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Miércoles, 25 de Diciembre de 2024

Estudio Bíblico (VI). La Torah (III): Levítico

Viernes, 14 de Noviembre de 2014
Si el primer libro de la Torah resulta de lectura relativamente fácil y lo mismo sucede con, al menos, la primera parte de Éxodo, el tercer libro del Pentateuco constituye una obra de acercamiento especialmente arduo.

Como su nombre indica está referido en su mayor parte a disposiciones relacionadas con la tribu de Leví de la que procedían los sacerdotes de Israel. Tras referirse a los holocaustos (Lev 1), el libro describe las ofrendas que pueden ser de paz (Lev 3), por el pecado (Lev 4) y expiatorias (Lev 5). Asimismo indica las disposiciones relativas a los sacrificios (Lev 6-7). Los capítulos 11-15 contienen diversas normativas de carácter médico que abarcan desde el terreno de la dietética (la división entre animales puros e impuros) al de la ginecología y las enfermedades contagiosas. El capítulo 16 cuenta con una especial importancia ya que en él se establece la existencia de un Día anual de expiación durante el cual todos los pecados del pueblo deben ser cargados sobre un animal sin defecto al que se ofrece en sacrificio. Los capítulos 18-20 contienen normas que van desde lo social a la prohibición de conductas sexuales reprobables como el incesto, el adulterio, la homosexualidad o la zoofilia (Lev 18). Los capítulos 21-24 contienen por su parte diversos preceptos en relación con el servicio religioso y el sacerdocio.

El capítulo 25 es, al igual que el 16, uno de los más relevantes de este libro. En él se establece el hecho de que la propiedad de la tierra sólo puede atribuirse a Dios y que por tanto los hombres no pueden nunca pasar de ser sus administradores. Además se estipula que la tierra debe descansar cada siete años y - lo que es más importante - que deben perdonarse las deudas económicas cada cincuenta años y devolverse a sus primeros poseedores la tierra que se hubieran visto obligados a vender en ese plazo de tiempo. Las distintas medidas recogidas en esta legislación del jubileo - el año cincuenta en el que se realiza el perdón y la devolución - resultaban de una enorme importancia en la medida en que no sólo pretendían evitar el agotamiento de la tierra sino, sobre todo, impedir la acumulación perpetua de riqueza y la depauperación de cualquier sector de la sociedad.

Finalmente, los capítulos 26 y 27 están dedicados a advertir acerca de las bendiciones y de las maldiciones derivadas de servir a Dios y a dar algunas disposiciones sobre cosas que le hayan sido consagradas.

Aunque el libro puede parecer, como hemos advertido, de acercamiento difícil contiene, sin embargo, elementos que lo convierten en enormemente interesante. Por ejemplo, nos permite comprender el por qué de la no escasa distancia que media entre la religión de Israel en la Biblia y el judaísmo posterior. Lo que eran normas reservadas a los sacerdotes inicialmente fueron aplicadas por los fariseos, primero, y el Talmud después, al conjunto de Israel lo que explica la extensión y ampliación de distintas conductas y prohibiciones. También Levítico contiene un elemento de extraordinaria trascendencia como es el de que no existe posibilidad de expiación de los pecados sin derramamiento de sangre inocente y sin mancha. Este principio, aceptado sin discusión por el judaísmo hasta el siglo I, entró en terrible crisis al ser destruido el Templo de Jerusalén en el año 70 d. de C., ya que no podían seguir realizándose sacrificios expiatorios. Para los seguidores de Jesús no significó un drama en la medida en que creían que Jesús, el mesías-siervo, había sido el sacrificio expiatorio definitivo, pero al judaísmo lo obligó a buscar una salida teológica a un problema de no escasa envergadura. Por ejemplo, la celebración de Yom Kippur o el día de la Expiación desde hace siglos dista mucho de parecerse a la contenida en la Torah. Finalmente, Levítico contiene normas de carácter social que deberían llevarnos a reflexionar actualmente. Es cierto que algunas de ellas fueron violadas una y otra vez por los gobernantes de Israel y no es menos cierto que algunos de los sabios como Hil.lel idearon medidas no pocas veces alambicadas para quitarles su fuerza, pero el texto de la Torah es claramente explícito.

Para acercarnos a Levítico, vamos a leer:

1. Levítico 16. El Día de la Expiación

2. Levítico 18, 19 y 20. Algunas normas de moral.

3. Levítico 25. Las normas sobre la tierra

 

El Evangelio de Marcos (IV): la predicación del mesías-siervo (Marcos 1: 14) (II): ¡¡¡¡El Reino se ha acercado!!!!

La semana pasada comenzamos a ver los elementos en los que se basaba esencialmente la predicación de Jesús. El primero era que el tiempo esperado a lo largo de los siglos por el pueblo de Israel había llegado. El segundo no resulta menos relevante: el Reino de los cielos ansiado de manera especial tras los desastres sufridos por Israel después de Salomón había llegado.

Jesús iba a chocar con no pocos problemas a la hora de predicar el Reino porque la idea que tenían sus contemporáneos al respecto – discípulos incluidos – no era igual a la suya. Para ellos, el Reino de Dios implicaría la aparición de un mesías que aplastara a los enemigos de Israel como David había hecho antaño y que fundara un estado judío independiente, seguro y situado por encima de los otros pueblos. Los paralelos a lo largo de la Historia no se le escapan a nadie siquiera porque desde la Edad Media se identificó ese reino con la iglesia y se entendió que ésta tenía derechos temporales ejercidos por su cabeza que no era tanto Cristo como un monarca electivo con sede, por regla general, en Roma. En uno y otro caso, el uso de la fuerza y la legitimación de conductas sobrecogedoras eran aceptados por esa visión peculiar del Reino. Ni que decir tiene que Jesús tenía una visión totalmente distinta del Reino de Dios. Aunque volveremos sobre este tema más veces en el curso de este estudio, ya ahora podemos adelantar que Jesús señaló varias notas del Reino.

1. No es un Reino como los de este mundo y una de las pruebas de ello es que sus discípulos verdaderos no utilizarían la violencia ni siquiera para defender causas supuestamente espirituales (Juan 18: 36). Para los judíos de la época y no digamos los de la revuelta del 66-73 d. de C., las palabras de Jesús eran una locura, pero no cabe engañarse: aquellos que han emprendido cruzadas de cualquier signo creyendo que el derramamiento de sangre implicaba cumplir la voluntad de Dios no tenían la menor idea de la enseñanza de Jesús sobre el Reino. No sólo eso. Cada vez que alguien identifica el Reino con cualquier forma política está traicionando la enseñanza de Jesús.

2. Sí es un Reino por el que hay que orar a diario (Mateo 6: 10). No deja de ser significativo que una de las peticiones – dudo que bien comprendida – del Padrenuestro sea que el Reino (la soberanía de Dios) no sólo sea patente en los cielos sino también en la tierra. Ojo, Jesús no habla de una confesión religiosa, de una organización, de una ideología sino de la soberanía de Dios que nadie discute en las alturas y que, un día, felizmente, nadie discutirá en la tierra.

 

3. Es un Reino que, junto con su justicia, debe convertirse en el primer objetivo de nuestras vidas (Mateo 6: 33). Es revelador que Jesús señala que es comprensible que los paganos se dejen angustiar por lo material y lo busquen de manera preeminente, pero sus discípulos deben poner en primer lugar, no su prosperidad material, no el cambio político, no la extensión de una iglesia sino la búsqueda del Reino y de su justicia, justicia, por cierto, bien diferente de las justicias humanas.

4. Es un Reino que ya ha llegado (Mateo 12: 28; Lucas 17: 21). A diferencia de la idea del reino de Dios mantenida por judíos y gentiles, el Reino anunciado por Jesús llegó con él. No mediante la fuerza, no mediante la victoria sobre Roma o el islam, sino de manera humilde y compasiva.

5. Es un Reino que es explicado en parábolas. Buena parte de las parábolas de Jesús tienen que ver con el Reino y son bien reveladoras. Por ejemplo, si leemos el capítulo 13 del evangelio de Mateo podemos ver que ese Reino es tan valioso como encontrarse una perla de gran precio, un tesoro en un campo o – diríamos nosotros – un billete de lotería premiado o un maletín con un millón de dólares. Precisamente porque es tan valioso exige de nosotros que nos movamos con la misma rapidez y resolución con que lo haría de tener la fortuna al alcance de la mano. Ese reino tuvo un inicio muy humilde y pequeño, como un grano de mostaza, pero irá creciendo a lo largo de la Historia porque cada vez más personas aceptarán no la sumisión a una religión o a una confesión religiosa sino a la soberanía de Dios predicada por el mesías-siervo. De hecho, sólo al final de la Historia se manifestará en toda su grandeza cuando tenga lugar el Juicio final y su triunfo total.

6. Es un Reino que será predicado a todos antes del final de la Historia (Mateo 24: 14). De hecho, cuando todos hayan podido escuchar las Buenas noticias del Reino es cuando tendrá lugar la consumación de los tiempos.

 

7. Es un Reino propio de los que se asemejan a niños (Mateo 19: 14). En ese Reino entran ya, ahora, en estos momentos, no los que son simples e ignorantes como niños – que es la interpretación interesada que se ha dado – sino aquellos que, como en la sociedad de Jesús, están dispuestos a servir a todos sin distinción como hacían los niños con el resto de los miembros de la familia y

8. Es un Reino en el que se puede entrar sólo cuando uno piensa que la entrada no se gana, se paga o se consigue por méritos propios sino sólo por regalo de Dios. Por eso, las prostitutas y los publicanos tienen más posibilidad de entrar en el Reino que los escribas y fariseos (Mateo 21: 3) o que los ricos (Lucas 18: 25), porque el auto-suficiente que cree que sus méritos lo llevarán al cielo se cierra la puerta para entrar en un lugar donde el primer requisito es reconocer que se es pecador y que, por méritos propios, nunca se llegará al lado de Dios.

El Reino de los cielos anunciado por Jesús no era – no es - imponer una mentalidad confesional en la sociedad ni tampoco lanzar ejércitos a la recuperación de los denominados Santos Lugares ni permitir a una confesión religiosa regir un país. A decir verdad, todas y cada una de esas conductas son frontalmente opuestas al Reino predicado por Jesús. En realidad, el Reino era – es – una nueva forma de vida que él anunciaba con entusiasmo y que comparaba a unas bodas, a un banquete, a una fiesta. No exageraba. Lo es ciertamente para el que llega a descubrirlo porque se percata de que es un tesoro sin comparación. Pero la predicación de Jesús incluía otros elementos que tendremos ocasión de ver en las próximas semanas.

CONTINUARÁ

 

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