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Miércoles, 25 de Diciembre de 2024

Los libros históricos (XI): Nehemías

Viernes, 20 de Marzo de 2015

De entre los libros históricos pocos resultan más actuales y prácticos que el libro de Nehemías y es así porque detalla la manera en que una nación sumida en una profunda crisis social, económica, política y, sobre todo, espiritual emergió de ella.

Nehemías era un judío al servicio del rey de Persia como copero – circunstancia que indica que quizá pudo ser un eunuco – que decidió abandonar tan importante puesto para marchar a Israel a ayudar a sus compatriotas. No deja de ser significativo que, en primer lugar, cuando Nehemías supo que, tras años y años, poco había cambiado en Israel no buscara arrojar la culpa sobre otros – el imperio persa, las circunstancias económicas, aquel partido o el otro… - sino que reconociera que la responsabilidad de la desgracia descansaba en el propio Israel. El primer paso para la restauración nacional – y personal – es dejar de culpar a otros por lo que es responsabilidad nuestra (c. 1). De hecho, no deja de ser significativo que, precisamente tras reconocer esa responsabilidad delante de Dios, Nehemías fuera facultado por el rey persa para regresar a Tierra santa (c. 2).

La segunda lección importante de Nehemías es la necesidad de analizar adecuadamente aquello que se desea mejorar. Lejos de dejarse enredar por los informes de otros sobre cuál era la situación en Jerusalén, Nehemías realizó su análisis personal de la situación (2: 11-18) y extrajo unas conclusiones veraces.

La tercera lección es que siempre se producirá oposición ante un proyecto de restauración (2: 19). Sin una confianza plena en Dios – que no en los que dicen representarlo – (2: 20) y una asunción de responsabilidad de todos (c. 3 y 4) no existe posibilidad alguna de restauración. Semejante tarea colectiva debe ir unida además a decisiones éticas importantes. En el caso de Nehemías, pasaron por cuestiones como restaurar la justicia financiera en el seno de Israel (c. 5), designar una cadena de responsables (c. 7), devolver la Biblia al pueblo (c. 8) – algo que en Europa realizó la Reforma del siglo XVI en oposición frontal a la posición de siglos de la iglesia católico-romana – reconocer las responsabilidades colectivas y comprometerse a realizar los cambios pertinentes (c. 9) entre los que se hallaban respetar el descanso (13: 16-22) y obedecer los mandamientos relativos a la familia (13: 23-27).

Releyendo el libro de Nehemías no resulta difícil descubrir porque determinados procesos de reforma y restauración espiritual o política triunfan o fracasan. Cuando se niega aceradamente la propia responsabilidad alegando que no existe o que si nos hemos portado mal otros lo han hecho peor; cuando no existe un compromiso de realizar cambios sino sólo de sustituir a los que mandan; cuando el proceso no tiene carácter colectivo sino que todo queda en manos de una pequeña minoría; cuando no hay un regreso a los valores de la Biblia… lo más seguro es que, tarde o temprano, todo acabe fracasando. La Historia está llena de ejemplos al respecto.

 

Textos recomendados: La oración de Nehemías (c. 1); inspección y enemigos (c. 2); Nehemías devuelve la vida al pueblo (c. 8)

 

 

El Reino vs. la religión (IV): Marcos 2: 23-27

Una de las características de la religión organizada es la sacralización de ciertos días y situaciones relacionadas, por ejemplo, con el consumo de determinados alimentos. En cualquier religión desde el paganismo clásico al hinduismo o el budismo pasando por el islam o el catolicismo, esos aspectos se encuentran presentes. Una de las grandes innovaciones de la predicación del Reino es su relativización total. Así queda de manifiesto es un episodio especialmente puesto que se relacionaba con el día sagrado de los judíos, el shabbat. Precisamente en ese día, Jesús andaba atravesando unos sembrados con sus discípulos y éstos al tener hambre procedieron a arrancar espigas y a comerse los granos (2: 23). La reacción de los fariseos fue, de manera normal, quejarse por lo que a sus ojos era una flagrante violación de una norma religiosa (2: 24). Aquellos sujetos estaban llevando a cabo una acción que no era permitida en shabbat y Jesús no los reprendía por ello. Algunos autores judíos deseosos de tender puentes entre la enseñanza de Jesús y el judaísmo posterior – basado precisamente en los fariseos – insisten en que los discípulos no quebraban el shabbat y que, por lo tanto, la acusación era injusta. Sin embargo, Jesús no adoptó esa línea de defensa sino otra mucho más radical y si se nos permite utilizar el gastado término, revolucionaria. Con su apego a una visión meramente religiosa de la vida, los fariseos no captaban en absoluto la realidad del Reino de Dios y la mente de Dios. Y, sin embargo… sin embargo, los precedentes contenidos en el Antiguo Testamento apuntaban en esa misma dirección. Por ejemplo, cuando David, que se había convertido en un fugitivo, no tuvo que comer ni él ni sus hombres y pidió pan al sumo sacerdote Abiatar. Éste sólo tenía los panes que consumían en exclusiva los sacerdotes, pero la respuesta que dio a David no fue negativa. Por el contrario, comprendió que dar de comer a los que padecían hambre estaba muy por encima de lo sagrado de una cosa como el pan de la proposición (I Samuel 21: 1-6). La predicación del Reino de Dios recupera algo esencial y es que los mandatos de Dios no tienen como finalidad aprisionar al hombre unciéndole a las decisiones de una casta religiosa sino liberarlo y bendecirlo. El shabbat fue creado (v. 27) a causa del hombre para que en ese día se repusiera de los trabajos y fatigas de la semana y recordara que Dios deseaba bendecirlo. Los que, por el contrario, sometían al hombre al shabbat pervertían el propósito original de Dios y convertían al ser humano en un esclavo de una institución que debería haberle dado dicha y libertad. Si un hambriento no podía saciar su necesidad en shabbat arrancando espigas, ¿de qué servía el shabbat? Si las fiestas acaban siendo una ocasión para esclavizar a las gentes, ¿cuál es su utilidad?

Un par de décadas después, Pablo escribiría a los romanos que “el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo” (Romanos 14: 7). Jesús podía decirlo todo con una autoridad aún mayor. El era señor del shabbat en su calidad de mesías. Sabía, pues, de lo que hablaba y su mensaje era claro: el Reino de Dios no era una religión y además se encontraba diametralmente opuesto a la religión en la medida en que ésta podía utilizar hasta los regalos de Dios para someter a esclavitud a los seres humanos.

CONTINUARÁ:

El Reino vs. la religión (V): Marcos 3: 1-6

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