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Miércoles, 25 de Diciembre de 2024

Estudio bíblico XII. Los libros históricos (I): Josué

Viernes, 9 de Enero de 2015

La Torah o Pentateuco es seguida en la Biblia hebrea o Antiguo Testamento por un conjunto de libros que los judíos denominan primeros profetas y los cristianos, históricos. Ambos nombres son correctos ya que si bien los textos pretenden contar la Historia de Israel tras la muerte de Moisés, no lo es menos que no pocos de sus protagonistas realizaron un ministerio profético en el seno del pueblo de Dios.

El primero de estos libros es Josué. En él se recoge no sólo la vida de Josué, el sucesor de Moisés, sino, fundamentalmente, la toma de la conquista prometida tal y como Dios había prometido a los patriarcas. Puede comprenderse que cuando un texto describe el establecimiento de un pueblo en una tierra y el desplazamiento de otros resulta muy fácil extraer del mismo una lectura nacionalista que incluso sirva para legitimar cualquier acción en el presente. Resulta fácil, pero no es ni honrado, ni justo ni armónico con la voluntad de Dios. Al respecto, el libro de Josué es muy claro.

1. De entrada, la conquista de la tierra no se produjo porque los israelitas tuvieran un derecho a poseerla indiscutible e incondicional. A decir verdad, como señala el libro de Génesis 15: 16, los israelitas sólo entrarían en la tierra no cuando ellos quisieran sino cuando “hubiera llegado a su límite la maldad de los amorreos”. En otras palabras, eran un instrumento del juicio de Dios y se beneficiaban de él, pero la Historia no se escribía en beneficio de Israel.

2. No deja de ser significativo que cuando Josué preguntó al jefe de los ejércitos de Dios si estaba con Israel o con sus enemigos, aquel se limitara a decir que “no” (Josué 5: 13-15). Mala respuesta para un nacionalista, pero lógica desde la perspectiva de Dios porque Este dista mucho de alinearse con un ejército frente a otro.

3. Incluso aceptando que Israel era el instrumento de Dios en ese momento histórico y que en este pueblo Dios estaba cumpliendo Sus promesas a los patriarcas, semejantes circunstancias no eximían a Israel de vivir de acuerdo con las normas dadas por Dios. El caso de Acán descrito en el capítulo 7 no puede ser más evidente. Cuando el pueblo de Israel no vive de acuerdo con las enseñanzas recibidas, cuando se deja guiar por la codicia, cuando incurre en el pecado – aunque sea oculto – no puede esperar bendición alguna sino el amargo sabor del fracaso.

Si algo muestra el libro de Josué es que Dios cumple Sus promesas y lo hace en aquellos que en Sus Escrituras meditan día y noche siendo valientes para obedecer (Josué 1: 7-9), pero que no concede preferencia a nadie por mucho carnet espiritual que ostente. Quizá ahí se encuentra la clave de por qué Israel no conquistó toda la tierra (Josué 13), el que no pensara que eran sus méritos los que le habían merecido las victorias. Como le había dicho Dios a Moisés, Israel debía recordar que su padre había sido sólo un “arameo a punto de perecer que había descendido a Egipto” (Deuteronomio 26: 5 ss). Como tendremos ocasión de ver, cuando Israel recordó que nada merecía y que todo lo debía a la generosidad inmerecida de Dios su trayectoria fue dichosa porque era la adecuada. Cuando, por el contrario, se consideró con derecho a quebrantar las leyes morales porque era Israel su destino siempre fue, más tarde o más temprano, el desastre.

 

Lecturas recomendadas: Josué 1: 5-9; Josué 5; Josué 6; Josué 7; Josué 23.

 

 

El significado del Reino (IV): Compasión (capítulo 1: 29- 31)

Los que hayan seguido las entregas previas ya se habrán percatado de que el Reino predicado por Jesús no tiene precisamente muchos puntos de contacto con los reinos de este mundo. La compasión es uno de los puntos de marcada diferencia. No me voy a detener en el hecho de que quizá a alguno le llame la atención que Pedro tuviera suegra, pero no debería sorprenderle que estuviera casado como, de hecho, lo estuvieron los obispos durante el siglo I (I Timoteo 3: 1-5). Cuestión aparte es que los que se dicen sucesores de Pedro luego hayan hecho todo lo contrario que él, pero el pescador estaba casado y su suegra estaba enferma. Sigamos con el relato de Marcos.

La reacción de Jesús al saber que la suegra de Pedro estaba enferma fue la de atenderla. Reprendió la fiebre que la aquejaba y curarla. Puede parecer natural, pero lo cierto es que Jesús podía haberse dedicado a hablar del futuro de Israel con Pedro o a desarrollar la exégesis de un pasaje bíblico o a contar una parábola, pero el Rey-mesías prefirió atender a una enferma.

No puedo decir que esta sea la lista de prioridades no sólo de muchos de los que se ganan la vida en un reino u otro sino incluso de quienes afirmar ser cristianos. A decir verdad, parece que cuanto más lejos estén algunas personas de sus semejantes – sobre todo, si padecen - más importantes resultan. Si se acercan es sólo para recibir la adoración de unas gentes con las que jamás intercambiarían unas frases o a las que escucharían con atención porque sufren. Jesús fue todo lo contrario y eso indica lo que es verdaderamente el Reino. No es un monarca que es llevado en silla gestatoria o en automóvil oficial. Es el rey que, antes de cualquier otra cosa, ejerce la compasión hacia el que la necesita.

CONTINUARÁ

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