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Miércoles, 25 de Diciembre de 2024

Los Evangelios (II): La fecha de redacción de los Evangelios (II): Juan (I)

Viernes, 7 de Abril de 2017

El Evangelio de Mateo 20 recoge una lectura judeocristiana de la vida y la enseñanza de Jesús. Su datación suele situarse con frecuencia en alguna fecha en torno al 80 d. C.

Pero la base para afirmar tal cosa es, como en el caso de Lucas, la presuposición —insostenible por las razones ya señaladas— de que la predicción de Jesús sobre la destrucción del Templo es un vaticinium ex eventu 21. Como Lucas, Mateo podría ser datado antes del 70 d. C., por las mismas razones ya aducidas (salvo la relacionada con el libro de los Hechos). Aunque quizá no fue redactado en Palestina, una antigua tradición conecta a su autor —al menos en parte— con el apóstol del mismo nombre. La cuestión de la datación parece agudizarse aún más en relación con el denominado Cuarto Evangelio, el de Juan 22. En relación con el autor, la cuestión de la evidencia externa ha sido bastante tratada en comentarios como los de Barret, Beasley-Murray, Brown y Schnackenburg, autores todos ellos que niegan que este haya sido Juan, el hijo de Zebedeo.

El primero en haber conectado el Cuarto Evangelio con el mencionado personaje parece haber sido Ireneo (Adv. Haer 3, 1, 1), citado por Eusebio (HE 5, 8, 4), que cita como fuente de su afirmación al mismo Policarpo. El testimonio, sin lugar a dudas, reviste una cierta importancia, pero, no es menos cierto, no deja de presentar inconvenientes para su aceptación.

En primer lugar, no deja de ser extraño que otra literatura relacionada con Éfeso (por ejemplo, la Epístola de Ignacio a los Efesios) omita la supuesta relación entre el apóstol Juan y esta ciudad. Por otro lado, cabe la posibilidad de que Ireneo hubiera experimentado una confusión en relación con la noticia que recibió de Policarpo. Así, Ireneo señala que Papías fue oyente de Juan y compañero de Policarpo (Adv. Haer 5, 33, 4), pero, de acuerdo al testimonio de Eusebio (HE 3, 93, 33), Papías fue, en realidad, oyente de Juan el Presbítero —que aún vivía en los días de Papías (HE 3, 39, 4)— y no del apóstol. Cabe, pues, la posibilidad de que ese fuera el mismo Juan al que se refirió Policarpo. Por último, otras referencias a una autoría de Juan el apóstol en fuentes cristianas revisten un carácter lo suficientemente tardío o legendario como para cuestionarlas, sea el caso de Clemente de Alejandría, transmitido por Eusebio (HE 6, 14, 17), o el del Canon de Muratori (c. 180-200). La tradición existía, es cierto, a mediados del siglo II, pero no parece del todo concluyente. En cuanto a la evidencia interna, el Evangelio recoge referencias que podríamos dividir en las relativas a la redacción y las relacionadas con el Discípulo amado.

Las noticias recogidas en 21, 24 y 21, 20 podrían identificar al redactor inicial con el Discípulo amado. De hecho, resulta evidente que quien escribió, al menos, 21, 24-25 no escribió el resto del Evangelio, de cuya autenticidad aparece como garante o, tal vez, como la fuente principal de las tradiciones recogidas en el mismo; pero, una vez más, queda en penumbra si esta es una referencia a Juan, el apóstol.

Hay referencias al Discípulo amado en 13, 23; 19, 26-27; 20, 1-10 y 21, 7 y 20-24. Cabe la posibilidad, asimismo, de que los pasajes de 18, 15-16; 19, 34-37 y, quizá, 1, 35-36 estén relacionados con el mismo. Resulta obvio que el Evangelio en ningún momento identifica por nombre al Discípulo amado —ni tampoco a Juan el apóstol, dicho sea de paso—, y si en la Última Cena solo hubieran estado presentes los Doce, es obvio que el Discípulo amado tendría que ser uno de ellos; pero tal dato dista de ser por completo seguro. Con todo, no se puede negar de manera dogmática la posibilidad de que el Discípulo fuera Juan, el apóstol, e incluso existen algunos argumentos

que parecen favorecer tal posibilidad. Sumariamente, los mismos pueden quedar resumidos de la manera siguiente:

1. La descripción del ministerio galileo tiene una enorme importancia en Juan, hasta el punto de que la misma palabra «Galilea» aparece más veces en este Evangelio que en ningún otro (véase, especialmente: 7, 1-9).

2. Cafarnaum (Capernaum) recibe un énfasis muy especial (2, 12; 4, 12; 6, 15), en contraste con lo que otros Evangelios denominan el lugar de origen de Jesús (Mateo 13, 54; Lucas 4, 16). La misma sinagoga de Cafarnaum es mencionada más veces que en ningún otro Evangelio. Tanto en el caso de 1 como de 2, nos encontramos ante circunstancias que encajan a la perfección

con Juan, el de Zebedeo, toda vez que él no solo era galileo, sino que además vivía en Cafarnaum (1, 19; 5, 20).

3. El Evangelio de Juan se refiere asimismo al ministerio de Jesús en Samaria (c. 4), algo que resulta natural si tenemos en cuenta la conexión de Juan, el de Zebedeo, con la evangelización judeocristiana de Samaria (Hechos 8, 14-17). Este nexo ha sido advertido por diversos autores con anterioridad 23 y reviste, en nuestra opinión, una importancia fundamental.

4. Juan formaba parte del grupo de tres (Pedro, Santiago y Juan) más próximo a Jesús. Resulta un tanto extraño que un discípulo en apariencia tan cercano a Jesús como el Discípulo amado, de no tratarse de Juan, no aparezca siquiera mencionado en otras fuentes.

5. Las descripciones del Jerusalén anterior al 70 d. C. encajan con lo que sabemos de la estancia de Juan en esta ciudad después de Pentecostés. De hecho, los datos suministrados por Hechos 1, 13-8, 25 y por Pablo (Gálatas 2, 1-10) señalan que Juan estaba en la ciudad antes del año 50 d. C. Volveremos sobre este tema más adelante al referirnos a la datación del libro.

6. Juan es uno de los dirigentes judeocristianos que tuvo contacto con la Diáspora, al igual que Pedro y Santiago (Santiago 1, 1; I Pedro 1, 1; Juan 7, 35; I Corintios 9, 5), lo que encajaría con algunas de las noticias contenidas en fuentes cristianas posteriores en relación con el autor del Cuarto Evangelio.

7. El Evangelio de Juan procede de un testigo que se presenta como ocular, lo que de nuevo encajaría con Juan, el de Zebedeo.

8. El vocabulario y el estilo del Cuarto Evangelio señalan a una persona cuya lengua primera era el arameo y que escribía en un griego correcto pero lleno de aramismos, todas ellas circunstancias que encajan con Juan, el hijo de Zebedeo.

 

9. El trasfondo social de Juan, el de Zebedeo, encaja a la perfección con lo que cabría esperar de un «conocido del sumo sacerdote» (Juan 18, 15). De hecho, la madre de Juan era una de las mujeres que servía a Jesús «con sus posesiones» (Lucas 8, 3), al igual que la de Juza, administrador de las finanzas de Herodes. Asimismo sabemos que contaba con asalariados a su cargo (Marcos 1, 20). Quizá algunos miembros de la aristocracia sacerdotal lo podrían mirar con desprecio por ser un laico (Hechos 4, 13), pero el personaje debió de distar mucho de ser mediocre a juzgar por la manera tan rápida en que se convirtió en uno de los primeros dirigentes de la comunidad jerosolimitana, solo detrás de Pedro (Gálatas 2, 9; Hechos 1, 13; 3, 1; 8, 14; etc.). De no ser, pues, Juan el de Zebedeo el autor del Evangelio —y pensamos que la evidencia en favor de tal posibilidad no es, en absoluto, pequeña— tendríamos que conectarlo con algún discípulo cercano a Jesús (por ejemplo, como los mencionados en Hechos 1, 21 y sigs.) que contaba con un peso considerable dentro de las comunidades judeocristianas de Palestina.

20 Acerca de Mateo, con bibliografía y discusión de las diferentes posturas, véanse: D. A. Carson, Matthew, Grand Rapids, 1984; R. T. France, Matthew, Grand Rapids, 1986; ídem, Matthew: Evangelist and Teacher, Grand Rapids, 1989; W. D. Davies y D. C. Allison, Jr., A Critical and Exegetical Commentary on the Gospel According to Saint Matthew, Edimburgo, 1988; U. Luz, Matthew 1-7, Minneápolis, 1989.

21 Una discusión detallada del tema, en J. A. T. Robinson, Redating…, págs. 86 y sigs.

22 Para este Evangelio, con bibliografía y exposición de las diferentes posturas, véanse: R. Bultmann, The Gospel of John, Filadelfia, 1971; C. K. Barrett, The Gospel according to St. John, Filadelfia, 1978; R. Schnackenburg, The Gospel According to St. John, 3 vols., Nueva York, 1980-1982; F. F. Bruce, The Gospel of John, Grand Rapids, 1983; G. R. Beasley-Murray, John, Waco, 1987.

 

23 Este punto ha sido estudiado en profundidad por diversos autores. Al respecto, véanse: J. Bowman, «Samaritan Studies: I. The Fourth Gospel and the Samaritans», en BJRL, 40, 1957-1958, págs. 298-327; W. A. Meeks, The Prophet-King: Moses Traditions and the Johannine Christology, Leiden, 1967; G. W. Buchanan, «The Samaritan Origin of the Gospel of John», en J. Neusner (ed.), Religion in Antiquity: Essays in Memory of E. R. Goodenough, Leiden, 1968, págs. 148-175; E. D. Freed, «Samaritan Influence in the Gospel of John», en CBQ, 30, 1968, págs. 580-587; ídem, «Did John write his Gospel partly to win Samaritan Converts?», en Nov Test, 12, 1970, págs. 241-246.

CONTINUARÁ

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