y lo imploraban como padre o le daban las gracias (2: 26-27) incurrían en un pecado horrible que contaminaba la tierra (3: 9). Por añadidura, ese culto a las imágenes tenía pésimas consecuencias. Una de ellas, no poco reveladora, era la de convertir en auténticos estúpidos (10: 1-8) a los que lo practicaban. Posiblemente, se consideraban piadosos, pero no eran sino necios atontados por la idolatría. Como dice el salmista, se convertían en seres que ni oían, ni veían ni entendían exactamente igual que las imágenes a las que rendían culto (Salmo 115). A esa gente, afirma Jeremía, Dios no la escucharía (11: 11).

El segundo pecado de Judá consistía en rendir culto a otros seres distintos del único Dios. los judíos contemporáneos de Jeremías rendían culto con extraordinaria devoción a la reina del cielo (7: 18) y a otros seres. Jesús le dijo al mismo Diablo, citando la Torah, que sólo a Dios se puede rendir culto (Lucas 4: 8). No en vano Jesús enseñó que la oración debía ser dirigida directamente al Padre nuestro (Mateo), pero no a ningún otro ser. en esa enseñanza, Jesús seguía la línea expresada por la Torah y los profetas. Como señalaba Jeremías, desobedecer ese mandato acarrea un juicio directo de Dios.

El tercer pecado de Judá consistía en desear vivir espiritualmente al margen de la voluntad de Dios. De manera paradójica, los habitantes del pueblo de Judá podían inclinarse ante las imágenes, rendir culto a la reina del cielo y presentarse como personas religiosas, pero la realidad es que su vida espiritual era una manifestación continua de una rebeldía que afirmaba su libertad de los mandatos de Dios (2: 31), olvidando que el hombre no es señor de su camino (10: 23).

El cuarto pecado era la negación, más o menos explícita, de que Dios fuera a actuar. Que uno se pudiera inclinar ante imágenes que lo representaban, que uno pudiera pedirle cosas, que uno pudiera colocar a Su lado a otros seres, por supuesto, pero de ahí a pensar que Dios actuara en la Historia… (5: 12). Pero Dios sí que actúa en la Historia y lo iban a ver muy pronto.

El quinto pecado era la falta de vergüenza (6: 15). Cuando se suma la religiosidad idolátrica a la confianza en que Dios no actuará el resultado suele ser la desvergüenza. Semejante situación venía además fortalecida por los profesionales de la religión que habían alterado el contenido de las Escrituras (8: 8) y habían dejado la Torah (9: 13). En lugar de llamar a la gente a cambiar y evitar el desastre que se iba perfilando en el horizonte, aquellos dirigentes religiosos diseminaban un falso mensaje de paz. Decían que todo iba bien, que había paz, pero la realidad era que simplemente estaban dejando sin curar la herida social sin aplicarle un remedio verdadero (6: 14).

En apariencia, Judá adoraba a Dios y a su corte celestial; cumplía con la religión; engordaba a sus clérigos y podía disfrutar de la paz. En realidad, estaba sumida en pecados horribles, precisamente esos pecados que apartaban de ellos el bien (5: 25). Muchos judíos de entonces – como el habitante de cualquier nación en la actualidad – se preguntaban por qué las cosas iban mal a pesar de que sus dirigentes civiles y religiosos insistían en que todo iba bien. La respuesta de Jeremías era clara: eran estos pecados los que colocaban una barrera entre las bendiciones de Dios y el pueblo.

Frente a esa situación, Jeremías llamaba a la sociedad a dar una serie de pasos indispensables.

En primer lugar, había que recordar que la salvación sólo está en Dios (3: 23). No en la reina del cielo, no en otros supuestos intercesores, no en las imágenes. Sólo en el único Dios verdadero que no puede ser representado. Buscarla en otro lugar constituía no sólo un pecado sino también una peligrosa estupidez.

En segundo lugar, si los judíos deseaban llevar a cabo algo útil en términos espirituales, tenían que quitar el prepucio de los corazones (4: 4). Lo que salvaría a Judá no sería el ritualismo sino un cambio más profundo que llegara hasta lo más profundo del ser.

En tercer lugar, la única manera de poder encontrarse con Dios estaba no en escuchar a sus clérigos o en dejarse llevar por sus manipulaciones mentirosas que desvirtuaban la Biblia. No. Había que volver a los caminos antiguos (6: 16), a lo enseñado por Moisés y los profetas. Sólo de esa manera, podrían los habitantes del reino de Judá encontrar un verdadero reposo para sus almas. Si, por el contrario, Judá persistía en sus acciones, en su idolatría, en su asociar a otros seres al culto que sólo se debe a Dios, en su desprecio a la Palabra de Dios, entonces el anuncio de Jeremías resultaba más que obvio: “tu maldad te castigará” y el resultado será amargo (2: 19). Sin duda, es para reflexionar a fondo.

 

Lectura recomendada: Capítulos 2, 5, 6 y 7.

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